15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Mercedes Salisachs. La escritora invisible

Article publicat a “Qué leer” el maig del 2002 per Antonio G. Iturbe

La conversación narra la larga charla de siete horas entre dos desconocidos que comparten asiento en un vuelo a Nueva York. Ella acude a su cita matrimonial con un hombre al que conoce de toda la vida y con el que ha decidido casarse por su relación de cordialidad y cariño. Él acaba de enviudar y se marcha a Estados Unidos para olvidar. Su vecina de asiento cree que él está apenado por la pérdida de su mujer, pero nosotros, que podemos reseguir sus pensamientos, sabemos sabemos que en realidad es un hombre torturado por los recuerdos de un matrimonio que lo ha dejado interiormente arrasado. Una novela basada en el diálogo, ,más eficaz que brillante, con aliños moralistas que pueden compartirse o no, pero que no ocultan el esmerado oficio de quien la escribe.

Cuando se hace el recuento de novelistas para elaborar reportajes sobre libros, se convocan jurados literarios o se procede al abundante y aleatorio reparto de premios institucionales con que las diferentes administraciones riegan los mustios descampados de la cultura, nunca se incluye a Salisachs. Una autora con casi treinta novelas que sigue publicando y vendiendo miles de ejemplares, ganadora del Premio Planeta, del Premio Ciudad de Barcelona en 1959, traducida al francés, inglés, alemán, portugués, sueco, finlandés...¿Y dónde se esconde esa escritora, que resulta tan difícil que las instituciones que manejan la máquina de homenajes y las distinciones reparen en ella? Pues no está en la cordillera del Himalaya ni en las islas Fidji, precisamente, sino que vive en pleno centro de Barcelona, fácilmente accesible para todo el que quiera verla. Pero, oficialmente, Mercedes Salisachs no existe. Es una autora nacida en Barcelona en 1916 con más novelas, más traducciones y más conferencias a sus espaldas que muchos, pero en su ciudad no ha recibido ni un solo reconocimiento, ni en Cataluña. A nadie escapa que la culpa de eso no es la discusión sobre si obra narrativa es buena o no, sino su tozudez a no tomar en consideración el catalán: “Yo he intentado tener un castellano rico, impecable y por eso no he querido saber nada del catalán, para no contaminar el castellano”. Y, naturalmente, tanto en el espectro catalán como estatal, está mal vista justo por las mismas razones que en otro tiempo debió suceder lo contrario: por ser mujer adinerada y conservadora, o de derechas, como se quiera decir. Con esa facilidad nacional que hay pra el etiquetaje, incluso se la ha rotulado frecuentemente como franquista. Ella lo niega con una suave vehemencia: “Si durante la Guerra Civil me marché a la zona que llamaban “nacional”, no fue por gusto. ¡Ojalá hubiera podido quedarme en Barcelona en mi casa! Pero nos tuvimos que ir porque no hubieran matado. A un tío de mi marido lo mataron y la cocinera que teníamos que había sido monja tuvo que irse corriendo porque la querían matar. Nos robaron la casa, lo destrozaron todo. Pero eso no quiere decir que yo estuviera deacuerdo con Franco. Porque yo era monárquica y quería que volviera la monarquía. Escribí un libro en los años 50, “Una mujer llega al pueblo”, donde explicaba, en coña, pero diciendo en el fondo la verdad, cómo se vivía en España, y me lo censuraron de arriba abajo”. Le insisto, inasequible al desaliento, acerca de que he leído que era amiga de Carmen Polo, la esposa de Franco... “¿Yo? ¡Pero si no he visto en mi vida a esa señora, ni de cerca... Nunca! Lo que pasa es que tengo una sobrina segunda que se casó con un hermano de Cristóbal (Martínez-Bordiú, yerno de Franco). Pero ni siquera fui a su boda, me excusé.” Cuenta estas cosas y otras cosas en su amplio despacho de su casa de Barcelona, una de esas casas, en pleno Paseo de Gracia, que ya casi existen únicamente como museos y cuyo valor escapa a cualquier cálculo humano. Se accede a ella a través de un ascensor privado, como en las antiguas casas de la ciudad en las que el propietario era dueño de todo el edificio y se reservaba para sí mismo la primera planta, la planta noble, que nunca como en esta ocasión tiene tanto sentido denominar principal. Subiendo en el ascensor uno piensa en lo que conoce la vida de Mercedes Salisachs: una mujer muy religiosa, que incluso se fue en 1962 a Garabandal, en el País Vasco, donde se les había aparecido la virgen a unas muchachas, para que la máxima autoridad femenina del cielo la reconfortara tras la desgracida muerte de su hijo Miguel en 1958 en un accidente de tráfico. Una mujer que algunos tildan de reliquia del pasado, de autora apolillada, de la que hay quien te explica que le amargó para siempre la muerte de su hijo. Otros, que la perdieron la pista en los años 80, cuando dejó de escribir durante diez años para cuidar a su marido enfermo hasta que murió, no se han enterado o no ha querido enterarse con una apesadumbrada mujer anciana, con una casa lúgubre teñida de esa religiosidad fúnebre tan española. Abre la pueta del ascensor un asistente con un chaleco a rayas brillantes como un mayordomo de un libro de Tintín. Y la casa sorprende por su luminosidad, por el color blanco que preside las estancias, con un gran ventanal que da al Paseo de Gracia en un salón ampo decorado de manera exquisita, clásico pero sin antiguallas ni asoma de beatería. Ella està en su depacho relajadamente sentada en un mullido tresillo con un montón de periódicos extendidos y despliega una jovialidad inesperada, vestida con pantalones tejanos y una sonrisa acorde al entorno que la rodea. Y es que la decoración es una de sus pasiones, incluso llegó a tener una tienda de antigüedades visitada por la clientela más selecta de la ciudad. Aunque lo que le fascina de verdd es hablar de literatura. En la mesa del fondo descansa su máquina de escribir Lettera de color naranja que trae de cabeza a su servicio para encontrar piezas de recambio.

