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Documentació

Homenaje a Orwell

Article publicat a “El Mundo” el 21/06/03 per Luis Racionero

Había una mesa con los libros de culto: Mundo Feliz de Huxley, El lobo estepario de Hesse, El Señor de los Anillos de Tolkien y 1984 de Orwell. Era en la librería Moe's de Berkeley o en la City Lights regentada por Ferlingetti en San Francisco, allá por 1968. Tomaba yo el capuchino en un café de Telegraph Avenue, el Mediterranean , y lo tomaba con un músico llamado John Fogerty que escribía y cantaba canciones de su grupo Clearence Clearwater Revival; un día le pregunté que era 1984 y me contestó muy extrañado que cómo era posible que no conociera a George Orwell si le había dicho que yo era catalán. Por aquellos tiempos Homage to Catalonia, Homenaje a Cataluña , no era un libro grato para el franquismo, como no lo fue después para los marxistas, porque en él Orwell no solo contaba su guerra en el frente de Aragón, sino algo aún más decepcionante y siniestro: el exterminio de los anarquistas en Barcelona a manos de los comunistas dirigidos por los agentes de Stalin. Leer Homenaje a Cataluña de Orwell es como para darse de baja del partido comunista; por eso no lo leían. Ése es el problema: como el comunismo en teoría está bien, quiere lo mejor para la humanidad, no importa qué atrocidades se cometan en el camino; algo que los comunistas denuncian en ojo ajeno pero no ven en el propio. El fin nunca justifica los medios, pero para los comunistas sí, al menos en 1936 y luego para los teóricos marxistas en los años 70. Y por eso George Orwell estaba en el índice de libros prohibidos por unos y otros. Pero quizás Homenaje a Cataluña sea una obra que nos interesa especialmente a los españoles y Orwell no hubiese sido con él un escritor de culto para el “Free Speech Movement”, los Wheatherman y los Hippies. Su influencia se debe a la invención de un mito y ya se sabe que eso sólo lo consiguen los grandes artistas o los profetas. Orwell inventó el Gran Hermano, irónicamente utilizado ahora por un programa de televisión. Sin leer a Orwell pocos captarán ese guiño. No, el Gran Hermano era el estado omnipresente y controlador de mentes y cuerpos. “Big Brother is watching you” [“El Gran hermano te está vigilando”] es un eslogan de la novela que aparecía en las manifestaciones antisistema de aquella época. La novela contenía frases memorables como “la guerra no se hace contra los enemigos, sino contra el propio pueblo”. Orwell era un inglés lúcido salido de la maravillosa educación británica y de aquella plétora de ingenios coetáneos: Russell, Huxley, Eliot, Desmond MacCarthy, Maugham, Cyril Conolly o Malcom Lowry. Animal Farm (Rebelión en la granja) fue otra metáfora afortunada pero sin llegar a la capacidad de simplificación del mito de Big Brother . Un mito es un arquetipo del subconsciente colectivo, tiene algo de numinoso e irracional pero certero, porque estimula una irresistible e inmediata reacción emocional. Así como Mundo Feliz es el lado oscuro de la ingeniería genética, 1984 es el reverso tenebroso de la sociedad de la información, el uso dictatorial de la información para controlar las mentes, como la genética los cuerpos. Nada de esto ha sucedido, pero nada de ello está tampoco definitivamente descartado, por eso la lectura de Orwell sigue en plena vigencia. No es una profecía milenarista sobreseída por los años, es un peligro latente si las sociedades democráticas bajan la guardia, porque la tecnología supuesta por Orwell está aquí, corregida, aumentada y mejorada. Ya no es el arcaico helicóptero apareciendo en la ventana, son satélites que circundan el planeta capaces de discernir la matrícula de un coche en cualquier rincón del globo: esa es la globalización de la información, para bien y para mal. Como en el caso de Huxley, no es el estilo literario o la complejidad de los personajes o la sutileza de la descripción lo que da valor a sus novelas, sino el vigor visionario y el punto de vista humanista que subyace la narración: ambos inventan un futuro que nace del éxito de la tecnología, del triunfo faústico de la ciencia occidental, pero su formación clásica les obliga a resaltar la vertiente esclavizadora de ese paraíso tecnológico: el hombre puede dejar de ser la medida de todas las cosas y en su lugar pueden quedar los genes fabricados y la televisión: el Gran Hermano.

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