Documentació
La cepa del periodista
Hay autores, periodistas, creadores que acaban pareciéndose a su obra, de tanto que se arropan con ella; y otros que la hacen a su imagen y semejanza. El gran periodista y maestro de periodistas catalán, que en su caso abarca también lo español, Josep Pernau, se inscribe, sin embargo, en una tercera posición: él es su obra. Todo en Pernau es o parece fácil, natural, elástico, como si nunca se hubiera propuesto nada de lo muchísimo que ha conseguido. Él nunca quiso ser maestro, excepto, brevemente, de escuela, pero lo ha sido de varias generaciones de periodistas; Pernau abrazó el periodismo como una profesión que sólo podía entender con dedicación absoluta, pero jamás le habría echado a nadie una arenga para convencerle de que así tengan que ser las cosas. Pernau ha sido y es maestro como materia prima, sin hacer oposiciones a ello, ni a nada. Y así es como ha escrito su libro de Memòries, que, sin la más mínima jactancia, funciona como toda una historia del periodismo catalán, básicamente en castellano, de los últimos cuarenta y pico de años. Por esta vez hay que atreverse a escribir que están todos los que son y son todos los que están en este gotha impagable de una profesión, en una ciudad. El grupo democrático de periodistas de Barcelona, de los últimos años de la dictadura; aquel tiempo de la información entre líneas; el largo y fructífero entrenamiento para el ejercicio de un periodismo en libertad; el despliegue de ese mismo periodismo que él hizo desde la dirección de varias publicaciones, entre ellas el inolvidable Brusi; y, por fin, la plenitud de un trabajo y de un reconocimiento, que algunos tenemos derecho a pensar que, aunque notable, difícilmente podía ser suficiente. Todos los periodistas de Barcelona o que hayan trabajado en la capital catalana, de más de 45 años, aparecen, directamente o no, en el libro, y la gran mayoría de los que aún no tengan esa edad reconocerán en sus páginas un mundo en construcción del que son herederos. La amplitud de la tarea, la ambición y el trabajo que hay en estas memorias podía haber requerido las habilidades del ensayista, del historiador, del cuentista de anécdotas, del satirista que recuerda dichos, sarcasmos, hasta musicales, del momento, y el autor es todo eso, sin que, con gran probabilidad, se lo haya ni siquiera planteado. Por esa razón, el Opus Mei, título de la columna que escribe en El Periódico, sin complacencia ni aspereza, somos, en realidad, todos nosotros, los que aprendimos porque tuvimos la suerte de vivir algunos años por aquellos alrededores.
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