Documentació
"En esta novela, recreo el lenguaje urbano de hoy"
Robert Saladrigas es uno de esos hombres de letras que con sus escritos y su capacidad analítica son marca de referencia para la literatura de un país, porque mantienen inalterables la pasión literaria y su compromiso con la escritura y el tiempo en que viven. Ahora, después de siete años de la publicación de “La mar no está mai sola”, llegará a mediados de febrero La llibreta groga, la novela ganadora del premio Pla.
El protagonista es piloto de aviación comercial. ¿Guarda eso algún simbolismo?
Que sea piloto es una metáfora, claro. Todos relacionamos la imagen de un pájaro volando con la idea de libertad, pero en realidad es un fraude. El piloto no es libre en el aire, vive distanciado, entre el infinito y la tierra. Desde allá arriba no distingue más que ríos, océanos, paisajes, y reconoce que ni ha visto ni ha pensado en los seis mil millones de personas que viven aquí abajo, en la Tierra. Uno de los personajes le dice que en realidad es un conductor de autobuses aéreos.
Hasta que...
Hasta que empieza a pensar. Es un ser egoísta, que sólo se preocupa de sí mismo. Va de juerga, bebe, hace el amor, es un voyeur que nunca ha asumido ninguna responsabilidad... hasta que un día se propone una utopía, escribir una historia que nadie haya escrito nunca y para ello, para encontrar esa historia, empieza a observar a los otros. Así se da cuenta de que no conoce ni a sus amigos ni a su propia mujer, y averigua que ni siquiera sabe quién es él mismo.
Es el proceso de una toma de conciencia por medio de la escritura.
No, no exactamente. Él abre los ojos cuando empieza a ver, de manera gradual, la realidad que le rodea. Vivimos envueltos de historias, de fragmentos de historias. ¿Qué fue de aquella novia con la que vivimos una historia intensa y de la que ahora no sabemos nada? ¿Qué sabemos de quienes viven a nuestro alrededor? Es imposible saberlo en su integridad. Son historias que no sabemos cómo empezaron o cómo acaban o que quedan interrumpidas, y que no podemos completar a menos que las inventemos.
¿Hay una lectura oculta, sobre la función del escritor?
Hay un personaje de Paul Auster que se dedica a hacer fotografías de la gente y después se inventa sus vidas. Es pura ficción. Yo creo que hay una mezcla de ficción en la realidad y de realidad en la ficción.
Ha tardado siete años en volver a publicar novela.
Sí, aunque esta novela me ha ocupado cinco años. Después de La mar no està mai sola quise escribir otra, que no se llamaba aún La llibreta groga. Yo siempre empiezo por el título y había elegido “L'història que no s'havia escrit”. Tenía que ser una novela corta e intensa, escrita en poco tiempo, pero se me complicó. La estructura es muy compleja, hay historias den-tro de otras historias, unas son extensas, otras más breves, y el libro está narrado en primera, segunda y tercera persona, aunque siempre con el hilo común del protagonista. Este juego enriquece los puntos de vista. La segunda persona, el tú, me permite entrar y salir en el personaje, verlo mejor desde fuera.
¿Una historia que nunca se había escrito o una historia que nunca se había escrito de esta forma?
Siguen estando mis temas de siempre: el miedo, la soledad, la incomunicación, la imposibilidad de la relación amorosa, la dificultad de la relación con los otros. Los temas literarios son unos pocos y cada vez le doy más importancia a la forma. Esta novela marca un cambio importante respecto a La mar no està mai sola. Y la diferencia está en el lenguaje. De todas mis novelas, esta es la que mejor puede considerarse un artefacto literario.
¿A qué se refiere?
A que ésta es una novela de riesgo, que seguro que creará controversia, porque escapa a los encasillamientos, sobre todo en la cuarta parte de la obra. Hay un trabajo muy meticuloso en el lenguaje. He llegado a reescribir siete y ocho veces una misma página en la búsqueda de un lenguaje urbano de hoy, algo que para los catalanes es más difícil de conseguir.
¿A qué se debe?
A que en catalán nos ha dado por crear un lenguaje abarrocado, lleno de palabras anacrónicas, donde escribimos “vaixell” o “fruïm d'una nit boja”, cuando nadie habla así. Lo que he intentado hacer es crear una funcionalidad del lenguaje; es decir, no he querido llevar el lenguaje de la calle a la literatura, sino ofrecer al lector la impresión de que está leyendo en un lenguaje que, siendo literario, no le resulta ajeno, que no le sorprenda su oído. Y si al final se me ha escapado en el texto alguna palabra anacrónica es porque no habré sabido encontrar una mejor.
¿Hay distintas hablas?
Alguna, pero no era mi intención experimentar con ello. Dentro de ese esquema de historias dentro de otras historias, hay una contada por una chica guatemalteca en la que he intentado trasladar al catalán ese lenguaje latinoamericano, con indicaciones en castellano. Es una de mis favoritas y creo que ha quedado muy musical. Pero mi intención era crear ese lenguaje urbano y en la novela se ve un proceso gradual de depuración del lenguaje hasta llegar al final, a unos diálogos donde se reduce a lo esencial, un poco acompañando el proceso vital del protagonista.
Habla de artefacto, pero usted es un autor comprometido con la época.
Siempre he dicho que a mí no me interesa escribir novela histórica. Vivimos una época muy rica literariamente. Una época acelerada, perversa, infame, de confusión, de libertades en peligro, en la que cada vez más el ser humano vive encerrado en su individualidad, sin importarle el otro. Y, además, no se puede escribir como en el XIX, un siglo dominado por la pintura, con todas aquellas descripciones de paisajes o personajes. Yo soy hijo de mi tiempo, del ritmo y de la imagen del cine. ¿Por qué describir un rostro o un paisaje cuando la cámara lo hace mejor y en un segundo? Hay silencios que dicen muchas cosas, vacíos que el lector debe completar.
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