Documentació
Article publicat a “ABC” per Juan Pedro Quiñonero
Las relaciones de Josep Pla con la escritura quedaron fijadas, para siempre, muy temprano, cierta Nochebuena descrita en el Cuaderno gris, cuando el jovencísimo autor, antes siquiera de consagrarse al periodismo, mucho antes de llegar a pensar en publicar su primer libro, escucha con infinita melancolía la bulliciosa algarabía familiar, descubriendo que, en verdad, él está condenado a la diabólica manía de escribir.
Toda la obra de Pla prolifera y se explica a través de aquella primera revelación gloriosa y fatal: la literatura, o, más exactamente, quizá, la escritura, son la semilla y la arquitectura espiritual de un hombre, un pueblo; a través de la lengua establecemos, recreamos y prolongamos nuestra relación con la historia, la cultura y la materia espiritual que también forman parte de todas las cosas creadas.
A partir de ahí, las relaciones de Pla con la lengua, las lenguas, su cultura, las culturas, los libros, los autores, la obra toda de la civilización, son sencillamente indisociables. Cada palabra, cada obra, cada escritor, forman parte del universo estrellado de la creación. Y su interés último reposa en la parte que la escritura ilumina y juega en esa inmensa arquitectura espiritual, concepto que yo tomo de Juan Ramón Jiménez y utilizo muy libremente en mi libro sobre España.
Valentí Puig ha hecho realidad un trabajo inmenso e indispensable. Un diccionario que nos permite seguir el hilo de Ariadna de las relaciones de Pla con la literatura. Tarea enciclopédica y monacal, que Valentí cumple con autoridad ejemplar.
Pla dijo en infinidad de ocasiones que buena parte de su obra era una respuesta puramente laboral a la urgencia y exigencias del periodismo. De ahí, en ocasiones, su apariencia fragmentaria. Le cabe a Valentí el inmenso honor de haber compuesto y ordenado los distintos elementos de ese puzzle, para ofrecer, ordenados, con pulcritud, todos los materiales esenciales.
Valentí ya fue el primero y quizá el único en advertirnos de la dimensión política más alta de la obra de Pla, que, por momentos, posee la envergadura de Burke diseccionando los primeros meses de la Revolución francesa, o de Tocqueville contemplando el devenir de la democracia americana. Con varios matices capitales: Pla no sólo fue un testigo visionario de las consecuencias del putch bolchevique, la ascensión del fascismo y el nazismo, o la Guerra Civil española; esas páginas, memorables, sin duda, forman parte, no lo olvidemos, de un corpus mucho más vasto, como es, en su caso, la construcción mitológica de Cataluña.
El vulgarismo inocente de un Pla «realista», que se confunde con la tradición de sus primeros y no siempre más felices escoliastas, olvida e ignora que Pla, con mucha frecuencia, era capaz de inventarse, literalmente, por completo, personajes y paisajes, presentados, con malicia, como «descripciones» de realidades puramente imaginarias. El monumental Diccionario de Valentí quizá sea un instrumento indispensable, desde ahora, para intentar explorar los infinitos caminos y matices de la prosa de Pla, que también podía confundir al lector con su gusto pronunciado por la ironía, el humor, la más devastadora socarronería, el pudor de quien se refugia en la soberbia y la distancia para callar y proseguir su gloriosa, para nosotros, condena a la escritura.
Al final de ese majestuoso viaje se desemboca en el principio de todo. Los griegos, los historiadores romanos, Tolstoi, Stendhal, Chateaubriand, Leopardi, Baroja, Azorín, Cela (que Pla compara con Quevedo), Thomas Mann, Joyce, Proust, etc. Siendo lo que son los negocios del libro, la leyenda y la ignorancia han querido que las opiniones de Pla se conviertan en chismes librescos, de una prodigiosa nadería. Con el inmenso pudor y respeto que solo tienen quienes son capaces de generosidad y grandeza, Valentí nos ayuda de manera decisiva a reconstruir una realidad mucho más vasta y frondosa: en el caso de Pla, cada opinión, cada revelación, cada arbitrariedad, forman parte de un caudaloso río llamado a desembocar en el océano sin orillas de las relaciones entre el hombre, la historia, la memoria y la cultura.
Ante la tarea saturnal del tiempo y la historia, que todo lo devoran y destruyen, Pla opone la titánica tarea de la escritura, creando, a través de una prosa limpia, clara y cristalina, la realidad espiritual de nuevos mundos imaginarios. A través de la lengua, fingiendo su respeto por la realidad, siempre volátil y cambiante, Pla imagina y hace realidad el tiempo mesiánico de la resurrección, que no es sino la capacidad del verbo, el logos, la palabra, de salvar, crear, construir y reconstruir una arquitectura espiritual sin cesar amenazada por la historia y el paso del tiempo.
De ahí que Pla sienta verdadero espanto ante los escritores (grandísimos escritores, en muchos casos) que se abandonan o parecen abandonarse al cultivo del «yo» amenazado y versátil, perdido en un mundo y una civilización en crisis. Contra los trabajos y los días del tiempo saturnal de la naturaleza, Pla avanza la solitaria tarea de quienes creen en las virtudes morales de la lengua, a través de la disciplina arquitectónica y espiritual de la memoria y el estilo.
Buena parte de la gran literatura de la segunda mitad del siglo XX nos habla (¿cómo podía ser de otro modo?) de los inmensos cataclismos de la conciencia del hombre moderno, describiendo, con distinta fortuna, su errabundo descarrío. Ante esos insondables abismos sin fondo, la palabra del escritor titubea, vacila, y llega a precipitarse sin remedio ni socorro en la descripción atormentada y agonal de su más íntima confusión mental.
Esa tradición nace, muy groseramente, con el San Antonio de Flaubert, alcanza su punto álgido con el legendario monólogo final de Molly Bloom, y tiene infinitas expresiones posteriores. A través del trabajo sin par de Valentí, es posible confirmar, si alguna duda cabía, que Pla considera catastrófico el abandono a ese nihilismo suicida. Él prolonga de manera quizá única, entre los escritores en lengua romance, su confianza intacta en la palabra y la escritura. Contra el caos destructor y ciego, Pla opone el trabajo sin fin del heroico ejercicio solitario de la diabólica manía de escribir, tramando historias, buscando, encontrando, salvando, construyendo y reconstruyendo, sin cesar, los cimientos de la arquitectura espiritual que nos ayuda a descubrir la entereza de un hombre y un pueblo, afirmando su identidad, en cuarentena, frente a las fuerzas endemoniadas de la historia.
Pla hereda de los griegos su confianza en el cultivo de la tierra, con dolor e inmenso trabajo, contra la incertidumbre devastadora e imprevisible de la meteorología. Esa tarea sin fin de roturación de la lengua requiere el respeto y sometimiento a una disciplina arquitectónica, que viene, en su caso, de la casa romana, construida con áurea simplicidad marmórea.
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