Documentació
Todo en Pla fue dietario
Resulta curioso comparar estos dos libros -sendos homenajes a la gran figura de Josep Pla, el fundador de la actual prosa catalana y gran escritor en castellano también- entre sí, ya que, aunque su origen haya sido diferente, pues este segundo Dietario es suyo en su integridad, mientras el Diccionario es una antología de sus opiniones sobre literatura y escritores espigada de su obra por uno de sus grandes expertos, el autor mallorquín también bilingüe Valentí Puig, los resultados son muy similares, pues su relectura casi conjunta (ya los conocía en catalán) me reafirma en la idea de que toda la gigantesca obra del escritor ampurdanés no es más que un oceánico, universal y permanente 'diario' o 'dietari' en catalán como él mismo decía.
Pienso que ambos términos deben diferenciarse mejor, pese a que el influjo de Pla haya sido decisivo para extender el término catalán entre los escritores castellanos, que lo han difundido de manera abusiva. El 'dietari' se originó entre los cronistas medievales de la corona de Aragón y de ahí pasó a los libros contables de los mercaderes y comerciantes hasta pasar al castellano. Un 'dietario' en castellano como el 'dietari' catalán eran libros para anotar operaciones día a día, cronológicamente fechados como hacían en Francia los autores del género journal, donde descubrió Blanchot esa exigencia de fechas que nuestros di(et)aristas rechazan-, pero Pla lo utiliza con tal libertad, que entre nosotros ha desembocado en nuestro actual libertinaje, y que hasta ha merecido los aplausos de Jordi Gracia que le dedica un capítulo en su parcial, sabio, optimista y mendaz Hijos de la razón. Signo de estos tiempos en los que el mercantilismo nos domina y donde ha descubierto Mainer una deriva hacia la privatización de nuestra literatura. Bien, no sigamos más por ahí, confundamos diarios con dietarios para reconvertirlos en conjuntos de opiniones y ocurrencias sin parar, que es de lo que se trata al final. Lo que sucede es que, para empezar, Pla calificó como 'dietari' su auténtico dietario de juventud, el primero, el que, reescrito y titulado como El cuaderno gris (en bolsillo en Destino), ocupaba sus primeros años de 1919-1920, con el que inauguró en 1966 su obra completa y que traducido por Dionisio Ridruejo y su esposa Gloria Ros arrasó entre nosotros y ya ha sido incluido en el primer volumen de estos Dietarios, presentados por Arcadi Espada, y que el buen traductor Xavier Pericay nos acaba de completar. Las otras tres partes (Notas dispersas, Notas para Sílvia y Notas del crepúsculo) son las novedades absolutas que en castellano estos dos volúmenes nos aportan, aunque falten algunos 'dietaris' catalanes menores que no figuraban en la 'obra catalana' canónica. Pero, en fin, aquí está lo esencial de Pla en la materia, y subrayemos su evidente importancia y la corrección del trabajo presentado. Lo más disperso son las Notas para Sílvia, aunque, en fin, reclamando la debida separación entre diarios (para los castellanos) y dietarios catalanes, y protestando contra las confusiones cronológicas y la difusión de todo en el océano torrencial de ideas y ocurrencias que sólo el genio (de Pla) legitimará siempre, hay que decir que desde el rigor de El cuaderno gris al desorden de las Notas para Sílvia (con sus magníficas poesías narrativas y su gran 'un infarto de miocardio') hasta el arrasador conservadurismo (agnóstico y materialista siempre) de las Notas del crepúsculo, la lectura de estos dos gruesos tomos es una totalización del saber y del placer.
Lo del Diccionario Pla de literatura, seleccionado, ordenado y -bien- presentado por Valentí Puig es otra cosa: en primer lugar, no es de Pla (aunque se trate de sus textos), sino de Puig, quien le conoce bien, pero siempre lo orienta según sus gustos y en su propio sentido. En segundo lugar, sólo es un diccionario por su orden alfabético, y para terminar y diga lo que diga el seleccionador, Pla no era un crítico literario propiamente dicho. Opinaba (y de qué gran y excepcional manera) sobre escritores y libros sin parar, pero era tan antiacadémico, antiliterario, antirretórico y anticonvencional que exponía sus gustos sin matizar demasiado. Lo que más amaba era lo italiano, lo que más admiraba era lo inglés (no lo norteamericano) y lo que más conocía era lo francés, y dentro de ello sus moralistas, desde Montaigne a Pascal, de Joubert a Chamfort, hasta rescatar al final al gran Sainte-Beuve como tal, que ya era hora que alguien así lo proclamara en sus horas más bajas por culpa de un Proust que se excedió al defenderse antes de exponer su obra a un malentendido que nadie le había planteado, sin saber que hoy el triunfo de este último es total entre la historia y la crítica actuales. Pues entre Sainte-Beuve y el multiculturalismo sólo hay la nada. Pero la lectura de las lecturas y de las opiniones sobre libros, lecturas y escritores de Josep Pla, sin ser una verdadera crítica, es la historia de la vida de un (gran) hombre, entre palpitaciones, gustos, errores y aficiones tan vivas y vitales que su lectura es como la de escuchar a un gran afinador de pianos en pleno trabajo: tan sabroso como inolvidable, irritable y fascinante.
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