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Documentació

Ulises en alta mar

Article aparegut al diari “El Mundo” el 26/06/02 per Ricardo Senabre

Un narrador sexagenario, Lluís Arrom, periodista influyente y bien relacionado con los círculos del poder político, despliega en su relato diversas facetas de su historia personal, que incluyen el pasado –nacimiento, infancia y adolescencia en Baleares, traslado a Barcelona y ascenso social–, el presente –inesperado espejismo amoroso que reconstruye la antigua historia del viejo y la niña y añade un crucero amistoso por el Mediterráneo gobernado por el recuerdo de Ulises— y hasta el futuro, si tenemos en cuenta los proyectos políticos inminentes para los que se cuenta con la colaboración esencial de Arrom en el gobierno catalán.

Estos diversos planos alternan a lo largo de la novela con diferente intensidad y dan lugar en ocasiones a vívidas páginas evocadoras o a extensas digresiones sobre la política, el arte, la literatura o el perfil caracterológico del narrador, cuya formación intelectual le permite hablar con la misma autoridad de Homero, de Pisanello, de Goethe o de la situación política. Acaso el torrente de cultura destiñe en exceso sobre la narración y la inmoviliza. En conjunto, la novela está bien planteada, y las diversas historias convergen hacia un final que, marcado por la muerte súbita del padre, determina también el final de otras situaciones: el crucero, la fugaz aventura amorosa de Lluís, su situación distante con respecto al hijo e incluso la proyectada carrera política, hasta que el personaje, recogiendo en las últimas palabras de la novela el paralelismo con el Ulises homérico, encuentra el último elemento identificador: “Ulises es al fin un hombre solo en alta mar” (pág. 249).

Lástima que la historia, bien concebida como tal, se resienta en su transformación narrativa por culpa de una profusión de datos e informaciones inertes que no añaden hondura al relato y acaban lastrando su desarrollo. La prolijidad de muchos pasajes, desde los primeros tanteos de etopeya (pág. 15) hasta los recuerdos de Orlandis (pág. 41) o el viaje en tren (págs. 44-45), anuncia muchas escenas y diálogos que hubieran necesitado una poda concienzuda. Junto a esto, la misma prosa incurre a menudo en un envaramiento que da lugar a expresiones muy mejorables. Así, en “la silenciosa y angelical silueta del velero” (pág. 95) podría aceptarse el segundo adjetivo, pero ¿existe acaso alguna “silueta”que no sea silenciosa? En “los desorbitados chirridos de las ruedas” (pág. 44), la calificación parece excesiva. No se entiende bien una caracterización como “había sido un hombre de un cierto vigor y sobre todo de una sólida intencionalidad” (pág. 89). Otras veces, la misma construcción flaquea: “Me domina una pesada sensación de sobrar, de superfluo global” (pág. 56). Es difícil saber, si ciertos deslices idiomáticos son imputables al autor o a la traducción, pero el hecho es que mancillan la escritura: “una alma” (pág. 19), “através suyo” (pág. 50), estiramientos léxicos como “marginalización” (pág. 40), impropiedades como “reseguía los pasos del gótico” (pág. 53), utilización de a través de por “mediante” (págs. 18, 46, etc), y hasta alguna huella de la sintaxis catalana: “Como que no existen reglas fijas, todo se convierte...” (pág. 79).

Porcel es un escritor culto, repleto de ideas, con innegable talante lírico, que aflora sobre todo en las evocaciones sensoriales. Pero en este caso ha construido una novela desigual, en la que ni siquiera aspectos esenciales como la iniciativa de Gabriela al acercarse a Lluís Arrom, o las relaciones entre éste y su hijo, quedan satisfactoriamente justificados, y, sobre todo, con una equivocada selección de elementos, más centrada en desarrollar motivos irrelevantes que a profundizar en lo esencial e indispensable. Este desequilibrio y la prolijidad expresiva reducen el interés de la historia que plantea Ulises en alta mar, aunque permanezcan en pie, como sucede en muchas de las novelas en las que predomina una carga intelectual, un conjunto de ideas brillantes y de sugerentes observaciones.

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