Explica que estudió perito mercantil, que tampoco era algo frecuente en los años para una mujer: “A mí la economía me importaba un rábano pero i padre se empeñó”. Se casó a los 18 años y se dedicó a cuidar a sus hijos y a escribir a ratos “porque a mí lo que me apasionaba era la literatura, leer sobre todo, y también tenía mucha vocación por la escritura. Cuando se empezó a saber que escribía, la gente de mi entorno social decía que lo de escribir era por destacar, y los otros decían que les iba a quitar el pan”. Acabó su primera novela con casi 39 años, y la presentó al Premio Planeta con el pseudónimo de Maria Dessaine, que era una de sus apellidos franceses por parte de su madre. “Un día abro “La Vanguardia” y veo que estoy entre los seis finalistas elegidos entre trescientos. Le dije a mi hijo mayor:”Vamos a Madrid a la ceremonia!” en la primera votación caí y le dieron el premio a Santiago Loren por Una casa con goteras. Miguel Utrillo, que era periodista del diario “Pueblo”, me presentó a Lara y me comentó que habían dado el premio a Lorén, pero que había una novela muy especial, muy difícil de editar por la censura, firmada por una mujer pero que seguro que la había escrito un hombre y empezó a contar la historia de Primera mañana, última mañana. Entonces yo le dije: “Yo soy María Dessaine”. Se quedó pasmado y además Utrillo lo publicó al otro día en “Pueblo”. Me dijo Lara que fuera a verlo a Barcelona, pero en aquel entonces no tenía un duro. Me dijo que no tenía dinero para publicar a los finalistas, pero que si pagaba la mitad lo podría publicar. Le dije que o sentía mucho, pero es que para mí era una ofensa porque si el libro vale, pues se edita pagándome y si no vale, pues no se edita y ya está.” Finalmente el libro lo publicaría Luis de Caralt y Lara se rendiría a Mercedes Salisachs un par de novelas después, cuando en 1957 ganó el Premio Ciudad de Barcelona con Una mujer llega al pueblo, uno de los libros claves en su trayectoria. Desde aquells lejanos 50, la relación de Salisachs con Planeta ha sido fluctuante porque ella nunca ha dejado de batallar por los contratos de cada uno de sus libros con un agudo sentido sindicalista, como si le fuera en ello llegar a final de mes: “Es por esos detalles que se valoran las cosas: por el contrato, por la publicidad que van a hacer, por la promoción... Soy batalladora, no lo puedo remediar. Y batallo porque la literatura es algo mío que lo siento mucho”.

La cima de su popularidad y de su relación con Planeta se produjo en 1975 con La gangrena, ganadora del Premio Planeta y que lleva 52 reediciones. Pero aún después se enfadaría un tiempo con Planeta y publicaría en Argos Vergara La presencia y Derribos -su único libro realmente autobiográfico- en 1979 y 1981. En 1985 se retiró temporalmente de la escritura para atender a su marido, gravemente enfermo de cáncer y durante diez años dejó de publicar. Volvió a hacerlo animada por Lara en 1996 con Bacteria mutante, pero con sus 80 años cumplidos aún se permitió dejar plantada a Planeta y publicar sus dos novelas siguientes con Plaza & Janés: El secreto de las flores (1957) y La voz del árbol”(1998). Y todavía, hace un solo año, dió el esquinazo al todopoderoso grupo Random House-Bertelsman, al que pertenece Plaza & Janés, para irse con Ediciones B porque le ofrecía un contrato mejor y sintió que la iban a cuidar más.

Han pasado 26 novelas y 85 años, pero sigue hablando y gesticulando con una vivacidad que desmiente su edad. Dice, como uno de los personajes de La conversación, que en vida siempre hay que esperar algo. Y ella espera poder acabar la novela que tiene entre manos y aún proyecta escribir un ensayo sobre la forma en que ella entiende la escritura, lo que sería un buen legado de la decana de nuestras escritoras. “La decana o la más vieja, dilo como quieras”, afirma ella sin perder la sonrisa suave, un poco beatífica, ungida por la paz espiritual de los que ya han hecho su parte.

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