Documentació
Despegando la sombra del suelo
Comparada con la enorme cantidad de relatos de navegaciones y naufragios, la aviación ha generado hasta ahora muy poca literatura. Los cielos inmensos, las auroras a tres mil metros de altura, el estado de suspensión y olvido tras seis o siete horas de vuelo, están aún por explotar. El piloto de líneas aéreas es un personaje con aura, un privilegiado que vive rodeado de bellezas y estímulos cosmopolitas. Podría salir más. Sobre todo ahora, que también encarna la crisis del factor humano. Los héroes de Vol de nuit o Courrier sud perseguían un ideal de libertad sin límites. Los aviadores de hoy dirigen sus aparatos por corredores aéreos, siguiendo rutas de crucero predeterminadas, sin arriesgar una decisión. Aquel cortijo de paredes encaladas y los tres naranjos que servían de orientación a Antoine de Saint-Exupéry cuando sobrevolaba Lorca y Guadix han desaparecido sustituidos por el galimatías del control aéreo. A veces, desde el extremo de la Diagonal, me detengo a mirar las maniobras de aproximación de los aviones que surgen de detrás de Montjuïc y descienden lentamente hasta el aeropuerto del Prat. En la época de más turistas, se suceden sin interrupción, con una monotonía exasperante. Y, a pesar de esta rutina hipnótica, como escribió Saint-Exupéry, “l'avion, l'outil des lignes aériennes, mêle l'homme à tous les vieux problèmes”. Robert Saladrigas (Barcelona, 1940) ha convertido aviones y viajes transoceánicos en el punto de partida de una metáfora sobre la vida humana. A los 52 años Alexis Casas lleva más de 25 pilotando vuelos comerciales. Ha conocido mujeres hermosas, con la libertad que da estar siempre de paso. Ha vivido en lujosos hoteles, llevando maletas repletas de libros. La aviación comercial ha representado una extraordinaria oportunidad de conocimiento del mundo y de ascenso social. Sin embargo, desde hace unos meses, atraviesa una crisis de confianza. Cuando se sienta a los mandos del Boeing 747, oye unas voces remotas, que le recuerdan la imposibilidad de llevar a cabo su gran aventura existencial. Muy joven renunció a su vocación (quiso ser matemático), el anhelo de absoluto que sentía desde la infancia, cuando contemplaba el vuelo de los pájaros y se sentía predestinado, no se ha cumplido. Desde 1976 Alexis Casas está en el limbo. La fecha no es gratuita. Sugiere, tras la vivencia personal, el eco de una melancolía colectiva. Un día, cansado de tanto viaje, decide renunciar a la plaza y volver a la tierra. El personaje de Alexis es un viejo conocido de las novelas de Saladrigas. Corresponde al mismo tipo que encontramos en diversas ocasiones como ginecólogo (“Claris”), pintor (“El sol de la tarda”) y escritor terminal (“La mar no està mai sola”). Gabriel Palou, Delmir Visa, Jens Nystred y Alexis Casas tienen muchas cosas en común. Su trayectoria profesional les ha proporcionado reconocimiento y fortuna, han formado una familia, tienen hijos mayores. Un pacto de indulgencia con su pareja les ha permitido vivir plenamente su sexualidad fuera del matrimonio. Su afán de posesión alcanza a tres figuras femeninas, que se distinguen desde el nombre. La complaciente esposa (Eli, Mari Pau, Ebba, Maria Magdalena), el primer amor, espejo de la inocencia perdida (Claris, Mariola, Anna-Leena), la mujer fatal que remueve las aguas turbias del deseo (Melanie Crammer, Aliki Kasdaglis). Saladrigas obliga a sus protagonistas a abandonar la seguridad burguesa y emprender una navegación con destino incierto, durante la cual deberán enfrentarse a dos tipos de peligros: el estancamiento (la regresión hacia una inocencia sin conflicto) y la destrucción (el triunfo de las fuerzas del inconsciente sobre la frágil estructura de la personalidad). Los personajes traquetean entre turbulencias, pero salen adelante, y por eso pueden aparecer altivos o egoístas a los ojos de las mujeres. Las novelas de Saladrigas contienen siempre una reflexión metaliteraria. Delmir Visa y Jens Nystred son artistas que se interrogan sobre el sentido de la creación en un mundo asolado por el dolor, que ha suprimido el ideal de la belleza. Aunque Gabriel Palou y Alexis Casas no son propiamente creadores, viven la vida como una ficción, y la ficción como si les fuera la vida. El proceso de Alexis reproduce las dudas y tanteos del escritor que intenta definir su propio territorio y se enfrenta al bloqueo. Hace escasamente una semana, Saladrigas publicó en “La Vanguardia Digital” un artículo en el que hablaba de la ficción multidisciplinar, una “supraliteratura” a medio camino entre la narrativa y el ensayo, que integra los recuerdos personales junto a las vivencias colectivas, la historia y el pensamiento. Se podría decir que “La llibreta groga” se acerca a la “supraliteratura” cuando plantea la moralidad en un caso de secuestro, cuando pone en relación los orígenes de la fortuna del tío querido con las prácticas del neoliberalismo, o asocia el ataque a las Torres Gemelas con la muerte de la madre. Uno de los aspectos que caracterizan la obra de Saladrigas es la tensión positiva entre la novela y el cuento. Las novelas son vermiformes o magmáticas mientras que los libros de cuentos se estructuran ordenadamente, en forma de