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Documentació

Baulenas reconstruye la Barcelona de 1909

Article editat a ”La Vanguardia” el 16/02/01

El 10 de marzo de 1908, el rey Alfonso XIII inaugu-ró las obras de apertura de la Gran Via A (la actual Via Laietana), primer paso de la reforma interior de la ciudad que debía convertir Barcelona en la me trópolis moderna ideada por Cerdà. Aquel día, seis brigadas de obreros desfilaron ante la tribuna real. De la casa del marqués de Monistrol, por donde debía empezar el derribo, pendían colgaduras, banderas y un gran rótulo con el nombre de la nueva calle. Las herramientas iban en dos carros que representaban un jardín y una galera antigua. Sonaron las trompetas. El alcalde, señor Sanllehí, entregó al rey una piqueta de plata y se arrancó el primer sillar. Luego se fueron todos a comer.

Unos meses después, la Gran Via era una gran zanja abierta en el corazón de la ciudad, con palacios a medio derruir, descampados y casas por expropiar en las que malvivían los últimos vecinos. La prensa de la época habla de la escasez de cerillas largas, que dificultaba la labor de los vigilantes nocturnos y convertía aquellos parajes en un lugar inhóspito y peligroso.

Desde la óptica de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, estas dos escenas serían complementarias; cuanto más ridícula es la pompa, más estrepitoso es el desenlace final: la miseria y la especulación. En La felicitat, de Lluís-Anton Baulenas (Barcelona, 1958), no hay contraste, la ciudad está despanzurrada desde el principio. La chica que vuelve a su casa desde el Parallel atraviesa esos lúgubres solares entre las presencias espectrales de obreros y muertos de hambre.

Una novela urbana es una historia de transformación. En La ciudad de los prodigios, Onofre Bouvila se convertía en especulador porque antes había sido anarquista. La novela rural, en cambio,se adapta a ciclos inmutables. Es lo que sucede en La felicitat. Cuando se inicia el relato, las leyes ya están escritas y a los personajes sólo les queda obedecerlas. Deogràcies-Miquel Gambús es ladrón porque todos en su familia han sido ladrones. La única posibilidad de romper con esa fatalidad es el azar, que actúa al final y provoca una gran paradoja.

Su capacidad de intervención en la vida de la ciudad queda muy limitada. Para superar la prueba de iniciación que le impone la madre y convertirse en el jefe del clan, Gambús concibe un quimérico proyecto: comprar la mayor parte de las fincas que quedan por expropiar en la zona de la reforma, pero sólo para despistar la atención y ocultar sus verdaderos propósitos: crear una nueva ciudad en una isla, unida con un puente y un gran túnel submarino. A falta de ciento veinte páginas lo raptan, y nunca más se supo.

La apuesta y la venganza mueven a los personajes de Baulenas, por encima de la ambición y el poder. Si los poderosos se pierden en quimeras irrealizables, los desharrapados nunca podrán abandonar su miserable condición. El oficinista Rafael Escorrigüela admira al industrial y mecenas Eusebi Güell, pero acaba convertido en una especie de guardaespaldas de Gambús.

Las anécdotas resultan estremecedoras y a veces casi inverosímiles: la chica que arranca la cabeza de gallinas y palomos a mordiscos en una atracción de feria; la violación en masa de Nonnita en la fiesta de fin de siglo, el tipo disecado y sepultado al volante del automóvil...

La felicitat forma parte de una tradición de novelas catalanas de gran éxito -desesperadas, con toques escatológicos y tremendistas, que se inició a finales de los setenta con La señora de Antoni Mus- de la que Baulenas se ha convertido en la actualidad en su máximo exponente. Presenta grandes atractivos: un escenario épico, la minuciosa reconstrucción histórica de un momento que apenas se recuerda, que ha generado poca literatura y que conecta con una de las tendencias de la novela sobre historia contemporánea (el proyecto de la isla y el túnel subterráneo recuerda el libro de Colum McCann sobre el metro de Nueva York, En la foscor).

Como testimonio literario del nacimiento de la Barcelona moderna queda por debajo de las expectativas iniciales (una novela como La ciudad de los prodigios no se imita impunemente), pero tiene ambición y empaque de best-séller urbano. Y fuerza brutal.

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