Documentació
Persuasiva e irónica
En 1970 fui por única vez jurado del premio Víctor Català de narraciones por haberlo obtenido en la edición anterior. En aquel mes de diciembre estaba en marcha el infamante proceso de Burgos, y muchos considerábamos que éticamente no debía celebrarse con su habitual pompa la fiesta literaria de la Nit de Santa Llúcia en los salones del Ritz. Suspenderla al fin nos costó horas de estúpidas discusiones, pero el caso es que el jurado, presidido por una batalladora Aurora Bertrana, premiamos el libro Molta roba i poc sabó... i tan neta com la volen, de la jovencísima Montserrat Roig (tenía veinticuatro años). De ahí arrancó nuestra amistad, que nunca se truncaría hasta su muerte en 1991.
Antes la había conocido a distancia como actriz en la Escola d'Art Dramàtic Adrià Gual. Después compartimos la pasión sin límites por la literatura y un determinado concepto de la función creadora. Leo en la dedicatoria que estampó en mi ejemplar de Molta roba...: "A en Robert Saladrigas que lluita, com jo i tants d'altres, per a convertir el treball literari en menys mític i més eficaç". Constituía una declaración de principios insobornables. Ambos creíamos en el ideal de conseguir la "eficacia" sin renunciar a la libertad ni al rigor y, por supuesto, expresándonos en nuestra lengua desamparada y minoritaria. Con todo aspirábamos a la profesionalización, es decir, a vivir de nuestra escritura contando con el soporte del periodismo. Recuerdo una tarde en el piso de Pere Calders, por entonces desalentado respecto a su obra que según él no interesaba a nadie, intentando convencerle de lo contrario y de la necesidad de no claudicar ante la indiferencia del país. Luego, el éxito inesperado de Antaviana demostró que teníamos razón.
Montse Roig solía ser muy persuasiva tras la imagen de comedimiento gestual y su hablar suave que no ocultaba el aguijón de la ironía. Bastaba con fijarse en sus ojos grandes y oscuros para intuir la dimensión y alcance del obstinado coraje que prevalecía sobre su capacidad de ternura. La lucha la enervaba. Fui testigo de su tenacidad en la inolvidable redacción de "Tele/eXprés" o cuando fuimos convocados, junto con otros compañeros, ante el siniestro Tribunal de Orden Público por nuestras opiniones recogidas en el libro secuestrado de Oriol Pi de Cabanyes y Guillem-Jordi Graells, La generació literària dels 70; en su defensa de la dignidad de la mujer y de los humillados por el fascismo; en los mítines a favor del PSUC; en la laboriosa gestación pieza a pieza de su obra literaria con la que se comprometía sin evitar riesgos, tumba abierta, simultaneando en algunas etapas el esfuerzo con programas de televisión y siempre con la prensa escrita, hasta el mismo día de su muerte.
Formidable persona. Me reconfortaba saber que Montse estaba, que de pronto podía llamarla o recibir su llamada, polemizar con ella acerca de nuestros aciertos y nuestras derrotas. Incluso cuando ya gravemente enferma lucía un discreto turbante y su mirada brillaba de fatiga, a un paso de desmoronarse. Me despedí de ella en silencio una mañana arisca, imborrable. Mantenía los ojos entreabiertos como en un postrer intento de resistencia que me impresionó.
Firmeza y aplomo
En estos diez años mi memoria ha recuperado con frecuencia pormenores de su firmeza de carácter y su aplomo frente a las adversidades. Así fue ella y es lo que da fuerza y legitimidad a su literatura, que de nuevo regresa a las librerías, de donde nunca debió ser desalojada porque Montse Roig se ganó el derecho al recuerdo y a tener sus libros a disposición de los lectores.
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