Documentació
Debemos preservar la razón
Escritor, periodista, ensayista, novelista, biógrafo de Chateaubriand, confidente de los grandes de su tiempo, testigo comprometido con su Historia, académico, Premio Torcuato Luca de Tena, Jean d'Ormesson es una de las figuras más destacadas de la cultura francesa y europea de principios de siglo. Toda su obra gira en torno a un problema central: la memoria de un tiempo pasado que no fue forzosamente mejor, pero que sí nos ayuda a imaginar la utopía de un paraíso recuperado a través de la cultura y el gran arte. Pocos testigos como él pueden hablar de una Francia y una Europa que desaparecieron para intentar comprender hacia dónde va nuestra civilización.
-A finales del siglo XVII, Madame de Sévigné sospechaba estar asistiendo al fin de una Francia llamada a desaparecer. A principios del XIX, Chateaubriand ya tenía la certidumbre de haber sido uno de los últimos en contemplar un mundo para siempre ido con el Antiguo Régimen. Proust sólo exploraba paraísos para siempre perdidos. ¿Cómo percibe usted el estado de Francia y su cultura a principios de un nuevo siglo?
-Quiere usted que diga que el mundo siempre está desapareciendo... En definitiva, cada uno de nosotros desaparecemos un poco a cada instante. Una de mis manías es el tiempo. Y como cada cual vive en el presente, el presente deja de ser una realidad, porque está desapareciendo a cada instante. El mundo no deja de desaparecer. Si hay algo que a lo largo de mi vida no he dejado de observar es que, finalmente, a cada momento nos encontrábamos ante una encrucijada histórica. Sin embargo, la Historia se hace a cada instante. Y a cada instante hay algo que nace y desaparece. Dicho esto, es cierto que la cultura francesa está evolucionando, como es natural, y al mismo tiempo, al igual que nuestro desafortunado equipo de fútbol, está atravesando un momento difícil.
-¿Por qué?
-La cultura está ligada a un conjunto de situaciones. No soy marxista, pero Marx lleva razón en muchos puntos. Creo que lleva razón cuando afirma que la cultura es la traducción de una situación global, política, económica, militar, y todo eso es indisociable. Pensamos con frecuencia en Atenas como el reino mismo de la cultura. Pero aquella cultura estaba apoyada en una potencia marítima y comercial considerable. Aquella pequeña Atenas era capaz de vencer militarmente a algo tan inmenso como era el imperio persa. Hoy, como ayer, la situación de la cultura es inseparable de la situación demográfica, económica, política y social.
-Sin embargo, la fuerza de Atenas también reposa en la fuerza de sus ideas. Y la fuerza de un pequeño pueblo, un Estado diminuto, como Israel, se funda en la fuerza imperiosa de sus convicciones religiosas. Las ideas y la voluntad de existir a través de la lengua y la cultura también son realidades contra las que no siempre ha vencido la fuerza de las armas.
-Por supuesto. Quizá. Aunque, a mi modo de ver, el pueblo judío es una excepción. Y no olvide usted que el pueblo judío también tuvo gran fuerza. Tuvieron que ser las legiones de Roma las que impusieron su ley.
-Sin embargo, unos escritos redactados en lenguas ultraminoritarias, como el arameo o el griego de la decadencia, en Jerusalén o en Alejandría, son capaces de precipitar una revolución espiritual cuya influencia cambia el rumbo de las civilizaciones.
-No dejaba de ser una decadencia... La cultura sobrevive a la potencia. Pero nace de una potencia. Y la cultura francesa nace de la situación de la lengua francesa. Carlomagno, que impuso la primera escuela pública, en Francia, no sabía leer ni escribir el francés, y hablaba otra lengua. Pero habrá que esperar a la potencia de Luis XIV para que el francés y su cultura cobren una dimensión europea. Hoy, la cultura francesa está en crisis, porque la lengua francesa está en crisis.
-¿Le da miedo el riesgo de decadencia del francés, comparado con la salud aparentemente imperial del inglés?
