Documentació
Una progre en el Eixample
Sus novelas construyen un tiempo que no llegó a vivir completamente, pero que aspira a comprender
Para qué vamos a engañarnos. Pocos escritores nacidos en los sesenta han leído con devoción las novelas de Montserrat Roig. Puedo recordar lo que sucedió en mi caso. El primer libro de literatura catalana que leí en BUP fue una novela suya, Ramona, Adéu. El primero que compré de mi bolsillo, Uf, va dir ell, de Quim Monzó. Entre estas dos obras mediaba un abismo. Ramona, Adéu proponía una visión de la pequeña burguesía desde el antifranquismo y el progresismo. Monzó era individualista, irónico, escéptico. El fin de las ideologías exacerbó estas diferencias. Libros como L'hora violeta (con el debate de fondo sobre el eurocomunismo) o L'òpera quotidiana (la historia del carnicero Pigmalión que transforma a la charnega analfabeta en catalana instruida) no parecían para nosotros. ¿Cómo se ven las cosas veinte años después?
MIRARSE EN LOS MAYORES
Montserrat Roig nació en 1946. En 1957 tenía once años. En 1968, veintidós. En 1975, veintinueve. Sus preocupaciones (el compromiso político y personal), sus lecturas de poesía (Aragon, Aleixandre, Ferrater), su interés por las memorias de Simone de Beauvoir, la hacían parecer mayor. Natàlia Miralpeix, su álter ego de El temps de les cireres, le lleva ocho años (nació en 1938). En 1962, tras el asesinato de Julián Grimau, Natàlia dejó Barcelona para exiliarse en Londres. Cuando regresa, de vuelta de todo, acaban de matar a Puig Antich...
MEMORIA Y DOCUMENTO
"La postguerra, noció que he après a través dels altres, dels llibres d'història", escribe en Digues que m'estimes encara que sigui mentida. Ante la historia, Montserrat Roig se siente involucrada y excluida a un tiempo. Sus novelas son una elaborada construcción, a partir de la memoria oral y el documento, de un tiempo que no llegó a vivir completamente, pero que aspira a comprender porque percibe sus efectos por todas partes. La autora propone una lectura del pasado en clave personal y colectiva. La primera se basa en la emoción y llega hasta nosotros como la única verdad. La segunda se ha convertido en canónica, y se transmite hoy, simplificada, en manuales y series de televisión.
GENTE DE BARCELONA
El Eixample es el escenario de la mayor parte de las novelas de Montserrat Roig. Un edificio de Gran Via/Bruc (de la azotea al cuchitril de la portera pasando por los pisos altos y las plantas nobles) reproduce un sólido conglomerado social. El Eixample, réplica de la ciudad ideal, bastarda pero de buen linaje, que el franquismo desnaturaliza y que en su decadencia se convierte en algo grotesco. Ahí va la "tieta" Patrícia, lleva una carrera en las medias, pero las muestra con orgullo porque son de gasa. Patrícia Miralpeix es el más incombustible de los personajes de Montserrat Roig. En L'òpera quotidiana sirve de encaje para narrar -paralelamente a la desaparición del orden urbano- el fracaso de la Cataluña ideal.
LA ANTIPSIQUIATRÍA
Para Montserrat Roig el escritor es un cuervo que se alimenta de carroñas. A cada picotazo saca a la luz la parte oscura, los deseos, las obsesiones, "tot allò que és tèrbol, complicat, contradictori". En uno de los episodios de "El temps de les cireres" atribuye a Lluís Miralpeix una aventura de su propia infancia. ¿Intentó matar realmente a la hermana empujándola por las escaleras o fue sólo un deseo? Casi todos los libros de Montserrat Roig juegan con múltiples desdoblamientos. Las ideas de la antipsiquiatría, de moda en los setenta, le despiertan simpatía. Cuando Natàlia visita a su padre en el sanatorio mental al final de El temps de les cireres, se siente fascinada por la compleja realidad del enfermo, propone buscar un sentido a su vida y acaba citando a Artaud.
LA HERMANA DE SHAKESPEARE
En L'hora violeta Montserrat Roig somete el feminismo a una minuciosa deconstrucción. Natàlia (la chica vital, independiente que pasó doce años en Londres) se desdobla en Norma, la novelista que debe escribir sobre la experiencia de Judit y Kati, amigas en la Barcelona republicana. Contra la construcción de una heroína positiva, del realismo feminista, programático, Montserrat Roig propone imágenes mentales, fantasmas, reflejos. "La dona ja no és ni santa, ni prostituta, ni mare, escapa a tota definició i mirem l'U com el nostre Altre". La prioridad, en cualquier caso, es recuperar la mirada y la voz de las mujeres. Judit Fléchier quiso ser pianista, Sílvia Claret renunció a su carrera de primera bailarina del Liceu. Son como la hermana de Shakespeare que malgastó su talento. Norma escribe, pero, a pesar del éxito, no está libre de dudas.
HOMENAJE CON LECTURA
Los aniversarios de los grandes nombres de la literatura catalana de los años sesenta y setenta sirven para reunir a viejos amigos y, en el peor de los casos, para editar cartas y libretitas. No hay mejor homenaje que la lectura. Los libros de Roig se han seguido imprimiendo durante todo este tiempo (dieciocho ediciones de El temps de les cireres, once de L'hora violeta, nueve de Catalans als camps nazis). Para muchos, este lanzamiento representará la oportunidad de volver sin prejuicios a los libros que pasaron por alto en su juventud. Yo ya he empezado. Más allá de su contingencia generacional, El temps de les cireres me ha parecido una novela excelente. Montserrat Roig encarnó la idea de una literatura de calidad pero de amplia lectura, rigurosa, comprometida con la tradición y con los debates intelectuales de su tiempo. Otros -Carme Riera, Robert Saladrigas, Víctor Mora- han mantenido su lugar en la fila. Quizás por eso su ausencia se nota más.
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