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Documentació

Loco de Dios

Article publicat a “La Vanguardia” el 16/09/2002 per Oriol Pi de Cabanyes

Que Verdaguer es un gran poeta religioso nadie lo duda. Pero también hay mucho "paganismo" en su obra. Cosa que, siendo desconsiderada como tal, ha inducido a no entenderle en su profunda complejidad. Los trabajos sobre la interpretación de su obra, no sobre su historia externa, han sufrido las limitaciones del reduccionismo con que ha sido etiquetado, tanto por los verdaguerianos tradicionales como por quienes -como en algún momento Joan Fuster- subrayaban jocosamente su parte más ñoña.

Pero si queremos entenderle bien -para lo que aconsejo visitar la exposición que ahora se le dedica en "su" Palau Moja-, no debemos olvidar que el sacerdote-poeta que publicó en vida decenas de poemas religiosos, en muchos casos meramente ocasionales, era al mismo tiempo el autor de un poema "pagano" -aunque con un trasfondo salvífico y misionero- como L'Atlàntida. "Por algo -dijo él mismo- había cantado mi primera misa entre un dolmen y un altar."

Dualista siempre, tensionado entre el bien y el mal, el conflicto de Verdaguer fue un conflicto, en esencia, consigo mismo. Escindido entre lo espiritual y lo terrenal, todas sus equivocaciones provienen así como de su aversión por la impureza terrenal y sus miserias también de una tal vez desmesurada confianza en la providencia del bien. Léase -por ejemplo, en la antología de Isidor Cònsul- su estremecedora narración "Lo cornamusaire", en la que el poeta se identifica con un artista gaitero perseguido al grito de "¡fuera, fuera!".

Mosén Cinto se identificó también con Jacopone da Todi, el abogado que, en el siglo XIII, lo dejó todo para seguir a san Francisco de Asís. Hasta mortificarse públicamente. "Escarnis cerca i afronts/com los mundans or i plata./Anomena béns als mals,/a la fortuna desgràcia." El siempre sagaz Baltasar Porcel ya lo puso de relieve el pasado jueves en TV3 en el curso de su entrevista imaginaria con el poeta. Verdaguer -que "el abogado del diablo" Porcel pareció considerar también como "un loco de Dios" (figura arquetípica común en diversas tradiciones religiosas)- concebía la poesía como una forma de revelación (¿no es esto lo que significa la palabra griega "apocalipsis"?). Si no hay forma de conocer por la razón, ni por los sentidos, la auténtica realidad se puede intuir solamente en momentos fulgurantes de inspiración; así que sólo los "videntes" (poetas o místicos) pueden contemplar, entre admirados y asustados, lo que, revelado por un ángel o tal vez por un médium, creen saber que pronto va a ocurrir: el final de la historia, con el triunfo definitivo del bien y de los escogidos para la salvación.

Los sueños o visiones son caminos que Dios dispone para comunicar a videntes y profetas su revelación. Muchas páginas de L'Atlàntida y Canigó deberían adscribirse al género apocalíptico, que expresa la realidad última del mundo por medio de imágenes fantásticas, fenómenos sorprendentes y catástrofes cósmicas.

Para los poetas, como para los niños, no hay nada casual, nada sin intención. Todo es mágico y todo tiene un sentido, una causa y una finalidad. El mal, o el bien, siempre hay alguien -o algo- que lo administra a consciencia. Sea el Dios o el diablo. No hay nada fortuito. Y siempre hay algún responsable último, a quien agradecérselo o pedirle cuentas. Porque toda consciencia es siempre responsable, y no así toda insconciencia.

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