15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article publicat a “La Vanguardia” el 08/06/2005 per Juilà Guillamon

En 1966 Jordi Sarsanedas publicó, en la colección Antologia Catalana, un prólogo a Cop de vent, una obra de teatro escrita por Josep Carner en el exilio belga; el prólogo incluye una teoría sobre las maneras que tiene el escritor de proteger su sinceridad. Cop de vent es la historia de una pareja que se separó. El marido regresa después de una larga estancia en África. La mujer se niega a la reconciliación. Él se mata, ella toma una dosis excesiva de somnífero. En el segundo y tercer acto, la obra introduce elementos fantasiosos, que recuerdan las películas de Bergman, con la pareja conversando en el cementerio, o el encuentro entre la dama y un marinero que es el hijo que nunca tuvo. Sarsanedas no ve en estos elementos fantasiosos un rastro del juego arbitrario del Carner juvenil, sino un procedimiento nuevo por el cual el Carner reconocido, el poeta público, introduce a otro Carner, distante y solitario. La exquisitez arbitraria y lo pintoresco, en lugar de poner una barrera, funcionan como una extraordinaria herramienta de comunicación. Luz que deslumbra Algo parecido sucede en la poesía que Jordi Sarsanedas (Barcelona, 1924) viene publicando desde que en el volumen Fins a un cert punt (Poesia 1945-1989) recuperó dos series de poemas inéditos que, finalmente, constituirían uno de los cuerpos de Cor meu, el món (1999), el primero de sus libros últimos, al que han seguido L´enlluernament, al cap del carrer (2001), Com una tornada, sí (2003) y Silenci, respostes, variacions (2005). Tomemos por ejemplo el poema Ambre de L´enlluernament, al cap del carrer, que se inicia con una referencia a "tabards de nit gruixuda" y militares que percuten en un atrio sin horizonte. Al tedio de la vida cotidiana, una vez han transcurrido los mejores años. La niebla negra de un largo invierno pesado se deshilacha y se arrastra hasta penetrar en la sangre. El efecto atmosférico reproduce el sentir del poeta. Es un tiempo pasado entre la niebla, en ausencia de claridad, de la certeza que da sentido a la vida. Entonces despunta en los dedos una piedra de virtud, una piedra de ámbar, con una luminosidad de miel, inesperado viático silencioso, a medio camino del cristal y del aire. El silencio nos conduce al interior de la piedra, donde descubrimos restos de insectos petrificados y crisálidas. La piedra ámbar es uno de los símbolos que Sarsanedas utiliza de manera recurrente, aparece en el poema que da título al libro cuando, al contemplar una calle con una luz que deslumbra, ve la gente como "formigues dins el bloc d´aquest ambre increïble que brolla i s´atorrenta". También en Ambre los cuerpos de los insectos representan la vida humana, una vida atrapada en el interior de una gota de resina. Del mismo modo que la niebla se filtra en la sangre, nosotros nos introducimos en este mundo detenido, de miembros mecánicos, patas y élitros de insecto, de crisálidas que encierran una promesa de vida. La tercera parte del poema esboza una conclusión moral. Detrás de la oscuridad y el escalofrío, una luz humilde, encastillada en la minucia o la vastedad, otorga sentido a la muerte. Porque el ámbar representa la pérdida del ser pero, a diferencia de lo que sucede con la niebla, otorga una esperanza, como si la luz pudiera dar un sentido de valentía o de victoria a los gestos fijados para siempre.A continuación el poeta toma distancia de lo que se podría considerar una lectura demasiado literal de los símbolos que ha utilizado en el texto y en la última estrofa recalca que no hay lección: sólo los labios sellados, la fuerza persuasiva de la luz, el jardín de signos. En este bellísimo poema de Sarsanedas encontramos algunos de los mismos elementos que, casi cuarenta años antes, remarcaba en el teatro de Carner. Sarsanedas ha sido un hombre público, actor de teatro, redactor de revistas culturales, profesor y poeta que ha escrito desde el nosotros. Y ahora es un solitario, apartado de las responsabilidades de otro tiempo, camina por la ciudad y