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Documentació

Dulzuras y amarguras de la farándula

Article publicat a “La Vanguardia” el 26/04/2002 per Carles Barba

En general, si queremos invocar buenos libros sobre los sortilegios del teatro recordamos libros de memorias: las de Ingmar Bergman, Arthur Miller, Fernán-Gómez, Marsillach... En su última y voluminosa obra, Marcos Ordóñez rinde otro tributo de amor a las tablas, y se vale también de la forma memorialística, pero aquí el protagonista es imaginario y su testimonio fluye con la libertad de la ficción. En Comedia con fantasmas su autor ha novelado nostálgicamente cincuenta años de vida teatral española y ha descrito la azacaneada y a la vez feliz existencia de los cómicos itinerantes que con cuatro focos y cuatro trucos de tramoya montaban un Shakespeare o una comedia de magia en el pueblo más perdido de las Castillas.

Primer acierto de la obra: está escrita y se lee como una novela de aventuras, y más exactamente como una novela marinera. Del mismo modo que en muchas novelas de barcos (empezando por Moby Dick) el hilo del relato es llevado por un grumete, aquí el punto de vista narrativo recae sobre un chavalote asturiano sin oficio ni beneficio, Pepín Mendieta, que a los trece años se enrola como meritorio sin sueldo en una compañía que gira de pueblo en pueblo. Como todo Ismael, Mendieta tiene su capitán Ahab (un adulto, digamos, picado por el veneno del teatro, como Ahab está poseído por el gusano del mar), y esta figura mítica no es otra aquí que Ernesto Pombal, el director y artífice de la compañía, en la que Mendieta catará las dulzuras y amarguras del oficio. Segundo acierto de la novela: Pepín no narra tanto su vida (al fin y al cabo él tiende a situarse en segundo plano) como la de toda la "troupe", en la que descuellan, además de Pombal, por lo menos cinco o seis tipos estupendamente caracterizados: el administrador Tanito Monroy, mano derecha del patrón; el maquinista Joan Anglada, un anarquista entrañable; la primera actriz Luisa Santaolalla, luego sustituida en cartel por otra con más gancho, Rosa Camino; el galán cómico Esteban Ruscalleda, quien en realidad resulta más aprovechable como músico; y una pareja de veteranos, Paco Peñalver y Úrsula López Úbeda, que tiene a gala decir como nadie el teatro en verso.

Con este grupo ambulante, el narrador descubrirá que la vida de la farándula -aún con todas sus fatigas: llegan a hacer tres funciones diarias- depara muchas más emociones que una vida corriente. Pero -ojo- la novela no se complace en pintar memorables noches de estreno ni carreras meteóricas hacia la fama. Pepín Mendieta más bien describe las bambalinas de la profesión, la parte sufrida y anónima del oficio, el espíritu de grupo que entraña y la pasión con que un director como Pombal puede entregarse a la preparación de un montaje, galvanizando de paso a todo su equipo. La novela relata la dureza de los ensayos, los enredos amorosos entre colegas, la baqueteada vida de las pensiones de cómicos, las faenas que se hacen los actores en escena o las tretas que urden tramoyistas y apuntadores para que el primer galán no pierda la letra o la segunda actriz no se quede de golpe en blanco.

Sabor de época

Pepín Mendieta conjura este mundo de candilejas (tercera diana de la novela) retrospectivamente, en tanto que superviviente de un paisaje y de un pasado borrados, finiquitados. Y hete aquí que, por lo mismo que los siente irrecuperables, el Paral·lel de la Barcelona de los años treinta o el Madrid efervescente de los años cincuenta son reconstruidos por el memorialista con una emocionada plasticidad. En este sentido, Comedia de fantasmas, como La felicidad de Baulenas o La sombra del viento de Ruiz Zafón, destila un inconfundible sabor de época, y muchas escenas parecen escritas en blanco y negro cuando no en nostálgicos colores sepia. Las peripecias de Pepín, Pombal, Monroy y "tutti quanti" llegan a fundirse con las de celebridades reales de aquellas décadas -Alady, Luis Escobar, Orson Welles...- y, en un estupendo diálogo de frases cortadas, el narrador se permite incorporar el collage de una imaginaria entrevista con Pombal firmada por Manuel del Arco.

Aún teniendo 500 páginas y abarcando tantas décadas, el libro se lee y asimila de corrido, a un ritmo vivísimo. ¡Qué lejos quedan los tiempos en que Marcos Ordóñez debutó en la narrativa con El signo de los tiempos! Aquí la prosa está superengrasada, personajes y episodios aparecen y desaparecen con felicísima ligereza, y cae el telón de la última página dejando en el lectorespectador la impresión de haber vivido muchos lances en un abrir y cerrar de ojos.

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