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Documentació

“Nunca he escrito para triunfar”

Article publicat a “La Vanguardia el 16/05/2004 per José Bejarano

Mercedes Salisachs vuelve a casa con la novela El último laberinto. A su casa editorial, Planeta, de la que ha estado alejada muchos años, ya que había publicado sus últimas obras, y también bastantes de las anteriores, en Ediciones B. Con esta obra ganó el premio Fernando Lara, fallado la noche del viernes en Sevilla y dotado con 120.000 euros. Salisachs, en un encuentro con este diario, afirmó que le daba “mucha pereza estar tanto tiempo fuera de su editorial de toda la vida” y por eso presentó la novela al premio Fernando Lara. “Ni siquiera mis hijos sabían que concursaba, porque temía no ganar”, confiesa. El asunto central de la obra es el perdón, algo que Salisachs considera esencial en las relaciones humanas. “Todo es perdonable, todos tenemos que perdonar y derecho a ser perdonados si hay arrepentimiento porque eso libera tanto al que agravia como al agraviado. El rencor es muy malo.” La autora de La gangrena afirma que los años le han limado asperezas y que ahora no es en absoluto rencorosa. “Lo era, pero me he dado cuenta de que el odio te hace sufrir. Ya hay muy pocas cosas dramáticas para mí.” Lo que ocurre en el mundo a veces sí es un drama. A ella, por ejemplo, le horrorizan las mafias de prostitución infantil, trasfondo de su nueva novela. Para escribir El último laberinto, Salisachs ha tenido que leer infinidad de noticias en los diarios, conocer el mundo de las drogas, la cárcel, la trastienda de la justicia. “Leyendo los periódicos, una llega a preguntarse qué pasa en este mundo.” Y lo que pasa es que el mundo está desquiciado, como si le faltara una raíz. “Los seres humanos somos animalitos que necesitamos algo que nos retenga y nos obligue a comportarnos como personas”, afirma. Le espanta que el ser humano juegue a ser Dios. Sólo ese intento explica la inconsciente ligereza con la que se suele juzgar a los sospechosos de un crimen. “La ligereza, los prejuicios, siempre han existido, pero ahora todo el mundo se cree con derecho a dictar sentencia. Fíjese la barbaridad que le hicieron a esa pobre mujer (Dolores Vázquez, condenada por el crimen de Rocío Wanninkof) por las apariencias y por pruebas falsas. Lo que ocurre es que estamos equivocados, queremos ser dioses y no lo somos.” “¿Qué puede saber el hombre con sólo cinco sentidos?”, se pregunta la escritora. “Si duramos cuatro días aquí y hasta la gente más encumbrada cae en el olvido. ¿Quién habla de Eugeni d'Ors, de Ortega y Gasset, de Cela? Nadie. Por eso digo que escribir para triunfar es escribir para el olvido.” Entonces, ¿para qué se escribe? Salisachs lo hace “para comunicar, para ayudar, que es la forma de pervivir en el recuerdo. El triunfo dura cuatro días”. A la autora le molesta sobremanera que se ocupen de los vestidos o de las joyas que lleva y no de los libros que escribe. “No quiero que hablen de mí, sino de mi obra, que no será importante, pero sí muy prolífica y hecha con mucha intención para ayudar. Pero no existo. Me ha hecho mucho daño mi entorno. Un amigo me dijo una vez que si hubiera nacido pobre sería muy rica, y no le faltaba razón. Me habrían considerado mejor artista. Pero así es la vida.” De la literatura actual no tiene buena opinión. Lo que le da pena es que se mezcle la basura con lo realmente bueno. “Hoy se ha impuesto la cultura de usar y tirar, mezclar libros escritos por negros con los que escribimos a fuerza de mucho trabajo. No digo que mis libros sean muy buenos, pero sí me han costado mucho esfuerzo para que se devalúen al mezclarse con otros hechos como rosquillas para que las editoriales hagan su agosto.” De los premios literarios, Salisachs asegura que le interesa la promoción porque “si un libro bueno no se promociona, se muere porque en seguida vienen otros que son de personas conocidas que, aunque no saben escribir, lo ahogan. Ahora la mayoría de los libros están escritos por negros. Yo escribí una vez para otro autor”, admite. “La soledad, mal que nos pese a los escritores, es el primer factor que se precisa para escribir.” Esta reflexión está incluso inscrita en la portada de su libro anterior, La palabra escrita, en que la autora desgaja su prolífica obra y analiza su particular forma de narrar.

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