anota sus reflexiones. Revive el pasado (el recuerdo de la cabellera de una chica, en la playa, que le trae a los labios la palabra mustang). Y piensa en la muerte. El sentimiento de la muerte no le abandona nunca. A través de la imagen pintoresca, del preciosismo fantasioso de la piedra de ámbar, expresa una esperanza, de la misma manera que, en la obra de Carner, la aparición de los amantes en el cementerio y la irrupción del marinero representan también una contrapartida a la sórdida realidad del suicidio y del desamor. En Silencis, respostes, variacions hay un poema, "Moment sadoll", que enlaza directamente con Ambre y L´enlluernament, al cap del carrer. Se apaga la resonancia de la última palabra y el poeta se sumerge en el silencio. El soplo de aire de la última sílaba se lleva la última brizna de sentido. Nos encontramos en un estadio preconsciente como el que en Ambre se representaba mediante el paisaje nebuloso. Entonces se produce "l´enlluernament definitiu". El poeta inicia un camino de introspección que le lleva al corazón de su soledad hasta un momento de plenitud de la conciencia, saciado de inmovilidad, que Sarsanedas compara con un bloque único, mármol, diamante, llama quieta, luz petrificada. La fluidez de la vida, las conversaciones que rebotan, las razones del personaje público (el poema No vull?, en el cual Sarsanedas proclamal a superioridad de la duda sobre cualquier no, que yo imagino relacionado con las manifestaciones contra la guerra de hace un par de años), dejan paso al silencio cristalizado, que contiene la mirada congelada, la mirada del poeta que se proyecta en todo lo fungible y nos lo devuelve convertido en un instante único, que contrarresta la fuerza del "cop de vent", entendido como "l´instant d´encegament que fa impossible la felicitat o la vida" pero también como "la vida mateixa". Hay en estos poemas fundamentales de Sarsanedas una negación de la vida y una superación de la muerte que otorga la felicidad y el bienestar. Me gustaría que la lectura de estos poemas pudiera dar cuenta de la sensibilidad y la profundidad de la poesía del último Sarsanedas. Una y otra vez, a partir de la imagen obsesiva de la luz y las sombras (el mármol que se le antoja un moratón, la noche que cual tinta negra convierte en negro el verde de las hojas, el rojo del clavel y la silueta del hombre que riega el balcón), Sarsanedas consigue expandir el núcleo fundamental de su poesía en infinitas direcciones y multiplicarlo con innumerables repliegues. Traduce su malestar en imágenes emocionantes como la del vapor viejo con la inútil chimenea, o la de la ventana con voces, que a mí me hace pensar en calles de un pueblo fantasmagórico, el piso bajo con la cocina, de donde nos llega la conversación de les padrines, la ventana representa el umbral entre la vida y la muerte, entre la cordura y la sinrazón. Capta al vuelo la ilusión de pureza que dispersa la negrura, el frío tabardo de las brumas deja paso a una sonrisa redentora. Y después están esos poemas magníficos en los que, a la manera del Carner melancólico y escéptico, ensalza la "vida blana i fervent", sorprendida en un abanico, "un tel de ceba" o una pared de piedra seca. Canta la arcilla "llisquent" (y las manos del alfarero con sus guantes de tierra brillante) y se maravilla con la simplicidad del dibujo labrado al buril. Y frente a su soledad expectante, a su humildísima disponibilidad de hombre bueno, dibuja la multitud informe que le rodea en el andén de los días laborables y en el aluvión impreciso de la Rambla. Durante años, cuando yo le conocí, Sarsanedas vivía consagrado a sus tareas como profesor y jefe de redacción de Serra d´Or. Trabajaba hasta el agotamiento (un poema, "Alliçonament", habla de sus célebres somnolencias), hasta el extremo que el hombre público casi ahoga al creador. En 1999 Cor meu, el món abrió uno de los ciclos más importantes de la poesía catalana contemporánea, que tras cuatro títulos iguala, sino supera, lo bueno que Sarsanedas escribió en su juventud, que fue mucho. Regracio.

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