Documentació
Esplendor y caída de una familia
No siempre puede afirmarse que sea un libro el elemento que une a dos personas. Pero sí que son los libros uno de los primeros temas de conversación y de coincidencia en muchas nuevas parejas. Y a lo largo de la vida en común suelen producirse muchos momentos de sintonía en torno a títulos o autores, al igual que se dan complicidades en otras manifestaciones de la cultura y de la vida.
Fue Jorge de Cominges, crítico cinematográfico y escritor, quien descubrió al Jean d'Ormesson novelista y, concretamente, su obra Au plaisir de Dieu (Por capricho de Dios); y, entusiasmado, le recomendó su lectura a su compañera, la periodista y escritora Margarita Rivière. "No recuerdo cómo cayó en mis manos la obra -explica-. Por entonces no había leído nada de Jean d'Ormesson." "La novela -añade De Cominges- me fascinó desde el primer momento por su tono proustiano y elegiaco sobre lo dulce que era vivir ‘antes de la Revolución’. El soberbio relato sobre el esplendor y caída de una familia, que hasta los años cincuenta había vivido de sus bosques y del alquiler de sus edificios en el bulevar Haussmann y cuyas únicas concesiones a la modernidad habían sido los sucesivos matrimonios por interés, con miembros de familias menos prestigiosas aunque más ricas, ponía de manifiesto los inevitables cambios que había traído el siglo XX en un entorno europeo, y concretamente francés, construido en torno a la tradición y la Iglesia."
En opinión del crítico, la obra tiene otro aspecto que la hace especialmente atractiva. "El interés del libro -argumenta- no se ciñe tan sólo al encanto del sentimiento de añoranza por el tiempo perdido, sino a la forma con que la novela refleja con despiadada lucidez el desmoronamiento del Ancien Régime y el inevitable triunfo del progreso y las nuevas ideas."
Margarita Rivière confiesa que no conocía al escritor francés cuando Jorge le aconsejó su lectura. "Él había leído, cuando salió en francés, el libro de D'Ormesson -yo no sabía quién era- y me insistió mucho en que debía leerlo. Estaba seguro de que me gustaría. Pero yo leo poca novela y soy escéptica respecto a los ‘coups de foudre’ literarios, así que lo aplacé hasta el verano. Debía ser a mediados de los setenta. Metí el libro en la maleta y nos fuimos unos días a una casita en el campo mallorquín. Entre baños, siestas y amigos apenas había tiempo para leer, pero, al fin, comencé el libro. Las primeras páginas -prosigue Margarita- me parecieron duras, pero recuerdo que, de repente, me fui implicando en la historia, en su prosa envolvente, hasta el punto que dejé la siesta para leerlo de un tirón. Mi lectura, sin duda, fue más sociológica que literaria: el libro me hizo entender el peso de las generaciones en la historia y la humilde dimensión de los individuos en el conjunto de acontecimientos humanos. Constituyó realmente una lección de perspectiva que no he podido olvidar. Desde entonces, además, pienso que las novelas -las buenas- pueden ser más explícitas que cualquier libro de historia."
La escritora reconoce que, después de esta lectura, Jorge y ella pasaron días hablando "del libro, de sus personajes y de las circunstancias que marcaron su vida". "Nunca le agradeceré bastante esa recomendación", concluye.
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