15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Mallorca Connection

Article publicat al diari “La Vanguardia” el 10/03/2004 per Julià Guillamon

Desde el año 2000, Baltasar Porcel ha publicado dos novelas que quedarán ­El cor del senglar (2000) y L'emperador o l'ull del vent (2001)­ y ha recuperado algunas de sus aportaciones a los géneros más populares: gran reportaje (Els xuetes mallorquins, 2002), cuentos (Les maniobres de l'amor, 2002), entrevistas (L'àguila daurada, 2003). Si yo fuera editor estaría desesperado con la falta de atrevimiento, ambición y carisma de los jóvenes escritores catalanes, elementos que en Porcel se dan sin esfuerzo, como parte de un temperamento vital. Este año va a cumplir 67 y, en lugar de recluirse en la comodidad de mundos conocidos, inaugura un nuevo campo de exploración. Los cambios políticos de los últimos meses han variado su posición en el tablero. Lola i els peixos morts y Ulisses a alta mar eran novelas escritas desde el antifranquismo y el catalanismo. Helios, el protagonista de Lola i els peixos morts, podía ser un fanfarrón y un tarambana, pero cada gesto suyo tenía la virtud de amplificar, deformándolo, el paradigma ideológico en el que Porcel se ha venido moviendo desde que llegó a Barcelona y Ermengol Passola le dio el primer cuartel. Hibernado el pujolismo, las voces críticas que lo rodeaban pierden parte de su razón de ser. Es el momento de despegarse un poco, ver las cosas desde la distancia y, quizás, de articular la gran trilogía sobre el franquismo que viene anunciando desde hace tiempo. Olympia a mitjanit es ya algo distinto. Un retrato de la sociedad mallorquina en trance de convertirse en una borrosa tribu aborigen. Como referentes de esta novela se hablará de Mort de dama, La cartuja de Parmay La hoguera de las vanidades. Yo la leo junto a Societat limitada de Torrent y al Purgatori de Mira. Estos tres libros han roto el pacto de silencio de la novela catalana, se han instalado en la realidad, sin prejuicios, y la retratan, entre perplejas y apocalípticas. Su diagnóstico señala un proceso de corrupción interna, que Mira compara con el cáncer de pulmón y que Porcel asocia a extrañas deformaciones (jorobas reblandecidas, malformaciones óseas que recuerdan la forma de las grúas de la construcción). La ruptura de la cadena de transmisión cultural, la aceleración de la vida, la voracidad depredadora, provocan un malestar agudo, que en el caso catalán se funde con la conciencia de etnia minoritaria y vencida, incapaz de gestionar su futuro. Porcel es un materialista lúcido que cree que “la mesura de l'Univers radica en el cor i en la fam de l'home i no en la geografia”. Pero ninguna de sus anteriores novelas transmitía este sentimiento de orfandad. La trama está montada en torno al personaje Olympia, una islandesa madura y prieta que vuelve a Mallorca después de treinta años. Para su amiga Marika, para el esperpéntico Sinibald Rotger, para el lector que espera su llegada a lo largo de 250 páginas, Olympia representa la oportunidad de contemplar la realidad de la isla en un espejo moral. La Mallorca que conoció cuando era niña, y correteaba por caminos de carro, era una sociedad estable, con una aristocracia que hacía remontar sus orígenes hasta la reconquista, distribuida en torno a la Seu y en “possessions” por toda la isla. Vivía en la pobreza, entregada a una fantasmagoría secular. El beato Ramon Llull, las “rondalles mallorquines” y el Pi de Formentor componían un difuso marco de referencia, sin prejuicio del inconmovible españolismo. Treinta años después la motorización y el turismo han suprimido estos valores. A la Seu le ha crecido una autopista de circunvalación. La isla está completamente tapizada de hoteles y chiringuitos, y sólo algunas “possessions” continúan en manos de sus antiguos propietarios, personajes estrafalarios y enloquecidos, que se resisten a la parcelación y las casas adosadas. Cualquier alternativa al cemento y la sangría, si existió, se ha esfumado. Ahí están Marcel·la y Sinibald, propietarios de una galería de arte medio hippy que ahora vende bikinis fluorescentes, cerámicas “quiques” y sombreros mexicanos. En esta transformación, ¿los mallorquines han sido víctimas o agentes? ¿la zarza monstruosa es fruto de una semilla alienígena o la pura expresión del carácter mallorquín? En definitiva, ¿“Mallorca es mor o es refà inflada de pessetes”? Para responder a estas preguntas Porcel reúne a un poderoso equipo: un canónigo, un militar, un notario y tres empresarios: el de la tradición insular, enriquecido con la almendra y un poco mecenas (espera resucitar la Companyia Mallorquina d'Òpera, pero pagando el Govern Autònom); el constructor Bartomeu Bosch i Bauzà (uno de los mejores personajes, con su pragmatismo empresarial y su mallorquinismo fluctuante); y Xisco Torres, nacido en el desastroso barrio del Jonquet, un chaval con suficiente visión de la jugada para no quedarse de camarero. Junto a ellos, las mujeres, ajadas, insatisfechas; los abuelos decrépitos y desubicados; y los hijos inconsistentes que se hacen hippies, se vuelven contestatarios, o travestís, o se matan en un Audi de dos plazas. La novela se presenta como una farsa, que puede derivar hacia la comedia de vodevil, con tetudas y señores saltando en camiseta y calzoncillos. Y que a menudo adquiere negruras de humor terrible, con media docena de tipos descerebrados, decapitados y capados. A diferencia de los libros anteriores, protagonizados por un álter ego del autor, “Olympia a mitjanit” es una novela multifoco, en la que ningún personaje se parece del todo a Porcel. A través de las reflexiones de unos y otros (hay más de una docena de respuestas a la pregunta “¿qué es Mallorca?” distribuidas por el libro que se complementan y responden) se articula una trama compleja y estimulante. La novela alcanza el cénit en la oposición entre Ambrosi Pujolar y Petit París, que interpretan dos visiones de la historia y de la vida, equivalentes a las que en la novela anterior encarnaban Fleury y Grapain: fatalismo determinista y escepticismo cordial. El capitán Baltaró (otro gran personaje, que a mí me recuerda al “oncle” Baltasar Guillem de les Cases Velles de El cor del senglar) reúne las dos visiones en una fábula extraordinaria, una defensa de la ficción como método de conocimiento, como forma de liberarse de los fantasmas personales y de construir la propia identidad. Una vez más: “chapeau!”

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