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Documentació

La aventura fraternal

Article publicat a “El País” el 15/12/01 per Jorge Semprún

En el centenario del nacimiento de André Malraux (1901-1976) se acaba de publicar Malraux en España, de Paul Nothomb. El autor participó en la escuadrilla internacional creada por el escritor y político francés en la guerra civil española. Presentamos el prólogo del libro.

Hoy me consta que los que fuimos sin duda sinceros comunistas éramos los cómplices de grandes crímenes. Nos encontramos a finales de 1936, es decir, en el momento en que Stalin se lanza a sus purgas más sangrientas, cuyos ecos llegan hasta nuestros oídos y dan lugar a violentas discusiones entre nosotros. Después de todos estos años, sin embargo, me niego a considerar a mis camaradas del Partido de manera distinta a como lo hacía entonces.'

Paul Nothomb es quien escribe estas líneas en su Malraux en España.

En 1936, el joven comunista belga de veintidós años se siente seducido y abducido por el ideal bolchevique, el idealismo revolucionario de un bolchevismo irreal que se encarnaría en los horrores del socialismo real. Nothomb, valiéndose de su experiencia en la aviación, se enrola en la escuadrilla España que André Malraux ha creado, organizado y comandado desde los primeros días de la insurrección fascista para acudir en ayuda de la República española. Rememorando este compromiso de juventud, de revuelta exigente contra el orden burgués. Nothomb precisa en la página que acabo de citar: 'La adhesión a la doctrina de Lenin nos unía como la fe une una orden de monjes soldados'.

Lo que no es una mala definición de un estado de ánimo, de una ceguera movilizadora.

Pero esta página citada concluye con algunas frases de capital importancia.

Comentando una bella fotografía de la guerra de España, encontramos unas palabras que no sólo me parecen justas -pues se ajustan a la realidad y le hacen justicia-, sino que están cargadas de una emoción histórica todavía activa.

Malraux en España, el bello libro de Paul Nothomb, se compone de dos partes bien distintas, pero vinculadas entre sí con fuerza, con profundidad, porque abordan el mismo tema (la experiencia colectiva de la escuadrilla internacional creada por André Malraux en 1936 y 1937), y porque, desde el punto de vista narrativo e intelectual, las dos partes demuestran un mismo espíritu de rigor y objetividad, una idéntica visión del mundo lúcida y cálida, desprovista de concesiones pero llena de ternura humana.

Éstas son las palabras que me conmueven todavía hoy, tanto tiempo después de los acontecimientos históricos a los que se refieren:

'Escribe entre nosotros -escribe Nothomb para evocar los combates de antaño- un espíritu de compañerismo inaudito, un extraordinario buen humor en todo momento, hasta el punto de que, al recordar esas horas pasadas, no puedo dejar de pensar que vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo.'

Por un lado, pues, el implacable rigor para juzgar los resultados reales del bolchevismo ideal que había deslumbrado su juventud. Por otro, la afirmación de fraternidad, simpatía, compasión o solidaridad con los compañeros de largos años gloriosos o miserables, de batallas a menudo heroicas, casi siempre perdidas.

Esta actitud, que parece normal hoy en día, post festum -casi podríamos decir post mortem: dado el desmoronamiento del socialismo real- ha sido sin embargo extremadamente rara.

A menudo, demasiado a menudo, los ex comunistas, sea cual sea la razón que les ha empujado a romper con el Partido, o a ser excluidos de éste, sea cual sea el momento histórico, pueden dividirse en dos grandes categorías.

En primer lugar, están aquellos que, imitando a un personaje del A puerta cerrada de Sartre para quien el infierno son los demás, proclaman con toda la mala fe que el estalinismo son los demás. Intelectuales o dirigentes políticos del Partido, a veces de primera fila, afirman que no descubrieron el estalinismo hasta el día en que se convirtieron en sus víctimas propiciatorias. Todo lo que han podido escribir o hacer antes de esa fecha, y que habrá servido para propagar y consolidar el estalinismo, antes del funesto día en el que fueron atrapados por la trituradora de almas, esa mecánica de la sospecha y de la represión (¡en nombre, claro está, de la 'vigilancia revolucionaria'!), todo eso lo han olvidado.

Otros, tan numerosos como los anteriores y en función de una misma carencia de autoanálisis, de espíritu autocrítico, pero que ha actuado en sentido inverso, reconducen y reconstruyen en su antiestalinismo, dentro del proceso que instruyen contra una antigua fe, los mismos mecanismos, los mismos procesos de intolerancia y dogmatismo que antaño habían empleado contra la libertad de espíritu.

La actitud de Paul Nothomb, síntesis poco frecuente de implacable espíritu crítico y memoria compasiva o fraternal, se revela no sólo excepcional, sino que también de manera excepcional se adapta al tema en este relato.

Su actitud resulta excepcionalmente apta para delimitar y describir el comportamiento y la filosofía política de André Malraux durante la guerra antifascista de España. Ciertamente, Malraux, llevado por la objetividad del momento histórico a acercarse a los comunistas en el combate antifascista, compañero de viaje, preservó su independencia creativa y de pensamiento -L'Espoir es buena muestra de ello: novela soberbia, original en su estructura formal, brillante, polifónica, espléndida; profunda y rica en el debate, la reflexión política e ideológica que constituye su sustancia.

En consecuencia, Malraux en España es un libro bello y serio: documento histórico de primer orden, por un lado; perfecto éxito artístico, por otro.

