Documentació
André Malraux, mitos al margen
Conocido en España por su monumental biografía de Camus (Albert Camus, una vida. Tusquets, 1997), Olivier Todd, nacido en 1929 en Neuilly, de madre inglesa y padre austro-húngaro, ha publicado hasta la fecha 17 libros, entre novelas, biografías (también es autor de una biografía de Jacques Brel) y memorias de su actividad como gran reportero, que ejerció desde su ingreso, en 1964, en el equipo de "France-Observateur", hasta la jefatura adjunta de "L'Express", de 1977 a 1981. Amigo de Jean-Paul Sartre, quien fue su padre intelectual, filósofo formado en Cambridge, fino y minucioso periodista, Todd es una rara avis en el panorama intelectual francés, tan poblado por figuras grandilocuentes y adictos a los "maîtres-à-penser". Discreto, tolerante y dotado de sentido del humor, era el biógrafo ideal para adentrarse en la "galaxia" Malraux.
La de Todd no es la primera biografía de este soberbio personaje. Pero si Robert Payne (1973, 1996) y Curtis Cate (1994) se atrevieron antes que él a ofrecernos un vaciado de su figura, puede decirse que Todd la ha cincelado con todo lujo de detalles, en los que ha puesto cinco años de trabajo y un hábil aprovechamiento de material no consultado previamente, desde la correspondencia del escritor, en posesión de la hija de éste, Florence, y aún prohibida su publicación, hasta los archivos del Komintern y numerosos archivos privados. Estamos, pues, ante una suma. Como conviene a un libro que marcó en el 2001 uno de los hitos más visibles de la cascada de actos conmemorativos y publicaciones con que ese año se celebró el centenario del nacimiento de Malraux.
André Malraux, quién lo ignora, fue uno de los ejemplares más exuberantes de intelectual francés, esa figura un tanto esquizofrénica en la que se enfrentan, rivalizan y, excepcionalmente, se armonizan el creador y el hombre público. Un modelo muy francés, del que Malraux se le antoja a algunos el original que copiar. Por ejemplo, a Bernard-Henry Levy, quien hasta en las poses que adopta ante la cámara copia al autor de L'Espoir. Salvo que en éste la mirada penetrante, la cabeza gacha, todo frente y ojos mientras apoya la barbilla en una mano respondía a la necesidad de enmascarar los síntomas de la enfermedad de Tourette que padecía desde niño. Si hay un escritor francés del siglo XX ya en vida conmemorado y estatuario –"yo mismo esculpiré mi estatua", declaraba con veinte años–, ése es Malraux. Con 32 años obtuvo el Goncourt, gracias a La condition humaine, y esta novela y L'Espoir –para Todd, su obra más lograda– ingresaron en el panteón de las letras francesas, la Pléiade, en 1947. Consejero áulico privilegiado de De Gaulle después de 1945 – "mi genial amigo", decía de él el general–, primer ministro de Cultura (de hecho, creador, en 1959, y primer responsable del Ministerio de Asuntos Culturales), padre de las casas de la cultura, del inventario del patrimonio cultural francés, de la primera política musical oficial, de los primeros y aún tímidos pasos en la regionalización de la política cultural. En 1996, Jacques Chirac, quien, según queda dicho en el prólogo, no ha estado nunca muy convencido de la importancia de Malraux como escritor, presidió el traslado de sus cenizas al Panteón nacional.
Mitos elaborados
La crítica en Francia ha difundido la idea de que la biografía de Todd es iconoclasta porque arremete contra una serie de mitos, elaborados sobre todo por el mismo Malraux: especialmente el del valeroso combatiente, en Indochina o España o como miembro de la resistencia en Francia. Que la primera incursión de Malraux en Indochina le sirvió para robar frisos del templo de Banteay Srei, que era incapaz de pilotar un avión de guerra o que se sumó a la resistencia tardíamente, y no en 1940 como declara en sus Antimemorias –un libro que debería figurar, junto a las memorias del Dr. Schreber, como monumento de un genial mitómano–, son datos que no se desconocían antes de la publicación de la biografía de Todd. En cambio, Todd no se atreve con el mito más persistente de la trayectoria de Malraux: el del generoso militante antifascista, según el cual habría sido manipulado por los estalinistas, pero actuando siempre de buena fe. Todd le exculpa de la decisión del comité de lectura de Gallimard, al que ingresó con 27 años, de no publicar el Stalin de Boris Suvarin, e insinúa, en cambio, que el artífice de esta decisión fue el filósofo Brice Parain, quien estaba ya a punto de romper con el PCF (lo haría en 1933). Quizá en este punto Todd, quien sobre la figura de padre intelectual que ejerció para él Sartre escribió una novela interesante, Un fils rebell" (1981), no consigue del todo deslastrarse de otros mitos.
El complejo del bastardo
Más interesante parece su lectura de la compleja, autocomplaciente y a ratos errática trayectoria de André Malraux en clave novelesca: Malraux no sólo creó los personajes de sus novelas, se forjó a sí mismo no ya como uno, sino como varios personajes de novela. Olivier Todd tiene un fino olfato para rastrear en la megalomanía mitómana de Malraux lo que Marthe Robert habría llamado "el complejo del bastardo": el del hijo abandonado por el padre o que reniega de él y se forja sus orígenes y su pasado.
De la edición española ha desaparecido el feo error que hacía de José Calvo Sotelo "Carlo Sotelo", y lo definía como "dirigente del partido socialista español". En cambio, permanece en el texto alguna que otra errata, como la que hace reunirse a la comisión que acabó aprobando la "misión arqueológica" de Malraux en Camboya un 25 de diciembre de 1923, cuando el mismo contexto indica que debió de tratarse del 25 de septiembre. Pero estos detalles no merman la obra de Olivier Todd, que merece ser leída aun por quienes no sean fanáticos malrosianos. En caso de que alguno quede todavía.
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