15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

“Catalunya ha topado con la dura realidad”

Entrevista publicada al diari “La Vanguardia” el 10/03/2004 per Enric Juliana

Baltasar Porcel (Andratx, 1937) publica una nueva novela. Olympia a mitjanit habla de Mallorca y de la confusión de nuestros días. Después de El cor del senglar (2000) y L'emperador o l'ull del vent (2001), Porcel regresa con un relato de lo contemporáneo, divertido, sarcástico en algunos de sus pliegues, y con ideas, también, cuyo rastro es posible identificar en sus notas periodísticas más recientes. Quien firma esta entrevista no tiene inconveniente en reconocerse “converso” ante la figura de Porcel. No es obligado estar de acuerdo con sus enfoques. Ni es necesario compartir todas sus opiniones, zigzagueantes, como ajenas a un cuerpo doctrinal preestablecido. Basta con reconocerle como uno de los grandes y saber leer en su mirada, que no es la del catalán medio, una invitación al realismo ideológico. Al reconocimiento del terreno, a la franca admisión de la brusquedad de la vida, más allá, o más acá, de la idealización.

“He querido convertir Mallorca ­nos explica en su estudio de Valldoreix­ en paradigma de una sociedad y de un mundo cambiantes. Vivimos inmersos en un franco barullo mediático, móvil y abudante, que ha sustituido la vieja idea de apocalipsis que antaño provocaban los cambios. Del apocalipsis hemos pasado a una idea de exaltación lúdica, ya que el sistema nos asegura algún tipo de trabajo, una cierta felicidad, mucho festival de música y la televisión, un ambiente generoso y lúdico que todavía aumenta más la confusión.”

¿Novela, pues, de un cambio social?

Antes, la sensación de que la tierra temblaba bajo tus pies te hacía estar alerta, te obligaba a buscar, a indagar, mientras que ese ambiente dulzón actual te deja inerme. El resumen de todo ello podría ser el chico joven que vive la gran alegría del momento, pero que no tiene un trabajo definitivo, ni piso. Este cuadro en Mallorca todavía es más acusado. El sistema ha crecido tanto que nos deja en minoría y desvalidos; ya no podemos dirigir nada. Hace cincuenta años, treinta, quizás, parecía que a través de la voluntad personal, con astucia o con inteligencia, se podía alterar el sistema o colarte en él con libertad; ahora es muy dudoso que sea posible. Mi novela habla de Mallorca, un territorio acotado, histórica y geográficamente, que conozco bien, y a la que veo como una parábola del mundo de hoy. Pero ésta es sólo la parte filosófica del libro. Luego está la parte humana y la novelística. Aunque en Catalunya vivimos instalados en el confortable tópico del centralismo, España se ha regionalizado. Madrid es hoy mucho más potente, pero aquel viejo mundo provincial ha ganado densidad, espesor, vida propia y confusión también...

Valencia está produciendo interesantes relatos novelísticos al respecto (Ferran Torrent, Joan F. Mira...). ¿Ahora Mallorca?

Es cierto lo de la regionalización. Con las autonomías ha habido una liberación formal de energías. Energías de nuestro tiempo, cuya fuerza supera la constitución y el objetivo de cada territorio. Pero yo no hablo tanto del entramado político-económico de Mallorca, aunque esté, como del signo de la época. Así, mi novela tiene algo que ver con La Cartuja de Parma, de Stendhal, donde se narra lo que ocurre en el norte de Italia a principios del siglo XIX, un lugar en el que todo bulle, un cambio de época en el que todo se mueve, donde la vieja estructura ya no sirve y se desatan las pasiones personales. La Cartuja de Parma es una novela fundamentalmente divertida. Creo que Olympia a mitjanit también es muy divertida, plagada de diálogos e ironía. Y quizá haya otros dos puntos de referencia posible: La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe, que a través de Nueva York nos habla de una sociedad desbordada, y La febre d'or, de Narcís Oller, que retrata una Barcelona desbocada por la ganancia de dinero, los caracteres de la gente...Un planteamiento sobre una época queda muy superficial si sólo se basa en una filosofía y no surge de las entrañas de la gente: las entrañas históricas, culturales, emocionales... Valencia, Mallorca...

¿No se plantea novelar el complejo cuadro en movimiento que es hoy Catalunya, seguramente más denso y quizá más enloquecido?

