Documentació
La espumadera literaria
Varias generaciones de escritores catalanes se han visto en la necesidad de reivindicar la obra de Robert Robert. Nacido en Barcelona en 1830, Robert hizo carrera como periodista en Madrid. Entre detenciones y barricadas (redactó crónicas parlamentarias, participó en alzamientos y pasó dos años en la cárcel por unas “quisicosas del rey y la reina”) escribió libros de títulos sorprendentes: “Los cachivaches de antaño”, “Los tiempos de Mari-Castaña”, “La espumadera de los siglos”. Su obra en catalán se reduce a unas pocas colaboraciones en la revista “Un Tros de Paper” entre mayo de 1865 y febrero de 1866. Algunas de estas prosas se reeditaron en la Biblioteca Popular l'Avenç con el título Barcelonines, Riba las recogió en un volumen antológico y Josep Janés las volvió a editar en los Quaderns Literaris, con una cubierta de Grau Sala que recreaba el espíritu del ochocientos, en la misma línea “camp” que en los años treinta inspiró los Poemes de promès de Sánchez-Juan y los versos de Copaltes i mirinyacs de Boix i Selva. Ahora es el profesor Enric Cassany quien se decide a rescatar los 27 artículos que Robert Robert publicó en “Un Tros de Paper”. Y mientras algunos se dedican a pasar el platillo, la reedición de Robert Robert parece a propósito para pasar la espumadera, eliminar flatulencias y compensar los excesos de pose con una lección de realismo. Los relatos de Robert Robert se sitúan en una tierra de nadie entre el artículo y el cuento, entre la crítica moral y la literatura amena. Robert construye ambientes, retrata tipos característicos, describe situaciones simultáneas y, a través de ellos, ridiculiza los buenos deseos del Año Nuevo, denuncia el miedo irracional al cólera o explica gráficamente cómo se forma un bulo. Acostumbra a abrir fuego con una frase contundente que desgrana mediante fragmentos de diálogo, cartas y discursos. No todo es “vuitcentista”. Cuando se toman las “barcelonines” desde la memoria reciente de lecturas de clásicos contemporáneos, saltan las coincidencias. Un artículo sobre melones, la dificultad de escogerlos, y la fauna de los aficionados a esta fruta (los gestos mediúmnicos con que palpan y sopesan), está montado con las mismas imágenes y argumentos que utiliza Josep Maria de Sagarra en “L'enigma”, una crónica soberbia, recuperada por Narcís Garolera en L'ànima de les coses. Las estampas del veraneo en la torre (“Lo diumenge... a fora!”) anticipan al Ors de La ben plantada y “Les esparragueres”. Y la “Correspondència del temps” (los que han huido de la ciudad por el cólera escriben a los que se han quedado, y viceversa) recuerda las famosas misivas entre Laia i Sumpta, desde Prada y Barcelona, en El dia del senyor de Quim Monzó. Cada generación ha leído a Robert Robert desde una perspectiva propia. Cassany propone un enfoque filológico, lo presenta como un padre del catalán moderno y cita toda una página de Pla en la que con el pretexto de ensalzar a Robert se desmerece a mosén Cinto. Yo creo que debería recuperarse a Robert desde una reivindicación orgullosa del costumbrismo. Considerado como un género popular, necesario, aunque de escasa solvencia literaria, el costumbrismo es una buena escuela. En los últimos años he leído cosas que me gustan mucho. En las Escenes barcelonines de Emili Vilanova, por ejemplo, uno de los personajes bosteza contemplando los cuadros del comedor. El narrador aísla la imagen: visto a distancia el tipo en lugar de bostezar, ruge. Me gustan el retrato de “lo pinxo” y “la xinxa de fàbrica” de G. Xarel·lo en La Llumanera de Nova York. Y las Explicaderas del gall dindi de Pompeu Gener, con la cháchara del dependiente y la mulata. Me gustan L'Hostal de la Bolla de Miquel dels Sants Oliver y El català de la Manxa de Rusiñol, la historia de un anarquista incendiario y su hijo torero que, gracias a las memorias de Jaume Passarell, descubro que existieron realmente. Esta literatura se asienta sobre un fondo de verdad. Por su formato, por sus tipos perfectamente observados, por su rapidez y esquematismo, es un precedente del periodismo moderno y de las series de televisión. En la portada del primer número de “Un Tros de Paper”, en el lugar del precio, se lee: “Valdrá... lo que n'poguém tráurer”. Esta podría ser la divisa de una nueva promoción de escritores, críticos y editores, que no mantiene ante los clásicos la actitud pasiva y amedrentada de otras épocas. Se acerca a ellos sin prejuicios, los aborda como si fueran contemporáneos y los edita junto a las últimas novedades internacionales. Buen trabajo.
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