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Documentació

Perfil de una vocación

Article publicat a “La Vanguardia” el 19/10/2003 per Juan Antonio Masoliver Ródenas

Resulta muy difícil separar la entrañable presencia humana de Manuel Vázquez Montalbán de su literalmemte fabulosa presencia como escritor. Manolo, como le conocían sus amigos y conocidos, es decir, media España, fue compañero mío en la universidad, con una vocación universitaria todavía más dudosa que la mía, aunque en Erec y Enide rindió un hermoso homenaje a nuestro admirado Martín de Riquer. Esta escasa vocación hacia unos estudios áridos, mnemotécnicos y anacrónicos le llevaron feliz e inevitablemente al periodismo. Luego, mis encuentros con él fueron esporádicos. Lo que más me sorprendía era que un escritor que estaba siempre rodeado de admiradores y tan obsesionado con la fama ajena no hubiese cambiado a lo largo de los muchos años de encuentros. Manuel Vázquez Montalbán nació en Barcelona en 1939, hijo de madre republicana, catalanista y viuda de un soldado de la FAI muerto apenas empezada la guerra, y luego compañera de un miembro del PSUC encarcelado, como lo sería más tarde el hijo en sus años de estudiante. En Un polaco en la corte del rey Juan Carlos nos habla de “la comunión de los débiles”. Tal vez por eso el libro termina, como contraste, con la victoria de “Hillary” Botella y Aznar Aznárez. Yo le cedí un verbo que inventé durante las elecciones”, el verbo “rebuaznar”, tan peligroso, aunque por razones distintas, como “gonzalear”, que es lo que estuvo haciendo durante muchos años el perediano Gonzalo González de la Gonzalera. Pese a sus ideas políticas, pese a su condición de periodista duro, debe de ser uno de los escasos escritores de España sin enemigos. Las razones dominantes son varias: porque es un periodista duro pero no rencoroso. Porque ideológicamente fue de una coherencia impecable, fiel a sus orígenes y sus ideas. Porque nunca traicionó a nadie: Vázquez Montalbán se mantuvo siempre cerca de las personas que formaron y conformaron su vida desde sus años de estudiante, empezando por su esposa, Anna Sallés, a la que conoció en sus años universitarios. No pocos de estos amigos se convirtieron en personajes de sus libros. Más sorprendente todavía es el hecho de que en una fauna de envidiosos como es la de los literatos fuese un escritor unánimemente respetado. Escribió mucho porque la suya era una entrega absoluta a la literatura. Su misma pasión gastronómica participaba de esa calidad literaria. Su capacidad de trabajo era sorprendente e inquietante. Vázquez Montalbán tocó todas las teclas. Más, sospecho, de las que tiene un piano. Su prestigio se inició como periodista. Yo le recuerdo muy especialmente en las páginas de “Siglo XX”, la revista de mi amigo Paco Camino, el hermano de mi amigo el cineasta y escritor Jaime Camino. Como periodista sólo hay un equivalente: el de mexicano Carlos Monsiváis. A ambos se les escucha por-que lo saben todo, porque escriben bien lo que saben, porque son inteligentes y porque expresan con agudeza y mala leche el sentir comunitario. Como poeta pertenece al grupo de los “novísimos” y con él se abre la antología de Josep Maria Castellet Nueve novísimos. En direcciones opuestas, él y Pere Gimferrer son los dos puntos de referencia de la antología y de una época. De nuevo como Monsiváis, deshace el mito de la subcultura y se inicia así no tanto la contracultura como una nueva percepción más democrática de lo cultural. Una educación sentimental (1967), Movimientos sin éxito (1970) y Manifiesto subnormal (1970) son tres libros radicalmente renovadores. Como ensayista destaco Crónica sentimental de España (1971) y Mis almuerzos con gente inquietante (1984). Como novelista, El pianista (1985), Los alegres muchachos de Atzavara (1987), El estrangulador (1994) y, por encima de todo, Galíndez (1990), su novela más ambiciosa y conseguida. En 1972 aparece por primera vez el que pronto será genial y popular detective Pepe Carvalho, verdadera institución nacional, en Yo maté a Kennedy, y reaparecerá en novelas como Tatuaje, La soledad del mánager, Los mares del Sur, Asesinato en el Comité Central, El delantero centro asesinado al atardecer, Quinteto de Buenos Aires y, hermosa y terrible coincidencia, Los pájaros de Bangkok, publicada hace exactamente veinte años. Manolo Vázquez Montalbán ha sido el creador del prototipo del detective español, para competir españolamente con el estereotipo del detective francés o el inglés, y supo dar calidad literaria a la novela negra. En su caso, como no había modelo, no había posibilidad de imitar un estereotipo y tuvo que inventarlo. Es el más humano de los detectives conocidos, porque no es sólo un detective. Sin embargo, en las mejores novelas de Vázquez Montalbán, y él estaba de acuerdo, no aparece Carvalho. En contra de lo que suelen imaginar sus lectores, contagiados por el espíritu lleno de humor y vitalidad de su escritura, era un hombre no sé si tímido o introvertido, pero sí lacónico, melancólico, reflexivo, mordaz e implacable en sus opiniones políticas, generoso y, sobre todo, entregado en cuerpo y alma a la escritura, en la que puso toda su inteligencia y todo su corazón. Hasta que el corazón, que ya le había avisado hace unos años, decidió abandonarle lo que damos a la literatura la literatura nos lo devuelve precisamente en Bangkok, espacio de una de sus mejores novelas.

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