Documentació
Un excelente mediocre
En el mundo costumbrista posvictoriano situó George Orwell su novela Subir a por aire. Escrita antes de Rebelión en la granja, cuenta la historia de un hombre mediocre que encuentra en la vuelta a su infancia el aliento para seguir adelante. Una obra entrañable y cáustica.
¿Dónde estaba esta preciosa novela? En los fondos de la no menos preciosa colección Áncora y Delfín, aquélla de tapa dura, hasta que este año sus editores han decidido volver a imprimirla. George Orwell (Bengala, 1903-Londres, 1950) la escribió justo antes de su famosísima Rebelión en la granja y un año después de publicar su admirable Homenaje a Cataluña, historia de su experiencia en el bando republicano durante la Guerra Civil española. Hasta entonces, este hijo de una pareja que él mismo denominó como landless gentry, que destacó tanto por sus escasos recursos como por su brillante inteligencia durante sus estudios en Inglaterra y que perteneció más tarde a la policía imperial india, se había estrenado en la literatura con un par de narraciones que dejaban ver su caldo de cultivo: la sátira; su entrada en el olimpo de la literatura se produciría gracias a la mencionada Rebelión en la granja y al alegado antidictatorial 1984. Obras imperecederas y tan características del siglo XX. Subir a por aire (¡ese detestable “a por”, por cierto!) es la historia de un hombre mediocre. Es una de las mejores historias de hombre mediocre que yo he leído Orwell la organiza con notable sabiduría: la primera parte es una perfecta presentación de contenido, tono y voz narradora. La segunda —la más extensa y base de toda la estructura— se adentra en el pasado del personaje, su infancia, su adolescencia, la experiencia de la guerra (de 1914-1918), su matrimonio y su forma de vida hasta 1938, fecha en que sucede el relato, es decir, desde la que el personaje habla y cuenta. La tercera narra el acto de decisión de “subir a por aire”. La cuarta cuenta el resultado de su aventura. Un día, inesperadamente, ante un estímulo, George Bowling revive el mundo de su infancia. “A veces”, recapacita, “se tiene la sensación de salir del fondo del agua. Aquella vez fue al revés, como si al volver a 1900 hubiese respirado aire de verdad”. Desde ese momento, la idea de volver a su lugar natal, abandonado veinte años atrás, empieza a tomar cuerpo. Cuando se decide, aprovechando una ganancia afortunada, organiza su coartada y escapa de la familia para sentirse solo en el pueblo donde transcurrió su infancia. “La sola idea de volver a Lower Binfield yame hacía bien. Ya les he descrito esa sensación. ¡Subir a por aire! Como las grandes tortugas marinas cuando suben nadando a la superficie, sacan la nariz fuera y se llenan los pulmones de una gran bocanada antes de sumergirse (…) Todos nos estábamos asfixiando en el fondo de un cubo de basura, pero yo había encontrado el camino a la superficie. ¡Volver a Lower Binfield!”. Con astucia, Orwell dedica una parte muy importante de la novela a relatar ese mundo de antaño y lo hace porque, como un ave de presa, se dispone a caer sobre él en el último cuarto del libro.
Pero el libro no es una reflexión sobre el pasado ni se libra a la nostalgia; es, al contrario, un vívido y cruel relato del presente. El pasado lo necesita, precisamente, para hablar del presente. El presente es el del gordo y casi cincuentón George Bowling, un hombre sobre el que ha pasado la vida sin que él pudiera gobernarla. Es un tipo entrañable, no es tonto sino mediocre, lo sabe y trata de asimilarlo cuando descubre, por el recuerdo, que su situación actual no es una maldición pero lo que también descubre es el formidable peso de los actos y sus consecuencias; y el peso de la memoria, es decir, de las vivencias que le ha hecho quien es y no otra cosa. Es el retrato de un hombre mediocre zarandeado por la Historia en la primera mitad del siglo XX y nunca dueño de la suya propia. Y la novela adquiere toda su dimensión cuando comprendemos que, por encima del cuadro costumbrista inglés posvictoriano en el que necesariamente se inscribe, y dentro del principio de incertidumbre que se instala definitivamente en esa sociedad de entreguerras, estamos ante un libro sobre la conciencia del hombre atrapado, de intención simbólica, como lo han sido todos los libros importantes de George Orwell. Este entrañable personaje sobre cuyo pueblo natal revisitado sobrevuelan los bombarderos que preludian la Segunda Guerra Mundial ha visto cómo el viento de la Revolución Industrial y el nuevo orden se lleva por delante a su padre, un honrado pequeño comerciante en granos; dos imágenes actúan como leitmotiv: su dentadura postiza y la pesca. “Si me dieran a escoger entre conseguir a cualquier mujer, a cualquier mujer, o pescar una carpa de cinco kilos, me quedaría siempre con la carpa”. Y la otra confesión es que “desde los dieciséis años, nunca he vuelto a ir de pesca”. He ahí el quid de esta preciosa humorística y cáustica novela:“Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que mi vida activa, en el caso de que alguna vez la haya tenido, acabó a los dieciséis años”. Un personaje soberbio en manos de un autor que convierte su mediocridad en un fascinante
juego de inteligencia crítica.
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