Es una novela que tengo empezada y se titula Els anys de la rata, que quizás no sea el nombre definitivo. Aunque veremos que pasa... ¿Una novela de ideas (de “ideies”, que decían nuestros padres) o de personajes? Creo que toda gran novela o novela de verdad debe tener cuatro elementos: personajes y argumento, una sociedad que los enmarca, una filosofía que le confiere un sentido y un idioma entendido como como clave expresiva para penetrar en el ser humano. Con Olympia a mitjanit he trabajado con esta idea y es la primera vez que lo hago tan globalmente, lo cual no quiere decir que sea mejor que mis novelas anteriores. Y sin renunciar a las ideas es muy divertida, muy movida, insisto, los personajes componen una sociedad entera a lo largo de 60 años ­desde la Guerra Civil­ en sus diversas capas: curas, nuevos ricos, aristócratas, hippies, turistas, políticos, madrileños, payeses, jóvenes, viejos... Pero a la literatura catalana actual parece que le da pereza o miedo entrar a saco en la realidad del país; parece contentarse con su virtualidad. Domina el culto a las “ideies”, el juego metafórico; el discurso intelectual que circula por vías laterales. Y en otro extremo, y cada vez más, el minimalismo de lo cotidiano y la consiguiente “conyeta”, una mentalidad de adolescente entre perplejo y “emprenyat”, que se ha convertido en moda: se propaga como si fuese la nueva ideología nacional. En la literatura catalana hay un problema que no es de calidad, ya que hay diversos escritores que lo hacen muy bien; es tan buena actualmente como la francesa, la italiana o la española, salvando las proporciones demográficas; discutir esto es tonto o insidioso. Pero es una literatura que sufre el problema de Catalunya. El escritor en catalán se halla, quizás sin proponérselo, en el interior de un núcleo mental y anímico que le obliga a rechazar España y su cuadro de referencias, el franquismo, el Estado y otras tantas cosas, con razón y sin ella. Y esto le comprime. Porque, a la vez, Catalunya se halla en España y no puede proporcionar al escritor un marco amplio y soberano como el español, pues estamos ahí marginados. Digamos que navegamos a media vela y con el viento en contra. Tenemos más calidad que posibilidades.

En su columna diaria en “La Vanguardia”, usted ha publicado recientemente algunos apuntes sobre el momento catalán que me han parecido muy sugerentes. En uno de ellos, definía la herencia política de Jordi Pujol como un “espacio nacional judaico”.

Sí. “El año que viene en Jerusalén”... Pero, más que a Jerusalén, parece que vamos en dirección a Jericó..., ¡ya suenan las trompetas...!, hace semanas que se oyen. Y los muros de la ciudad ideal parece que se resquebrajan...

¿Qué veremos detrás de ellos?

Son las grietas de la realidad. El catalanismo se ha dado de bruces contra un muro a través de la política. El catalanismo cree que la redención es política, y cada vez que lo intenta se la pega. Pero, en cambio, tiene dos puntos fuertes. Uno es la capacidad de crear riqueza, riqueza social: Catalunya es un lugar en el que todavía hoy se cree posible la movilidad social ascendente, cosa que en España apenas ocurre con tanta intensidad y que en Mallorca ocurre de una manera entre voluptuosa, mísera y alocada. La otra es la riqueza cultural. La cultura es reto, indagación, la pasión de convertir el magma del ser humano en creación. La cultura ha creado un espacio ideal catalán, pero que no tiene su correlato político.

Explíquese

Me explicaré: la burguesía catalana ayudó a crear el espacio ideal catalán y a la vez pagó la restauración borbónica a cambio de proteccionismo económico. Estaba en el digamos centro neurálgico. Porque la política requiere un espacio de actuación institucionalizado, y es ahí donde aparecen los problemas, pues el nuestro es hoy un espacio político secundario, que tiene la cultura debajo de él y entonces la ahoga tanto como la jalea. La caída de Jericó puede ser entonces muy dolorosa. Creo que durante el franquismo, Catalunya generó paradójicamente una formidable idealización del país: nadie tenía nada, se nos perseguía, pero existía una gran Catalunya idealmente soberana. Jordi Pujol, que viene de ese mundo, trasladó esa idea a la política, a través de una serie de artilugios en los cuales la imagen legitimizada era siempre el espacio ideal o virtual, mientras que el espacio real quedaba disimulado, como accidental. En el momento en que ese proyecto acaba ­dejemos ahora aparte las causas­ e irrumpen otros sujetos sociológicos e ideológicos, que quizás no son más realistas que el de Pujol, pero que en conjunto quizás sí lo son por sus vínculos sociológicos, por su composición social, se produce una fuerte irrupción del espacio real en la política catalana, el ideal estalla, y es todo tan fuerte que ni siquiera lo pueden dominar quienes hoy gobiernan. Por ello, hay ahora una gran sensación de que todo está siendo fulminado. Pero ¿se está recomponiendo? Y para bien o para mal. Aunque, ¿qué son o serán el bien y el mal?