repertorios temáticos. Las novelas son la expresión de una subjetividad y una provisionalidad que se identifica con el monólogo y el borrador. Mientras que para situar los cuentos, sirve la imagen del espejo, las historias son “imatges del meu mirall” que reflejan de manera objetiva lo que sucede en el entorno, como un correlato de la propia sensibilidad herida. Desde esta perspectiva ha publicado volúmenes de apólogos (Tauromàquia, sol i lluna) y narraciones urbanas (Còmplices de ciutat). En algunos momentos excepcionales (el mito del cóndor de fuego en La mar no està mai sola) uno de estos apólogos se filtra en la novela e introduce en ella una fuerza que le es ajena. Entonces el cuento actúa como catalizador, cambia el ritmo y el sentido de la historia. En La llibreta groga este recurso de intercalar relatos es el motor del libro. Algo parecido sucedía en Memorial de Claudi M. Broch (1986), donde la narración de las peripecias del protagonista se alternaba con las propias creaciones del Broch escritor. Pero aquí no hay alternancia, sino diferentes momentos de intensidad que forman múltiples centros. La confesión incestuosa de la hija Judit, el comentario de Alba Fontana sobre las relaciones de hombres y mujeres a partir del comportamiento de los peces en el acuario y, sobre todo, la aventura de Lucio Branca Martínez, el piloto que a los mandos de un Boeing 747 llegó a creerse Dios, son espejos que reflejan el lado oculto de la personalidad de Alexis: un padre incapaz de hacerse cargo de los problemas de su hija, un amante caprichoso y fugitivo, el rival compasivo que reconoce en la locura del amigo el delirio de su propia individualidad. Tras la decisión de dejar de volar y dedicarse a escribir, Alexis Casas vive un tiempo esperando a que el azar decida por él. Fascinado por los vagabundeos de la fotógrafa Sophie Calle, que Paul Auster recreó en “Leviatán”, sale en busca de temas para sus cuentos. Entonces interpone un nuevo grupo de relatos urbanos, historias de tipos excéntricos que encuentra por la calle (el cantante de ópera que se desgañita en una estación de la línea 3, la mujer que pone precio a la caridad: “tres-centes pessetes”). Personajes reales, como aquel “home dels coloms”, que aparecía en Còmplices de ciutat, que vienen a cuento para desbaratar la ilusión de una literatura escrita desde la barrera, sin compromiso y sin dolor. Superada la tentación de convertirse en espía y demiurgo de las vidas ajenas, Alexis construirá su propia historia, aceptando todas sus limitaciones y sus miedos. Recuperar la humanidad Pese a la falta de intriga, La llibreta groga se lee con pasión, de cabo a rabo. La clave de esta eficacia radica en la claridad con la que está planteada la historia, en los personajes creíbles, en la falta de afectación de la voz narrativa. La elección de Alexis Casas es perfecta. Quiere escribir pero no es un artista, es refinado pero no un exquisito. En sus lecturas, mezcla a Agatha Christie con Bohumil Hrabal y a Miguel Torga con Pearl S. Buck. Alexis viene del cielo, aspira al cielo, pero pertenece a la tierra. Al negarle la excepcionalidad y atenuar su culturalismo, Saladrigas ha acercado la historia a la vivencia real de muchos lectores. Yo veo esta novela como el reverso de lo que en su día fue Memorial de Claudi M. Broch. Allí Saladrigas pretendía vivir una experiencia ideal a través de un personaje, hijo de una burguesía ilustrada, que tomaba parte en las grandes aventuras del siglo XX. La propia excepcionalidad de su caso convertía a Broch en un extraño frente a sí mismo y frente al mundo. Alexis Casas es exactamente lo contrario. Al principio de la novela un sueño enigmático, el encuentro fortuito de un cuaderno de tapas amarillas, abren un proceso de transformación radical. Al contemplar el cuaderno, Alexis piensa en el ermitaño de la Mare de Déu de l'Abellera, que en el siglo XVI se retiró a la sierra de Prades, buscando la plenitud espiritual frente al abismo, lejos de la corrupción del mundo. Ahora la corrupción está en el cielo. El comandante endiosado, baja de las nubes, para recuperar la humanidad a través de la escritura. En Terre des hommes, Saint-Exupéry sugiere que a medida que los aviones se hacen cada vez más complejos, desaparece de ellos cualquier apariencia mecánica. A Saint-Exupéry un avión de 1939 le parecía tan natural como un guijarro pulido por el agua. El uso ha humanizado la máquina y uno llega a olvidarse de que el motor gira. Cuando la masa está madura, un sencillo gesto del piloto separa el avión de la pista y lo manda por los aires. Las dos últimas novelas de Robert Saladrigas me han producido una sensación similar. Toda la ambición y el esfuerzo que pone en sus libros, la voluntad de trascender y crear una atmósfera moral que sirva de contrapunto a la pérdida de referentes contemporáneos, resultan ahora menos aparentes. La mar no està mai sola y La llibreta groga son los dos mejores libros de Saladrigas. Dos excelentes novelas sobre el deseo de vencer a la muerte y renacer en las palabras, que discurren con tal naturalidad que olvidamos la enorme vocación de escritor que las propulsa. Bajo las alas, rugen las turbinas. “Despegue”.
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