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Documentació

Benjamin, el reportero filosófico

Article publicat a “El País” el 22/07/2006 per Jose Luis Pardo

Si quisiéramos hacer una analogía, podríamos decir que Walter Benjamin es a la filosofía contemporánea algo parecido a lo que Franz Kafka es a la literatura moderna. Este último, con toda su singularidad y lo desconcertante de su estilo, ha escrito algunas páginas -como las de La metamorfosis y El proceso o las de muchos de sus relatos breves, como En la colonia penitenciaria o Informe para una academia- que se han venido repitiendo como referencias privilegiadas de nuestra cultura desde que se hicieron públicas, porque han logrado alcanzar alguna fibra profunda y vital del tiempo presente; y asimismo hay artículos de Benjamin -el fragmento dedicado al Angelus Novus de P. Klee o sus ensayos sobre Baudelaire, sobre el París del siglo XIX o sobre La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica- que, en no menor medida que esos textos del judío de Praga, se han convertido en "obras de culto" en la literatura intelectual contemporánea de toda condición, insustituibles a la hora de describir ciertos fenómenos esenciales de nuestro mundo. De Kafka podría reconocerse que, aunque no tiene la envergadura épica de un Thomas Mann o la ambición de un Robert Musil, y aunque nos ha legado una obra fragmentaria y parcialmente inacabada, tiene sin embargo algo de lo que se diría que esos otros carecen, una suerte de afilada agudeza intelectual, de misteriosa ingenuidad o de capacidad para mirar las cosas en toda su extrañeza que hace a sus textos a la vez imprescindibles para nuestra propia comprensión de lo moderno e inequívocamente conectados con la tradición más potente de nuestras letras. Tampoco Benjamin, cuya obra es igualmente fragmentaria, incompleta y heterogénea, tiene la complexión sistemática de Max Weber o la pretensión de Adorno, pero no puede ocultarse que el judío de Berlín también posee una rara cualidad como escritor y ensayista en el sentido más honroso del término, una prodigiosa capacidad de acertar y una exquisita sensibilidad para detectar las novedades. Y ambos tienen en común el ser inclasificables. Por ejemplo, cada vez que intentamos adscribir a Benjamin al marxismo o integrarlo en el complejo de la "Teoría Crítica" patrocinada por la Escuela de Francfort, nos olvidamos de las especiales resonancias que en sus trabajos adquieren vocablos como "dialéctica" o "materialismo histórico"; cuando intentamos explicar sus rasgos literarios a la luz de la tradición mística del judaísmo, nos asalta su espíritu burlón y heterodoxo de coleccionista de imágenes de la poética canallesca del capitalismo. Ahora bien, hay un punto en el cual el lector patrio se arriesga a confundir el carácter inacabado, problemático y múltiple de la escritura de Benjamin con el modo errático, catastrófico y desmochado que ha seguido en España la política editorial relativa a ella. Por eso es de celebrar la iniciativa de editorial Abada, que promete reunir sus obras en una colección que ponga coto a tal dispersión.

Esta edición nos presenta tres textos de Benjamin: El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, 'Las afinidades electivas' de Goethe y El origen del 'Trauerspiel' alemán. Tres textos en los cuales, pese a las autolimitaciones impuestas por el género, Benjamin fragua un estilo de reflexión sobre la literatura y la cultura que asume una herencia cultural inmensa -que no dejó nunca de llevar sobre sus espaldas, incluso en los momentos en que su pensamiento puede parecer más liviano o más audaz- al tiempo que observa con perspicacia a su alrededor y se cuestiona el modo de continuar en el presente ese uso intelectual tan arraigado en el espíritu europeo que apenas se resume con el humilde vocablo crítica. A pesar de que la peripecia biográfica de Benjamin pudiera parecer a primera vista jalonada de fracasos personales -que muy a menudo se debieron a la adversidad de las circunstancias y a la originalidad de sus planteamientos, pero que también se relacionan a menudo con su carácter dubitativo e indeciso-, tales dificultades son un testimonio de que estaba inventando una nueva figura intelectual, una suerte de "reportero filosófico" especialmente adecuado a los tiempos que nos toca vivir y difícil de mantener en los que a él le cayeron en suerte, un tipo de escritor al mismo tiempo inédito y clásico. Y, como alguien ha dicho, nunca se inventa si no es urgido por una necesidad acuciante: Benjamin tuvo que sacarse de la manga (de la intrincada manga de la larga herencia que soportaba) un modo distinto de ser intelectual porque aquel que aún subsistía en su juventud ya se había desfasado cuando irrumpió el siglo XX. Conocía como pocos la historia cultural europea. Despreciaba como muy pocos la ciega adoración del futuro que rige el concepto más vacío e ideológicamente desgastado de "progreso" en cuyo nombre se quiere acallar el dolor de las víctimas de la historia. Retrató como nadie la estética desarraigada y desastrada de la vida industrial, cuyas ilusiones y desdichas compartió hasta el final. Captó antes que muchos las señas distintivas de las nuevas guerras, de las formas de colectividad social contemporáneas (la estetización de la política y la politización de la estética), la naturaleza de los nuevos medios de difusión y de las artes de masas. Y fue de los primeros en atisbar el tejido de la ciudad como un mensaje cuyo desciframiento es una forma de habitar el entorno urbano. Supo mejor y más pronto que otros que vivía en un tiempo en que el estudioso no podía optar entre el modelo de Montaigne y el de Descartes, un tiempo en el cual se exigía tanta claridad como sutileza para orientarse entre los nuevos fantasmas emanados de la atmósfera obsesiva de las mercancías. "Nos hemos hecho pobres", escribía en 1933, "hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos que su valor para que nos adelanten la calderilla de lo actual". La crisis económica está a las puertas y tras ella, como una sombra, la guerra inminente. Aguantar es hoy cosa de los pocos poderosos... Los demás, en cambio, tienen que arreglárselas partiendo de cero y con muy poco... Se preparan para sobrevivir, si es preciso, a la cultura". Él no se pudo contar en el número de los supervivientes (también en esto como Kafka, apenas superó los cuarenta). Nosotros, sí. Hemos sobrevivido a la cultura. Somos, lo sepamos o no, lo queramos o no, nos guste o no, los nuevos bárbaros que Benjamin anunciaba. Esto es, probablemente, lo que convierte su lectura en algo de lo que no podemos privarnos.

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