El nuevo Govern de la Generalitat ¿es quien sopla las trompetas o más bien es la guarnición entrante, a la que le pueden caer las murallas encima?

El actual Gobierno tripartito de la Generalitat cree que la lengua no es la nación. Considera que Catalunya tiene dos lenguas, catalán y castellano, y no sólo de hecho, sino también de derecho, aun reconociendo la naturaleza del catalán como lengua propia, mientras que para Pujol y para CiU la lengua es la expresión sublime de la nación. En la práctica, por ahora todo es igual, nada sustantivo ha cambiado, la diferencia es de conceptos. Durante el mandato de Pujol podríamos decir que existían tres círculos entrelazados: un círculo español, un círculo catalán y uno intermedio y medio participando de ambos. Ahora el círculo exclusivamente catalán ha desaparecido: ahora hay el círculo español y el círculo intermedio catalán-español convertido en también único catalán. Estamos ante un cambio importante en la conciencia de las cosas. Pasqual Maragall habla de España, de una España en la que podamos estar todos, y Pujol basaba su discurso en la idea de que no nos queda otro remedio que estar en España. La diferencia es notable. Lo cual no quiere decir que Maragall no tenga razón: sociológicamente, Maragall tiene más razón que Pujol, mientras que Pujol tiene más razón de acuerdo con la tradición catalanista. Pujol es el que predica “el año que viene en Jerusalén”, y Maragall es el rey de los judíos que pacta con los romanos, no digo que sea Herodes porque no lo digo con desprecio.

¿Y la literatura catalana no puede abarcar ese momento tan extraordinario de tensión en el significado de las cosas? ¿Asistiremos a un cambio sin relato?

Es posible. La literatura catalana tiene un problema grave que, insisto, no tiene que ver con la calidad. Es un problema mental: la literatura catalana, como decía antes, vive con una máscara de hierro mental. Pla, Riba, Foix, Villalonga, Rodoreda no estaban dentro de ninguna máscara de hierro. Su gran preocupación era la creación. Lo que ocurre ahora es que los problemas ideológicos y políticos alrededor del concepto Catalunya dominan demasiado la mente del escritor, que siente la obligación de ser “progre”, catalanista, antiespañolista, antiderechista..., cosa perfectamente legítima desde el punto de vista ciudadano, pero que no tendría que ser una obligación artística, ni literaria. Pondré un ejemplo. En la literatura catalana actual no aparecen las clases dirigentes. La gran burguesía catalana o la clase poderosa española, que mandan en Catalunya, no aparecen en las novelas catalanas actuales. La verdad es que no deja de ser una cosa rara. Eso sí, seguramente aparece un guardia civil, para tomarle el pelo. Y esa ausencia se produce porque el escritor no domina la materia social ni humana sobre la que practica su creación, mientras le domina un imperativo, el imperativo catalanista. Estamos hablando de una ensoñación: lo catalán como categoría. Como el que desea más ser escritor que escribir, o ambiciona ser considerado intelectual, más que pensar. Desde el punto de vista artístico, ser catalán no es categoría de nada. Es una condición, pero no una categoría de la creación. Es al revés: con tu creación das categoría al mundo catalán. Verdaguer, Pla y Miró son más importantes para Catalunya que todos sus políticos juntos. El imaginario surge de la creación, no proviene de los despachos de la Administración. La cuestión es que la literatura catalana no puede producir una novela contra o al margen de la Catalunya ideal. A partir de aquí empieza un problema, que no es de calidad, sino de estructura: nos falta una gran dosis de verdad nacional global, aunque podamos ser nacionalistas, falta asumir el riesgo de la sinceridad y del realismo ideológico en la totalidad, cuando sólo lo hemos hecho con las clases medias, las bajas, los perseguidos. Yo he querido trabajar sin trabas. Con Olympia a mitjanit Mallorca está como lo que es o yo la veo, un magma presente y antiguo, variopinto, una gente, un mundo completo en sí mismo: actúo con ellos sin mediación ideológica o nacionalista, como materia humana y social que igualmente podría ser italiana o neoyorquina, ajena a cualquier voluntad política de salvar o condenar a nadie, de excluir. Y así me he divertido mucho. Me gusta el gozo de crear la frase, levantar el personaje...

Tornar