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Documentació

La escritora que sedujo a una sociedad

Article aparegut a “La Vanguardia” el 26/10/01 per Antoni Batista

La galería de la casa de Montserrat Roig, en el número 41 de la calle Bailèn, fue un lugar privilegiado de su vida. La escritora que sedujo a una sociedad recibió allí a las visitas, concedió entrevistas y se hizo la mayoría de las fotos que salieron en prensa. Era un espacio de luz que le hizo especialmente sensible a los colores. La galería estaba llena de plantas, había un reloj de pared, una mesa, una mecedora y unos sillones de mimbre, por medio de todo lo cual se paseaba la gata "Marilyn".

En aquel microclima, Montserrat Roig tomó el té con su editor y amigo Josep Maria Castellet hasta que se fue a la clínica del Pilar para no volver; el cáncer se la llevó la mañana del domingo, 10 de noviembre de 1991, a los 45 años. Había nacido el 13 de junio de 1946, premonitorio día de los enamorados para una mujer que no tuvo miedo a enamorarse, dos casas más abajo de la suya, una casa que daba a las mismas luces de su galería, con un patio pegado a unos jardines con limonero y adelfas.

Hija del abogado y escritor Tomàs Roig i Llop y de Albina Francitora, que había hecho pinitos periodísticos antes de la guerra, del padre aprendió a amar el país, y de la madre la conciencia feminista, lo mismo que de su abuela paterna, a la que calificaba de "women lib" avanzada a su tiempo. Montserrat Roig fue a las monjas, a las del Divino Pastor, frente a su casa. Una experiencia poco agradable que cambió a partir de los 13 años por el instituto Montserrat, donde conoció los versos emancipados de León Felipe y Blas de Otero. Allí ganó su primer premio literario, con un poema a la Moreneta.

En 1961 ingresó en la Escola d'Art Dramàtic Adrià Gual y de ahí data un relanzamiento intelectual, vinculado naturalmente al teatro y también al pensamiento de izquierdas, binomio que reunían dos de las almas de aquella institución, Maria Aurèlia Capmany y Ricard Salvat. El tercer factor indisolublemente ligado a Capmany-Salvat era Salvador Espriu, y la Roig actriz no se cansó de representarlo.

En 1963 empezó a estudiar Románicas en la Universidad de Barcelona, donde apreció especialmente las enseñanzas de Antoni Vilanova, que le hizo descubrir el gusto por la literatura, y Joaquim Molas, al que reconocía como principal maestro. Y conoció al que con el tiempo sería uno de sus mejores amigos, Josep Maria Benet i Jornet, hoy tan popular gracias a sus guiones de series televisivas. "Papitu", algo mayor que Montserrat, era implacablemente crítico con sus textos, pero ella le estaba reconocida y acabó por pasarle sus originales antes de publicar.

En 1966, a los 20 años, se casó con el arquitecto Albert Puigdomènech. Puigdomènech acabó en la cárcel y Montserrat ejerciendo el difícil papel de mujer de preso político. Ese 1966 fue el año del Sindicato Democrático de Estudiantes y la celebérrima Caputxinada, a la que la incipiente progre no faltó y acabó en comisaría. El mayo francés de 1968 la llevó a la militancia en el PSUC y a la licenciatura.

De aquellos años convulsos surge otra de sus amistades importantes, en lo personal y en lo profesional, Manuel Vázquez Montalbán. El escritor recuerda con humor aquel primer encuentro en "una fiesta progre donde, al ir a buscar los abrigos para marcharnos, encontramos debajo de ellos al marido de alguien". Vázquez Montalbán le dio trabajo en la revista oficial de la izquierda culta, "Triunfo", en 1970, pero sus inicios en el periodismo fueron en "Serra d'Or", que le premió un reportaje sobre las ilusiones de su generación, fotografiadas por su amiga Pilar Aymerich.

El periodismo, decía, hacía de mecenas a la escritora, aunque nunca demasiado holgadamente. La faceta periodística de Montserrat Roig es un capítulo importante de su vida profesional. Su columna en el "Avui" se publicó hasta poco antes de su muerte.

