Documentació
Crítica teatral de Trist, com quan la lluna no hi és, apareguda a “La Vanguardia”, a cura de Joan-Anton Benach
Con lo mucho y bien que escribe, Lluís-Anton Baulenas (Barcelona, 1958) necesitaría pasar la prueba del escenario con más frecuencia. No sirve la edición. Apenas sirven las lecturas. Sólo a través de la acción escénica, sólo a través de los personajes convenciendo al público de su verosimilitud y coherencia, se hace y crece un dramaturgo. Es oportuno recordar la vieja norma a propósito del estreno de "Trist, com quan la lluna no hi és", espectáculo cuyo texto se queda en un voluntarioso intento de drama urbano de los primeros años sesenta, descolorido y artificioso. La protagonista de la pieza de Baulenas es Varda de Abril, una artista de fama, una folklórica de primera categoría, amante de un notable gerifalte franquista como todo el mundo parece saber. Consolándose del último desdén del caballero en cuestión, hombre casado y obligado a guardar las formas, y huyendo de la policía que les sigue los pasos, la dama aterriza en un modesto cabaret del Barrio Chino, Lluna de Llana (!), donde conocemos su historia. El autor plantea unos paralelismos claros entre los pesares de su heroína y los de Marilyn Monroe, la estrella que murió rodeada de una oscura leyenda, por causas relacionadas, según parece, con la sacrosanta razón de Estado.
El autor visualiza la versión más plausible de lo que pudo ser aquella muerte: interesado el aparato del poder en su desaparición, y sintiéndose cada vez más asediada, la víctima acudió a una excesiva dosis barbitúrica para hallar la paz definitiva. Varda de Abril, en efecto, se suicida y el sabueso que no la pierde de vista confiesa su satisfacción por lo que la incómoda señora ha solucionado por sus propios medios. Varda de Abril es rubia como Marilyn y muere en 1962, el mismo año en que desapareció esa actriz. Están muy bien las analogías y es entrañable el homenaje que Baulenas dedica al gran mito de Hollywood, tan entrometido en las intimidades de la Casa Blanca. Lluís-Anton Baulenas es joven, aunque no tanto, sin embargo, como para ignorar que lo que se dice desde el escenario de Lluna de Llana resulta inimaginable que se dijera en los primeros años sesenta. Algunos personajes hablan públicamente del "régimen" y de sus pecados libidinosos como no se podría hablar hasta pasada la transición. Tal vez el recuerdo de Carmen Broto, celebérrima -y asesinada- entretenida de ricachos, quizá la imagen de alguna otra artista de la pasarela liada con gobernantes civiles... hayan incidido en el tema de la obra.
Inconsistencia
Pero Baulenas debiera saber que esas y otras parecidas historias dieron algún trabajo a la censura para que de ellas no existiera ninguna referencia pública. Pretender el pequeño retrato de una época con campechanería y los "lapsus" históricos que hay en la pieza de Baulenas es condenarla a la inconsistencia del papel mojado. Todo, la confesión pública de lo inconfesable, el travesti, las angustias de la protagonista y las del policía, resulta falso y carente de sentido. Vi la obra unos días antes de su estreno. Lo más sobresaliente, la escenografía de Paco Azorín. Del resto, muchas cosas resultaban mejorables: la dirección, muy errática, de Pere Sagristà, las canciones, determinados aspectos de una interpretación estimable de Oriol Vila, de Ángela Jové y de Manuel Veiga, este último componiendo el personaje con mejores registros del reparto. La perspectiva más halagüeña resultaba, sin embargo, irrelevante. La de esa luna invisible es una tristeza que nada ni nadie la remedia porque está en la materia prima de la obra, es decir, en un texto retorcido, aburrido e inconsistente.
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