15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article publicat a “El Mundo” el 30/03/03 per Francisco Umbral

Paul Morand fue el esnob máximo en aquella generación de esnobs, pues tenía el gusto de conocer por conocer, y una curiosidad inagotable por rodear todo el planeta con sus viajes, como si hubiera venido a otro planeta, un planeta inédito, y además por poco tiempo Paul Morand y Blaise Cendrars son los poetas de los años 20 que más se nicotinan de modernidad y vagabundeo. Paul Morand, como funcionario diplomático, pudo recorrer el mundo entero, deshojar los tulipanes de Amsterdam y comprar periódicos de todo el mundo para estar siempre al día, cuando escribía tan lejos de los días. Quiere uno decir que Paul Morand fue el esnob máximo en aquella generación de esnobs, pues tenía el gusto de conocer por conocer, y una curiosidad inagotable por rodear todo el planeta con sus viajes, co-mo si hubiera venido a otro planeta, un planeta inédito, y además por poco tiempo. Todo le interesaba y todo lo visualizó con su mirada de poeta sintético que estaba inventando un arte además de un instrumento. Paul Morand es el genio de la curiosidad por la curiosidad, y tiene la capacidad de fascinarse con todo lo nuevo, aunque sea viejísimo, lo mismo la noche catalana que los días y las noches de un Oriente que en él parece una fotografía, pero se acompaña de una rúbrica penetrante, valiosa, definitiva. Morand había venido al mundo para ver el mundo y no para ninguna otra cosa. Lo contó mejor que nadie y a medida que iba teniendo más curiosidad superturística amenguaba más el laconismo de sus telegramas líricos, pues hay en Morand una urgencia inexplicable por conocer el mundo cuando ni el mundo ni él tenían ninguna prisa. Pero aquella temperatura crepitante de los años 20 le hizo sentirse el ciudadano urgentísimo del universo que tenía que contarlo todo, cuando faltaba tanto tiempo para la bomba atómica. De estas necesidades reales o ficticias le nace a Morand un estilo propio, personal, una poesía que avanza a golpe de imágenes y que ha dejado atrás la música como acabamos olvidando el piano viejo y oxidado de la abuela de mamá. La música fue el modernismo, fue el simbolismo, fue Mallarmé, fue Moréas. Aquella generación de entreguerras, desde Apollinaire al citado Cendrars, hace de la imagen, de la metáfora, la clave de su narrativa lírica, renunciando, como decíamos, a la música. La poesía, para ellos, está en la imagen. Esto lo hereda el surrealismo y después lo hereda nuestra española generación del 27. No es que nadie abjurase de nada, sino que Victor Hugo, Verlaine y Rubén Darío habían muerto a manos de un adolescente cruel, que era Rimbaud, o de un pianista aristocrático y furioso que era Lautréamont. Fue el imperio de la imagen que todavía nos sigue proveyendo de metáforas. El último poeta con música sería José Hierro, heredero de Juan Ramón, y recién fallecido. La poesía del siglo XX fue ante todo imagen. En España venía de Góngora y Quevedo y esto le dio un sedimento y una potencia que la hicieron inmortal, en complicidad siempre con la prosa poética. Paul Morand, que no podía prever nada de aquello, trabajó siempre con imágenes porque para eso había elegido autodestinarse al mundo de las imágenes, orientales y occidentales, y eso le surtía todos los días para hacer un poema. Hay en Morand un curioso detallismo de los datos, y junto a una fabulosa metáfora del crepúsculo nos da el precio de un billete de tranvía. Todo ayuda a situarnos donde él quiere. Puestos a jugar con el dato, diremos que murió en 1976, el verano más caluroso de Europa desde hacía 88 años, que son los que tenía Morand al desaparecer. Hoy se ha vuelto a la poesía de la música, en cierta medida, pero la imagen sigue valiendo más que mil palabras, siempre que sea de un gran poeta. Morand, repito, no sé si era consciente de que estaba revolucionando la poesía europea, como Jean Cocteau y algunos otros. Era tan frívolo, tan esnob, tan viajero, tan diplomático, que todo esto le daba igual. Lo que le importaba era conseguir ese poema a partir de las experiencias de la noche anterior, poema que escribía partiendo de las notas rápidas, como de periodista, tomadas sobre la marcha. Digamos que Morand fue un poeta lírico que sólo tiene un vago precedente en el Spleen de París de Baudelaire. Trajo su esnobismo hasta límite irónico de ser desconocido hoy para los jóvenes. Morand acarreó un mundo de imágenes realísimas y soñadas que tienen en su obra la velocidad de la inspiración. Ya no hay poetas así. Seguimos haciendo guerras, como entonces, pero de nuestras guerras sólo nacen los enviados periodísticos brutales que llenan de ignorancia el conflicto. Morand era otra cosa.

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