En 1970 nació su hijo Roger, y se separó. Vivió muchas historias de amor que quizá algún día sus protagonistas explicarán en sus memorias. No tenía miedo a enamorarse ni a apasionarse, lo que reconocía públicamente, llegando a asegurar rotundamente: "Escribo para que se me quiera". De esa época nace la leyenda levantada sobre las columnas de sus hermosas piernas, "las mejores piernas de la literatura catalana", en expresión muy Monzó de Monzó. Ella contaba que la leyenda de sus piernas empezó cuando Josep Pla, al que fue a hacer una entrevista, le metió mano en tales extremidades. La periodista reaccionó mal, pero luego Pla le mandó una preciosa carta que la reconcilió con él y con su narrativa. Sea como fuere, las piernas de la Roig fueron tan célebres que alcanzaron incluso un titular periodístico y Joaquim Molas no las olvidó en la necrológica que le escribió en este diario.

Valores progresistas

Aquel año 1970, Montserrat Roig dejó el PSUC muy crítica con la rigidez de una militancia todavía lastrada por las prolongaciones del estalinismo, y empezó a crearse una cierta fama de diletante y frívola por parte de sus ex camaradas de base, no así por la encantadora generación de los fundadores, como López Raimundo y Vidiella, por los que ella siempre sintió un gran afecto. No abdicó, sin embargo, de los valores progresistas, y se encerró en el monasterio de Montserrat para protestar por la solicitud de penas de muerte en el proceso de Burgos, lo que le valió una ficha policiaca "por actividades catalanistas". En pleno encierro, los monjes le comunicaron que había ganado el premio Víctor Català de narración.

Vázquez Montalbán asocia el progresismo de Montserrat Roig al factor humano al que ella tanta importancia daba, a su comprensión por los perdedores, cuya máxima expresión fue un reportaje publicado bajo el formato de libro, "Els catalans als camps nazis", fechado en año democrático de 1977, pero que comenzó a trabajar en los tiempos en los que estamos. Fue Josep Benet i Morell quien la embarcó en aquel ambicioso trabajo. "Le dije -explica el abogado, historiador y político- que aquel libro se había de hacer y se había de hacer ya, porque al cabo de cuatro días ya no quedarían testigos y sería una vergüenza que no se supiera que muchos catalanes murieron en los campos nazis. Hizo un libro en tono periodístico pero de altura histórica, imprescindible para entender qué fueron los campos nazis. Venía cada quince días a casa, comentábamos el desarrollo de la investigación pero también se quejaba de que no tenía dinero. Yo la fui ayudando y, finalmente, Josep Andreu Abelló resolvió el problema económico."

Los problemas económicos a los que alude Benet fueron significativos en algunos periodos de su vida, de tal manera que llegó a afirmar en un par de entrevistas que el año en que fichó por TVE fue el primero en el que no quedó a deber nada. Josep Maria Castellet, su principal editor, confirma que pedía algunos adelantos. Castellet no entró en estos temas y fue editor amigo. Dice que pocas cosas había que comentarle sobre sus originales, si acaso algún consejo sobre estructura en los ensayos, y asegura que el catalán autodidacta de la escritora era muy bueno.

En 1972, Montserrat Roig entabla relación sentimental con Joaquim Sempere. Duró siete años, pero, según diversos amigos de ambos, fue la relación personal más importante de su vida. Sempere, alias "Ernest Martí", era entonces director de "Treball", órgano central del PSUC, por supuesto clandestino. Montserrat Roig regresó al partido y colaboró en la publicación bajo el original seudónimo de "Capità Nemo", en honor a uno de sus personajes predilectos de la ficción.

Así describió Montserrat Roig uno de los párrafos más sensibles de su relación con Sempere: "Decidimos tener un hijo en Budapest. Había un soldado húngaro escuchando a Beethoven en un transistor. Franco acababa de tener la flebitis. Joaquim era del PSUC y tenía que irse a una reunión a París, y entonces, con las prisas, con el Danubio cerca de nosotros, con el bosque de Budapest y Beethoven y todo aquello, pues decidimos tener a Jordi".

