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Documentació

El poeta agitanado

Article publicat a “La Vanguardia “ el 24/08/05 per Julià Guillamon

La literatura de Vallmitjana llama la atención, en primer lugar, por sus temas. Las costumbres de los gitanos, los personajes de los bajos fondos de Barcelona, los niños de suburbio, la vida de los delincuentes y de las prostitutas tienen en su obra un papel principal. Es el mundo que retrató Picasso, con quien Vallmitjana guarda una notable afinidad. Intimamente relacionado con el tema está el punto de vista. Vallmitjana fue un autor autodidacta, y aunque su sobrino el cirujano Moisès Broggi le recuerda siempre rodeado de libros, la biblioteca familiar, que se ha conservado, demuestra que no fue un autor libresco. "Aleshores vaig a donar una ullada al llibre de la realitat, que és allí on estudio", escribe en el prólogo de De la raça que es perd.La mayoría de sus novelas y relatos parten de observaciones directas. En un pasaje de De la ciutat vella explica como, de muy joven, su alter ego Fermí asistía en el barrio chino a partidas de cartas con engaño y como anotaba disimuladamente los gestos de la víctima y de les papellones,en vistas a un retrato psicológico. De estos bocetos y notas tomadas sobre el terreno resultan relatos de un extraordinario verismo. Algunos de los cuentos de De la raça que es perd parecen elaborados siguiendo la técnica del moderno reportaje periodístico o de la encuesta antropológica. Cuando describe una boda o un juramento, o cuando reproduce las palabras de los viejos gitanos, sin evitar los prolegómenos que nos apartan de la narración central pero que sirven para ubicar la situación comunicativa (como sucede, por ejemplo, en el cuento Noces de fugitiva que se inicia con un retrato de la gitana Malena, que no toma parte en la intriga posterior). Vallmitjana es un autodidacta que aborda un mundo sin tradición literaria. Al principio se siente atraído por Eugeni d´Ors (La muerte de Isidro Nonell, seguida de otras arbitrariedades y de la Oración a Madona Blanca María figura entre sus libros de referencia cuando se da a conocer en 1906), pero pronto abandona la prosa simbolista para buscar una expresión más directa, basada en el apunte (Com comencem a patir) o en la reconstrucción autobiográfica (De la ciutat vella). Cuando se atreve con la novela, adopta un estilo fragmentario e irregular, a base de cuadros y estampas, breves instantáneas que se ordenan temáticamente o que trazan el arco temporal de la ascensión y caída de personajes del submundo. A través de esta estructura difusa capta la realidad hormigueante de la ciudad moderna, el azar que determina encuentros y desencuentros, y las pasiones que empujan a los menos afortunados al desequilibrio y la destrucción. El acierto narrativo de Vallmitjana alcanza sus máximas cotas en la reproducción de estados de vértigo. A causa de la desesperación o del alcohol, de una alegría momentánea o del influjo de la masa, los personajes de Vallmitjana se libran a un desorden sensorial que termina en la total alienación y pérdida del sentido. En algunos pasajes (la escena de la Xava arrastrándose por las calles o de En Tarregada, en Sota Montjuïc tirado en medio de una carretera) recuerdan a los clásicos del cine expresionista alemán. La narrativa de Vallmitjana no tiene una unidad de estilo sino que experimenta con diversos registros y formatos. En De la raça que es perd tienen cabida desde una leyenda heroica hasta la narración dialogada próxima al cuadro teatral, al apunte instantáneo, al relato oral de los viejos gitanos. Uno de los elementos fundamentales es el humor que impone distancia respecto al mundo que se retrata, atenua la crudeza de algunos episodios y casi siempre implica un sentimiento de piedad. La literatura de Vallmitjana plantea una situación de conflicto muy propia de la época, que en su caso adopta un carácter particular. Hijo de una familia de carboneros, el padre de Juli Vallmitjana montó un negocio de estampación de medallas. A finales del siglo XIX la familia dejó Ciutat Vella para instalarse en Gràcia, en el carrer Astúries, donde todavía hoy existe el taller. Vallmitjana alternó en los ambientes artísticos de 1900, posteriormente renunció a su vocación y se hizo cargo del negocio familiar. Aunque se desconocen las razones exactas de esta renuncia, su obra señala dos posibles motivos: el desencanto por lo que, frente al arte de su amigo Nonell, le parecía una estrepitosa falta de talento. Y un oscuro incidente de familia, probablemente el suicidio del padre, Vallmitjana no será pintor pero escribir le proporcionará una segunda oportunidad de expresar su sensibilidad plástica. La descripción del tren que entra a la ciudad por el carrer Aragó, cerca del llamado Convent dels Gossos, donde acampan los calós, recuerda algunos de los cuadros de trenes de Darío de Regoyos. Algo similar sucede con las imágenes de los gitanos que preparan sus exorcismos a la luz de las velas en En plena natura. A pesar de la pasión que sentía por la pintura, Vallmitjana se siente a disgusto entre artistas. En De la ciutat vella muestra su desprecio por el mundo artístico de 1892 representado por la Sala Parés, y dedica una invectiva particularmente violenta a sus primos escultores August y Venanci Vallmitjana. Frente al interés y al egoísmo de pintores, galeristas y críticos opone los valores de la vida comunitaria de los más humildes. En su vida particular, Vallmitjana resolvió el conflicto que se adivina en su obra apartándose del mundo (me contó Moisès Broggi que sus hijos no iban a la escuela, recibían su educación en casa, a cargo, entre otros del pintor Martrus). La reciente recuperación, en los archivos familiares de un texto autobiográfico de los años treinta, las Lletres al meu fill David,permite reconstruir las tensiones entre el autor retirado en una torre de Sant Gervasi, que lleva una vida acomodada gracias al taller de platería, con una esposa diligente que se hace cargo del negocio y que le permite liberar el tiempo necesario para escribir, y un ser torturado por fobias, manías y frustraciones, desclasado y en guerra con el mundo. La recuperación de Juli Vallmitjana señala un cambio en la manera de enfrentarse a los clásicos. No se trata de situarle en ningún canon, ni mucho menos de descabalgar a otros para ponerle a él. No se trata de levantar una bandera interesada en la absurda guerra de generaciones, ni de ir al choque contra los eruditos que han estudiado el modernismo y han establecido el marco para su interpretación. Poetas, novelistas, jóvenes filólogos y editores mantienen con la tradición una relación de estrecha familiaridad, leen mucho, no sólo a los consagrados e imprescindibles sino también a otros autores menores o injustamente olvidados, en los que encuentran un pretexto para reflexionar sobre cuestiones de lengua, estilo y estructura, un punto de contacto con los grandes temas de la contemporaneidad y un precedente de sus propias creaciones. Con sus irregularidades e imperfecciones, los textos de Vallmitjana reviven un mundo, sorprenden y emocionan. Desde esta perspectiva leer sus textos representa un extraordinario placer.

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