-¡Qué quiere que le diga! De entrada, hay que recordar que desde hace medio siglo también asistimos a la ascensión y descubrimiento de otras lenguas y otras culturas. Es una evidencia en el caso del español. En 1940, el ejército francés es o está entre los primeros del mundo, y la cultura francesa ejerce una cierta fascinación internacional. La cultura y la nación francesas se hundieron en el mismo instante. En quince días, Francia fue hundida. Y es posible afirmar que la cultura francesa estuvo herida de muerte. En quince días. Al mismo tiempo, poco después, asistimos a la ascensión y descubrimiento de otras literaturas. Hay una admirable literatura japonesa. Hay unas admirables literaturas iberoamericanas, que nacieron de España y Portugal en parte. Hay un gran resplandor e influencia de todas esas literaturas. Resplandor e influencia que quizá ha perdido la lengua y la cultura francesa. ¿Como olvidar las literaturas africanas y asiáticas?
-Desde esa óptica, ¿cómo percibe usted el problema cultural y diplomático de la «excepción cultural» que los políticos intentan utilizar como recurso proteccionista para los bienes y mercancías culturales, o presuntamente tales?
-No sé si voy a sorprenderle. No estoy, en absoluto, por la excepción cultural, ni francesa, ni de ningún otro tipo. No hay excepción cultural francesa, ni de nadie. Si se quiere defender una excepción cultural de Francia, que se diga que eso es lo que defiende la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen. La extrema derecha tiene ese culto: se cierran las fronteras, se erige un culto a todo lo que es francés, se desprecia a los extranjeros, y se vive en autarquía. Esos no son ni mis gustos ni mis preferencias, en absoluto.
-Cuando usted habla de la necesidad de elevar el rango de su cultura, u otra cultura, ¿está hablando de incrementar el presupuesto de los ministerios de cultura o de intentar tener ideas propias?
-Le haré una confesión: no creo ni en la excepción cultural francesa, ni en ningún ministerio de cultura. Tengo mucha estima, amistad, por el actual ministro de cultura, Luc Ferry, y por algunos de sus predecesores. Pero no creo para nada en ningún ministerio de cultura. La única manera de ayudar a una cultura que parece estar declinando es escribir buenos libros, filmar buenas películas, montar buenas piezas de teatro, escribir y componer buenas canciones. Todo eso es mucho más importante que todos esos laberintos de los departamentos ministeriales. Reconozco que en algunos casos quizá sea necesario ayudar a algunas industrias, como el cine, la edición o el patrimonio nacional.
-En Francia hay una larga tradición, que viene de Luis XIV o de mucho antes, que siempre ha defendido la acción y protección del Estado en materia cultural y artística, ilustrando una cierta tentación por la burocracia y la cultura de Estado.
-Me encanta que usted plantee el problema en estos términos. Yo vomito contra la cultura de Estado. Vomito contra la cultura de Estado de mis adversarios. Pero vomito, también, contra la cultura de Estado de mis amigos y partidarios. Si se defiende la cultura de Estado, no se puede olvidar que esa es la cultura de la extrema derecha, la cultura de Le Pen. Ellos están a favor de la cultura de Estado. Yo no. Que se ayude a los escritores, que se ayude a la industria del cine, todo eso está muy bien. Es muy caro hacer una película. Pero el riesgo de las ayudas y las subvenciones es habituarse a una economía de gueto, a una economía protegida, una situación de asistencia pública permanente. Dicho esto, es una evidencia que también es necesario proteger y promover el uso internacional de la lengua, la difusión internacional de los libros, las películas y las artes. Pero no tenemos claro cómo ayudar a la creación.
-En ese terreno, un académico, Marc Fumaroli, y un ensayista, Philippe Dagen, han polemizado agriamente hace días. Dagen, para defender la estética oficial de las vanguardias protegidas por los ministerios y los grandes museos nacionales. Fumaroli, para denunciar el gran desastre de la insignificancia protegida con los presu- puestos del Estado.