En 1975 murió Franco y nació Jordi; en su vida apasionada, sus dos hijos fueron pasión primera. Y comenzó a trabajar en el circuito catalán de TVE, con Joan Anton Benach. 1976 fue un año importante: ganó el premio Sant Jordi con "El temps de les cireres", y tomó parte activa en las Jornades Catalanes de la Dona, histórica experiencia feminista que dejaría rastro en su vida y en su obra, singularmente en el libro "Tiempo de mujer".

No fue Montserrat Roig una feminista radical, y uno de sus amigos la califica cariñosamente de seductora, pero desde luego esa sensibilidad feminista fue uno de los colores de su paleta. Sedujo a hombres, sedujo a mujeres, sedujo a lectores. Y el impacto de la tele, donde siguió con "Personatges" y "Encuentros con las letras", le dio una popularidad muy extraña a los círculos minoritarios de la literatura catalana. Roig fue una escritora conocidísima a la que le era difícil comprar en el mercado de la Concepció sin firmar algún autógrafo o responder a algún comentario.

En las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 fue la número diez en la candidatura del PSUC. Sería su última prestación militante, porque el peso del aparato volvió a cansarla; bromeaba criticando que el partido se quisiera meter hasta en su cama.

A pesar de la democracia, Montserrat Roig tuvo problemas con TVE. Le vetaron dos entrevistas ya grabadas, concretamente con Castellet y Estellés. Miquel Roca Junyent, en el Congreso, y Josep Benet, en el Senado, hicieron por ello sendas interpelaciones al gobierno.

Un hito importante para los últimos diez años de la vida de la escritora fueron los viajes a la URSS, que dieron como resultado uno de sus libros más estimados, "L'agulla daurada", a partir de un reportaje inicial sobre el cruento sitio de Leningrado. "Es uno de sus mejores libros -explica Vázquez Montalbán-. En Leningrado me encontré con gente que había estado con ella, incluso tuve a su misma traductora, y comprobé que había dejado un gran recuerdo. Montserrat era muy afectiva y sentimental en su compromiso con los perdedores."

Sus últimos años

Joan Rigol, hoy presidente del Parlament y por aquellos años conseller de Cultura, coincidió con Montserrat Roig en uno de los viajes a la Unión Soviética, y de allí nació una gran amistad alimentada por "conversaciones de anocheceres que no acababan nunca". Recuerda Rigol que Montserrat Roig y Marina Rossell cambiaron ropa interior por un samovar a unas mujeres a las que habían prohibido la feminidad.

Cuando, en 1990, se hallaba en Estados Unidos invitada por la Universidad de Arizona, empezó a sentirse mal. Al regreso, le diagnosticaron cáncer de mama. La operaron y fue a restablecerse a un balneario en Caldes de Malavella, mientras tomaba notas para un libro que se iba a titular "La novelista asesina". Amigos que la visitaron en Caldes explican que se sentía algo decepcionada por encontrarse con una enfermedad como aquella de sopetón, a pesar de que se hacía controles anuales. Pero confirman que si bien era consciente de la gravedad de la patología y sufría mucho con las terapias más de choque, no pensaba que fuera a morir; "el trato con ella era sereno, hablaba tranquilamente", dice Joan Rigol.

Josep Maria Castellet lo corrobora: "Recuerdo que cuando la visité en la clínica del Pilar, yo era consciente de que era la última vez que la veía. Tenía respiración asistida, pero su conversación era absolutamente normal, lo que me hizo creer que ella no pensaba que se moría. Salí de la clínica absolutamente ‘fotut’". Vázquez Montalbán evoca que la última vez que la vio fue en una manifestación contra la guerra del Golfo, donde iba acompañada por una amiga que la ayudaba a caminar.

Su entierro fue multitudinario, consecuente a su popularidad, y se aplaudió emotivamente el féretro. Montserrat Roig no volvió a ver la luz de la galería del Eixample, "aquella galería detrás de la cual estaban sus antepasados", en palabras de Joan Rigol. La persona que hoy vive en el que fue su piso se ha preocupado de mantener su espíritu con la música que a ella le gustaba: Brahms, Verdi, Shostakovitch... Y una foto enmarcada de Montserrat Roig cierra los ojos ante la luz del sol que la ilumina todavía hoy en la galería.

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