15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article aparegut a “El Cultural.es”, el 25/06/01 per Santos Sanz Villanueva

Hoy en día, con una producción editorial inabarcable, depende del puro azar el descubrir una voz valiosa nueva o poco conocida. A la suerte debo atribuir el hallazgo de una novela de primera categoría firmada por un narrador sin renombre. Escribo, pues, este comentario con la alegría proselitista de decir cuánto he disfrutado con El peso del aire, de A. G. Porta (Barcelona, 1954), que tiene en su haber un par de títulos publicados. Estos antecedentes explican la madurez y destreza de esta obra de A. G. Porta que tiene los ingredientes de la mejor ficción: amena, sencilla, escrita con estilo eficaz, construida según un plan muy bien pensado y de hondura auténtica. Por dar una pista de un tipo de relato vinculable con ella, diría que está en la estela del mejor Marsé, el Marsé profundo y entretenido. No resulta fácil describir la línea anecdótica de El peso del aire sin causar serios perjuicios a una de sus cualidades: una trama de suspense dosificada con pulcritud, sin apenas efectismos y que constituye como el trasfondo sobre el que se proyectan unas cuantas historias de ambiciones humanas. Por ello me ceñiré a señalar que la novela desarrolla los comportamientos de un puñado de personajes relacionados con un joven que muere el mismo día en que celebra su despedida de soltero. No es en sí misma la intriga, muy lograda, el elemento predominante en el relato, aun teniendo en él gran importancia. Lo sustancial es la presentación de lo que podríamos llamar los sueños humanos. Con esta fórmula un poco vaga englobo el variado espectro de ambiciones, quimeras,realidad vulgar o desencanto que encarnan una docena de personajes. Todos están bien concebidos y plasmados, con conveniente complejidad. Los protagonistas: el círculo de personas cercanas al difunto. Pero no menos algunas figuras complementarias de enorme fuerza y peso en la narración: la madre, el policía de gran densidad a pesar de su escasa actuación, el dueño del bar, marcado por su afición al Trivial (convertido en un gran acierto funcional)..., y, sobre todo, alguien que no llega a aparecer en la superficie del texto, pero que lo domina por entero, el padre ausente. Esos sueños se emparejan con múltiples acciones que desfilan por el libro constituyendo un conjunto de interesantes peripecias, presentadas en unidades fragmentarias (no hay capítulos) que producen el efecto de un ritmo lento e intenso. De aquéllas se desprenden diversos resultados: egoísmo, miedo a la soledad, parálisis por los fantasmas del ayer, ambiciones ilusas, equívocos, etc. En suma, un amplio abanico de registros psicológicos, acompañado de un extenso repertorio de contrapuestas actitudes sentimentales: la novela acoge lo mismo las albricias del amor que la melancolía del desencanto. Las anécdotas parecen proyectarse hacia un motivo central, la frustración de un muchacho, un camarero de origen humilde, metido en un entorno de lujo. Con ese asunto se engarzan un puñado de temas que afloran al discurrir de los hechos y que terminan por darle a la novela una notable densidad de preocupaciones que no se presentan como conflictos acentuados: la personalidad, la verdad y la mentira, el fatalismo, los espejismos de la realidad... No se entienda que se trate de un relato ensimismado, sólo de finuras psicológicas. Tiene El peso del aire, también, una notable percepción del marco histórico y colectivo en el que sucede la anécdota, y de los condicionantes de clase que afectan a los personajes. Pero en todo momento éstos poseen una definida individualidad que hace verdadera la amarga lección última del libro. Este viene a ser una pura constatación del crudo triunfo del fracaso. Porta echa por tierra la esperanza de que nuestros sueños se cumplan con este emocionante documento imaginativo.

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