-Soy un gran amigo de Fumaroli, y estoy de su parte. Creo que Fumaroli dice exactamente lo que yo pienso. Una estructura de Estado demasiado rígida acaba teniendo efectos perversos para la cultura. Por mi parte, creo que los grandes libros se escriben en soledad. La famosa industria de la comunicación puede convertirse en un gran enemigo de la cultura y de la creación. La creación del futuro no nacerá en los palacios y los despachos oficiales. La creación vendrá de quienes vivan al margen del sistema. No sé de qué parte. Pero sí sé que son y serán marginales, cuya obra iluminará el arte que vendrá, fuera del sistema actual. La gran película no se hará con grandes presupuestos, a golpe de ayudas oficiales. La gran película vendrá contra todo aquello que hoy está establecido.
-Si le he entendido bien, las industrias de la incomunicación audiovisual son más peligrosas para la cultura que, digamos, el imperialismo de la lengua inglesa...
-Por supuesto. Creo que esa es la realidad... Y me horroriza que los intelectuales, entre los que tengo el gusto de no encontrarme, no se den cuenta de ese peligro creciente. Cuando la Academia protestaba contra la «invasión» de palabras inglesas, yo estaba en otra parte. ¡Qué quiere usted que le diga!: ¡qué vengan las palabras inglesas, las palabras españolas, las palabras italianas, a enriquecer mi propia lengua! Yo estoy a favor de la libre circulación de personas y de bienes, por la misma razón que estoy a favor de la libre circulación de las ideas y las palabras.
-Los periódicos, la Prensa, ¿están ya perdidos para la antigua cultura humanista, o todavía pueden ayudar a defender lo que en otro tiempo se hubieran llamado los valores del espíritu, los valores de la cultura?
-De entrada, los periódicos podrían comenzar por escribirse mejor, con más claridad y más limpieza, sin multiplicar los casos de polución lingüística con giros espantosos. Los periódicos han comenzado a estar contaminados por la jerga de los economistas y los políticos. Hay que reconquistar la claridad, la limpieza de la lengua.
-Detrás de su amabilidad, considero con frecuencia que no deja de aflorar un pesimismo negro y grave sobre el futuro mismo de nuestra civilización. ¿Tiene todavía alguna esperanza?, ¿qué podría salvarnos?
-¡Espere, espere! Hemos hablado de la decadencia de la cultura francesa, pero no es evidente que las otras culturas no sigan el mismo camino. Las culturas dominantes nacieron para desaparecer. La cultura griega era maravillosa. ¿Qué quiere? Hace diez años estaba prohibido hablar de decadencia francesa. Los cactus florecen cuando van a morir. Todas las culturas morirán. La cultura romana murió. Y no se puede descartar que la idea misma de cultura no esté modificándose de manera catastrófica. Queda por hacer una reflexión de fondo sobre la cultura de elite y las subculturas que comienzan a proliferar a través de los medios audiovisuales. ¿Cómo llegar mucho más allá, como ampliar la cultura sin caer en la presunta cultura de masas, que se me antoja próxima a la barbarie, a causa de la televisión y los grandes movimientos de masas? Yo pertenezco al mundo del libro. Pero también temo que el libro desaparezca en los próximos cien o doscientos años. No puedo asegurarle que el libro exista eternamente. Claro que no. El libro apareció y el libro desaparecerá. Eso no quiere decir que desaparezca el pensamiento. Pero es cierto que hay formas de pensamiento condenadas a desaparecer. Debemos preservar la razón. ¿Dejarán los robots intacta nuestra cultura? Me temo que no. ¿Una esperanza?... Recuerdo a Cioran: debemos intentar morir con belleza y dignidad. Hay formas y formas de morir. Las civilizaciones son mortales. Valéry lo dijo antes de la bomba atómica. Ayudemos a nuestros sucesores. No podemos vivir ni sobrevivir solos, aislados. Y que todo ocurra sin dramas, sin carnicerías. En mi juventud, yo era nacionalista, estaba profundamente apegado al concepto de nación. Hoy, la nación está desapareciendo a nuestros pies. Antes, ser nacionalista era un honor. Hoy, ser nacionalista no es un insulto, pero casi. Las naciones van a ser sustituidas por Europa. Europa también desaparecerá. Lo que no desaparecerá es una cierta idea del hombre, de la palabra. Recuerde: en el principio era el Verbo.
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