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Documentació

Alfredo Bryce: «El humor irónico nos hace más humanos y menos capaces de creer en fanatismos»

Article publicat al diari “ABC” el 21/11/06 per Antonio Astorga

Antiguo pícaro limeño, luego reflexivo belga, Alfredo Bryce es hoy un feliz ensayista que «Entre la soledad y el amor» (Debate) disecciona los asuntos que transitan sus novelas y cuentos: la felicidad, el amor, la depresión y la soledad. «Yo creo que ahí hay rigor, una manera y una madera literaria», dice. Pero, ¿de qué madera está revestido un tipo como usted, don Alfredo? «De mucha vida -responde-. No he sido un escritor que haya vivido entre escritores. En el Perú mi más grande amigo es un tipo que jamás ha leído un libro mío. Ni siquiera el que le he dedicado. Un día me preguntó por ello el periodista Bernard Pivot en su programa televisivo y yo no entendía muy bien su francés cartesiano y él se puso furioso. Yo le explicaba que ese amigo mío tiene una industria de plásticos y que yo escribo libros. Y le dije: «Si yo me pongo a hablarle a él de plásticos y él a mí de libros, la amistad se acaba». ¡Y se cogió el cartesiano francés un cabreo espantoso!».

La madera de un creador

También hay muchas lecturas en la madera de Bryce: Cortázar, Rabelais, Cervantes, Sterne... «Tuve la suerte de nacer en una familia bastante cosmopolita. En casa se hablaban inglés y francés y cuando llegué a Europa mi primer amigo fue un gran borracho inglés que jamás leía. ¡El más grande amigo que yo tuve en Francia! Terminamos viviendo juntos. Yo le decía: «Martin, tú no puedes beber de esa forma, yo tengo que estudiar, tengo mis clases en La Sorbona...». Entonces le regalé las novelas sobre James Bond y al día siguiente escucho al tipo dándose de cabezazos contra la nevera. «¿Qué te pasa?», le pregunto. Y él me espeta: «¡Es que no paran de tomar vodka en toda esas novelas de Bond!». Pero fue muy generoso en un momento en que me quedé literalmente en la calle porque me robaron todo. Me llevó a vivir a su casa y entendí perfectamente que cuando él encontrara una compañía para sus copazos de solitario por las tardes yo me largaría. Cuando tuve un centavo me fui a un cuartucho porque quería estar solo para volver a leer y escribir. Y dejamos nuestras fiebres para el sábado noche».

Dice Bryce que los escritores del desarraigo siempre tienen una ventaja desde el punto de vista literario -desde el punto de vista humano no, ya que la vida es más dura para ellos-: «Como decía Cortázar, ¿por qué tenemos que estar tan tristes los que estamos exiliados? Hagamos del exilio algo positivo, sobre todo si somos exiliados porque nos da la gana. Y aprendamos del país en que vivimos. Yo seguí esos consejos y escribí mi primer cuento sobre París. Se lo llevé corriendo a un amigo mío -hoy es mi traductor al francés-, que me dijo: «Mira, no es ni mejor ni peor que los otros. Es que simplemente el país que tú describes es peruano. Es insólito. Nadie ha visto París como tú».

Bryce confiesa que es un solitario que ha vivido en «excelente compañía». En ciertos momentos, bastante solo, en otros ha buscado «estar» bastante solo, en ciertos momentos ha sido profundamente feliz y en otros muy infeliz: «En ciertos momentos sufrí una depresión, inesperada en mi vida, que me atacó y terminó con mi primer matrimonio porque mi esposa rechazó la enfermedad, no quiso ni entenderla. Rechazó incluso al médico, que fue una gran persona y que me curó. Tardé cuatro años en salir del fondo del pozo. Y entonces me interesé mucho por las relaciones de una situación tan triste como es la depresión con el humor: nadie vio nunca una sonrisa en los labios de Buster Keaton, que murió destrozado por miles de enfermedades, entre las cuales la peor es el alcoholismo agudo, la cirrosis que lo mató y remató».

Los humoristas suelen tener un lado muy triste, sobre todo los irónicos, «porque están desmontando totalmente el universo», escruta Bryce, que distingue dos tipos de humor: «El de Quevedo -un humor que se ríe de los defectos del otro, de la caída del otro, del dolor de otro- y el de Cervantes, que se ríe de las virtudes del Quijote y jamás de sus defectos. El humor irónico nos hace más tolerantes, más humanos y nos hace menos capaces de creer en fanatismos, en nada fanáticamente». Alfredo Bryce ha sido y es hoy, por temperamento, un hombre así.

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