Documentació
Valentí Puig reúne en un único volumen sus dietarios entre los años 1970 y 1984
“Tengo 53 años y puedo afirmar, sin querer hacer literatura, que sólo he querido ser eso: alguien que escribe en un restaurante y, si puede, bebe una botella de champán francés.” Quien así habla es Valentí Puig (Mallorca, 1949), que presentó ayer en Barcelona Porta incògnita (Destino), la unión en un solo volumen de los dos dietarios que había publicado anteriormente, Bosc endins y Matèria obscura, que abarcan desde 1970 a 1984. Puig dice: “No he pretendido ser escritor, sino alguien que escribe, solo, y vive la felicidad de saberlo”. Escribir a diario unas líneas hace que este escritor y periodista encuentre a veces “un instante de precisión” que le permite “permanecer al margen por segundos del destino que va marcándose en nuestro rostro”. Porque “lo importante no es la importancia de aquello que escribes, sino escribir, escribir para saber el valor de las cosas. Para ser otro, más ágil y atrevido”. El dietario de Puig es temáticamente muy diverso, y está centrado en el gozo y la angustia de vivir. Para su autor, “la vida es insomnio y caos, y tal vez la literatura sea eso, poner un poco de orden, yo me ahorro con ella mucho gasto farmacéutico en Prozac. Pero, en este país, al hablar de orden la gente piensa en la guardia civil, que, por cierto, tan bien lo hace últimamente”. La lectura del volumen muestra una sorprendente coherencia. Y es que “ya de muy joven, en 1968, de una manera intuitiva, vi la primavera de Praga como el acontecimiento de aquel año, y no la charlotada del mayo francés... A principios de los 70 me fui de profesor de español a Irlanda del Norte, en el peor momento del conflicto, en un estado de guerra civil, y por eso, al contrario que otras personas de mi generación, desarrollé la profunda convicción de que la seguridad y la libertad son dos cosas indisolublemente unidas. En España se creía que, a la muerte de Franco, se daban las condiciones objetivas para una revolución perfecta, pero yo tomé partido por la restauración monárquica”. El conservadurismo de los textos de Puig es razonado, amable, a menudo más humano que político, y capaz de conseguir que el lector se sorprenda experimentando empatía hacia ideas que creía lejanas a él. “Es que afirma la mayoría de la gente es conservadora, lo que sucede es que no lo sabe. Casi toda nuestra socialdemocracia es conservadora, por ejemplo. Pero las personas conservadoras que yo he conocido, como Josep Pla, eran seres nada convencionales, y sus críticos de izquierda eran las peores beatas, forjados en el ‘escoltisme’ y Montserrat, dos grandes ortodoxias.” Sobre la polémica acerca del catalán literario, cree que “el noucentisme fue un gran modelo como empresa cultural, pero no lingüístico. El gran modelo de la lengua es el posnoucentista, Pla y Espriu. Con esa lengua, se pueden hacer muchísimas cosas, aunque no tantas como con el francés de Proust. Pero el problema real es la depauperación del catalán audiovisual, un ‘patois’ desarticulado y falto de precisión”.
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