Desde el punto de vista histórico, Paul Nothomb vuelve a poner las cosas en su sitio. Y creo que de modo irrefutable. Es cierto que existen trabajos objetivos, ponderados, sobre el papel exacto que desempeñó en los primeros meses de la guerra de España la escuadrilla internacional organizada y dirigida por André Malraux.

Sobre esta escuadrilla se han escrito no pocas tonterías calumniosas. Las más tontas y malintencionadas, también las menos justificadas, no procedían del campo franquista. Procedían, y es triste constatarlo, del campo republicano.

Pero son críticas hechas a posteriori, mucho después del final de la guerra civil, en un contexto de ajustes de cuentas entre los componentes del Frente Popular, divididos por los rencores provocados por la derrota.

Los comunistas españoles han acabado por tener una influencia considerable, a menudo determinante y hegemónica, en el ejército republicano. Y ello debido a que el único país que vendió armas de manera masiva a la República asaltada, que envió consejeros militares y especialistas, principalmente aviadores y conductores de carros de combate, fue la Unión Soviética. Sin embargo, los comunistas españoles, en los libros de historia o en las memorias escritas en el exilio tras rumiar la derrota, creyeron que se podía atacar a Malraux, quien había roto con ellos después del pacto germano-soviético de 1939.

Las opiniones de, por ejemplo, Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana y comunista reciente con ardor de neófito, que tienden a minimizar e incluso a burlarse del papel desempeñado por André Malraux y su escuadrilla, no pueden tomarse en consideración de forma seria.

En mi opinión, Paul Nothomb analiza este tema de manera clara y convincente. En comparación con otros trabajos (por otra parte muy estimables) que van en el mismo sentido y con la misma apreciación positiva, tiene a su favor el hecho de ser la obra de un testigo activo de la locura heroica de Malraux y sus compañeros, que toma partido en los problemas y los combates que vivió en primera línea, a partir de septiembre de 1936 y hasta la última misión de la escuadrilla, integrada en la aviación republicana y rebautizada con el nombre de su fundador.

Pero si este libro es históricamente impactante, lo es también estéticamente.

Las fotografías que ilustran y dan ritmo al relato de Paul Nothomb, que en la segunda parte actúan de soporte al comentario pertinente del autor, desprenden un encanto, un aura fraternal y grave que incrementa de modo considerable su interés documental.

Podrán volver a contemplarse momentos fugaces, vívidas tomas de lo cotidiano, imágenes que Malraux elaboró y recompuso más tarde cuando rodó su inolvidable película Sierra de Teruel.

Así, entre tantas otras, las imágenes del descenso de los heridos y los muertos de un avión de la escuadrilla derribado durante una misión. Imágenes que evocan la solidaridad, la fraternidad de los campesinos de la región con esos extranjeros, desconocidos pero cercanos, que ayudan a evacuar a los suyos hacia un hospital militar.

La mayoría de las fotografías reproducidas en el libro son obra de Raymond Maréchal, uno de los miembros de la escuadrilla. Herido de gravedad en el rostro, una foto (p. 135) lo muestra durante su convalecencia sentado en un restaurante junto a Malraux. Esta foto, comenta Paul Nothomb, 'resume para mí el ambiente, ya por entonces melancólico, de ese final de partida: Maréchal, que fija no sin valor el objetivo y a quien vuelvo a encontrarme aquí, aparece en todo su esplendor, a pesar del vendaje de cura ; Malraux con su media sonrisa, donde se lee siempre un punto de tristeza y ese aire de burlarse del mundo que era el emblema de su libertad...'. Y añade un poco más adelante:

'Malraux, y esto lo caracte riza bien, jamás dejará plantado a su compañero lesionado: hará de él uno de sus asistentes, en 1938, en el rodaje de Sierra de Teruel.

'Y los dos hombres combatirían todavía, codo con codo, en 1944, en el maquis de Corrèze: para Raymond, esta batalla será la última.'

Sin embargo, en este conjunto de rara belleza, de un interés documental considerable, mis dos fotos preferidas son menos dramáticas. Fueron tomadas en Torrente, cerca de Valencia, en un momento de descanso en diciembre de 1936 (p. 89 y siguiente doble página). André Malraux aparece ahí, con el sempiterno cigarrillo en los labios, en medio de un grupo de combatientes republicanos. Dos jóvenes españoles lo flanquean, lo tienen cogido con familiaridad del brazo. Todo el mundo sonríe, parece alegre. 'Malraux sabía reír, bromear -comenta Paul Nothomb-, y nunca tenía un aspecto tan risueño como en esos momentos de entusiasmo juvenil en que la jerarquía no cuenta.'

Estas imágenes, estas palabras de Nothomb, me traen poderosamente a la memoria un recuerdo personal.

En Buchnwald, uno de mis camaradas del bloque 40 era un obrero metalúrgico parisino que había combatido en España, en la XIV Brigada Internacional. Un día, hablando de esta experiencia española, me dijo que había coincidido con Malraux. Enseguida le pregunté por la impresión que le había causado. La respuesta, inmediata, me dejó más bien perplejo: '¿Malraux? -exclamó Fernand B.-, ¡un tipo divertido!'.

No he comprendido lo que quiso decirme hasta que he visto estas fotos de Malraux en España, el precioso libro, útil y serio, simple y trágico, de Paul Nothomb.

Quien por cierto tiene toda la razón cuando dice que entonces 'vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo'.

El recuerdo de esa fraternidad de España habrá marcado, de un modo obsesivo, la vida de esos dos hombres: André Malraux, Paul Nothomb.

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