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Documentació

Un brindis por la banderola

Article publicat a “La Vanguardia· el 09/04/2003 per Julià Guillamon

Antes de empezar a escribir sobre Amor d'idiota tengo que hacer una llamada. Quiero saber si en 1993 una empresa dedicada a la impresión y reparto de banderolas publicitarias podía funcionar con una plantilla de tres personas. Aunque empresas como Marc Martí o Sundisa no eran entonces las máquinas rutilantes que son ahora, tampoco funcionaban con tres tornillos. Me lo temía. En la novela de Lluís-Anton Baulenas (Barcelona, 1958), Sandra regenta junto a su marido la firma Pulido Comunicacions. Por las mañana levanta la persiana metálica y atiende a los clientes. Por la noche, se calza unas gruesas mallas y con una llave inglesa se va a montar banderolas del Circo Ruso. Como otras muchas novelas, Amor d'idiota subestima la importancia de la vida económica y reduce el entramado social a unos pocos personajes remolones, sin atender a la complejidad de relaciones que podría engrandecer sus peripecias. Se entiende: el libro es una comedia y el narrador un idiota. Solans forma parte de aquella generación que fue hippie, fue progre y terminó trabajando de cualquier cosa. A principios de los noventa se ha acostumbrado a la idea de la derrota y, feliz en su dependencia, se ve a sí mismo con los atributos del desertor definitivo, “grumoll de persona”, “home desdibuixat”. “Un dels avantatges més gratificants de ser idiota és que et permet de no perdre temps justificant els teus actes”, dice. Y más adelante: “Els idiotes conscients ens coneixem pel carrer. Descobrim àmbits secrets de trobada on el fet de compartir la mutua idiotesa arriba a provocar voluptuosos plaers sensuals”. Para superar esta servidumbre voluntaria hay que vencer el pasado. Esa mezcla “mal païda” de porros, jornadas libertarias y sexo sin pasión que representa el amigo Alex. La utopía personal: el viaje a Italia del 82, cuando parecía posible reconducir la experiencia de la contracultura hacia una nueva situación. Pero, sobre todo, Solans tiene que romper la costra aislante. Al principio, actúa de manera brutal e injustificada. Se intenta rebanar la menina sobre una fuente de “escudella i carn d'olla”, persigue a la chica de las banderolas, la acecha y le saca fotos. Cuando la historia está en su punto más irreal y masturbatorio, chico y chica se encuentran, se hablan, se gustan. Según se mire, Amor d'idiota es una novela costumbrista, con un hippie colgado, una mujer insatisfecha atemorizada por un virus, el jefe “lliure i sexualment potent” y su amante crasa. En contrapartida, contiene algunas páginas de literatura amorosa muy por encima de lo que Baulenas venía escribiendo últimamente. Después de las exageradas truculencias de sus últimas novelas, Amor d'idiota supone un saludable ejercicio de cordura. El Drugstore decrépito, la incineradora del Besòs, las rondas y la Zona Franca reviven en descripciones que aportan mucho más a la imagen de época que las soflamas sobre la imbecilidad colectiva de los Juegos Olímpicos. Los personajes son gente corriente y las historias, por raras que puedan parecer a primera vista (la fiesta en la antigua sala Versalles con los camareros vestidos de tubos de pomada), no llegan ni por asomo a los niveles de excentricidad de Alfons XIV o La felicitat. Modestia y contención, también de estilo. En un momento del libro, Sandra y el idiota están a punto de consumar el coito y, para preparar la cosa, descorchan una botella de champán. Yo me sumo al brindis: “¡Per la banderola!”

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