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Documentació

Rafael Casanova no murió el 11-S

Article publicat a “La Vanguardia” el 11/09/2002 per Alfred Bosch

En una guerra llena de héroes, ¿por qué devino Rafael Casanova el mártir por excelencia del 11 de septiembre catalán? El novelista Alfred Bosch, que lo ha convertido en personaje literario en su trilogía sobre 1714, reconstruye sin inhibiciones su contradictoria actuación

He tocado el pedestal y me han tachado de embustero, de incauto e incluso de grosero. Tras publicar mi trilogía 1714, ambientada en la guerra de Sucesión y el asedio de Barcelona que desembocó en ese célebre 11 de septiembre, algunas voces me han dirigido severas críticas. La modesta polémica no se ha centrado en el valor literario ni en el grueso argumental de la novela, sino en la figura de Rafael Casanova, y en las pinceladas que de él ofrezco.

Otras reacciones adversas se han desatado entre los que me han despachado como provinciano o partisano, por la simple osadía de pasar a ficción un cuadro épico de la memoria catalana. Son actitudes que me preocupan menos, pues me parece obvio que el ahogo de Barcelona de hace tres siglos tiene idénticas posibilidades creativas que el de Viena, el de Stalingrado o el de Sarajevo. Es más: juraría que quien me atribuya estrechez cantonalista o falta de distancia irónica simplemente no se ha leído la obra.

Pero volviendo a Casanova, confieso que he pecado al no conservar el mito en formol. Sin ser un erudito o especialista sobre el personaje, puedo asegurar que he agotado las fuentes sobre el admirado mártir de 1714. Pero, a partir de ahí, he reconstruido con toda sinceridad y viveza lo que he intuido, esbozándolo sin inhibiciones en un personaje que, en la trama, aparece como secundario y algo decorativo. La complicidad discreta de algún historiador solvente indica que, con ese retrato rápido, he dado en el clavo, o cerca de él. ¿A qué se debe, por lo tanto, tamaña disconformidad?

No lo sé, tal vez he metido el dedo en la llaga. Porque resulta que a Casanova no se le aprecia ni la túnica de santo ni la madera de héroe. Por supuesto no muere en el sitio de 1714. Hasta 1713, se trata de un prohombre medio, un letrado y conseller de la ciudad cuya gran gesta ha sido quedarse viudo y permitir que su hijo de 14 años acuda al frente. Es elegido conseller en cap (alcalde) por turno, y si bien es cierto que en ocasiones arenga apasionadamente a los defensores, en las deliberaciones oficiales se inclina por negociar con el enemigo.

Que el hombre asuma las decisiones de la mayoría enardecida, y consienta en un enfrentamiento a muerte, ha sido tomado como signo de talante democrático. Sin duda hay algo de eso pero, visto el talante del momento, cabe suponer que existen otros motivos: el sentirse atrapado en una sociedad dominada por los exaltados y refugiados que se cobijan en Barcelona; el cuidado por su posición y sus privilegios; la presión militar y del mismo cerco; y la remota esperanza de que la guerra dé un vuelco de última hora.

El famoso 11 de septiembre nuestro hombre se despierta cuando la batalla ya ruge. La plana mayor de los sitiados, por supuesto, ha pasado la noche en vela. Cuando enarbola el estandarte de Santa Eulàlia, para atizar el combate en los baluartes, resulta herido en un muslo y es retirado a toda prisa. La herida no es mortal, y cuando recibe atenciones médicas se preocupa por asuntos menores: ordena quemar sus archivos, solicita un certificado de defunción y delega la rendición en otros mandatarios. Con franqueza, da la impresión de que le concierne más su pellejo que el devenir de la ciudad.

Quien firma las capitulaciones es el conseller segundo, mientras el primer mandatario permanece oculto. Días después, con Barcelona en manos del rey Borbón, huye disfrazado de fraile. Y descubrimos, no sin perplejidad, que años más tarde reside en Sant Boi y ejerce la abogacía sin grandes obstáculos. El cronista mayor de la época, Francesc Castellví, le reclamará desde el exilio detalles sobre las últimas horas decisivas. Casanova responderá rogando al compilador que no tenga en cuenta los rumores e imputaciones que pesan sobre su cabeza. ¿A qué se debe tanto escrúpulo?

No me parece que Casanova fuera un villano o un traidor, si es eso lo que se baraja. Pero de ahí al martirio media una considerable distancia. Lo más probable es que fuera un tipo bastante normal, elevado por la historia romántica a la categoría de monumento. Trescientos años más tarde, se nos aparece con rostro humano, navegando en aguas turbias y esforzándose en salvar los muebles del naufragio. Debió ser tan hábil como asustadizo, y eso lo aleja del pedestal, pero lo acerca a usted y a mí y a la mayoría de los mortales. ¿Semejante humanización arremete contra la leyenda?

En el caso de Casanova, tal vez sí. Pero el 1714 catalán no anda escaso de mártires. Hubo un montón de héroes – locos, si lo prefieren– como Bac de Roda, Moragues, Dalmau, e incluso Villarroel, que arruinaron vidas, títulos y haciendas en el empeño. El pueblo anónimo de Barcelona luchó hasta el fin, encuadrado en la milicia gremial: zapateros, estudiantes, carniceros, carpinteros... Mujeres, ancianos, niños y frailes empuñaron las armas, en palabras de Voltaire, con una valentía y un orgullo intratables.

Entonces, dirán ustedes, ¿por qué convertir a Casanova en bandera? Algunos líderes ejecutados, como Moragues o Bac de Roda, no llegaron a sostener el asedio de 1714. Nuestro hombre sí, y cuando se tomó la foto final, por así decirlo, él estaba en escena. Pero es que, además, ostentaba un cargo más que significativo. Era la máxima autoridad civil, cuando ni la Generalitat ni el pretendiente austriaco habían permanecido en la ciudad. Él personaliza las instituciones y esa soberanía liquidada por Felipe V. ¿Que su conducta no da la talla? Bueno, eso es una minucia ante los enormes avatares y procesos históricos. En novela, por el contrario, si lo que nos ocupa es el retrato del alma humana, su anécdota privada asciende al nivel de lo curioso, provocativo y estimulante. Sin ánimo de ofender, claro.

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