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Documentació

Ana María Moix: «La gauche divine fue humana e imperfecta, por suerte»

Entrevista publicada al diari ”ABC” el marc de 2002 per Paula Izquierdo

Ana María Moix son muchas Ana Marías: vital, polifacética, comprometida; la creación literaria, en todas sus manifestaciones, ha estado presente en el camino de esta escritora catalana desde que formara parte de la antología Nueve Novísimos, en 1970. En estos años, además de construir una sugerente obra poética, ha escrito novela, relato y ha traducido a Samuel Beckett y Marguerite Duras, entre otros. Su último gran proyecto consiste en dirigir la colección de poesía «Debolsillo». Y no fue precisamente en un bolsillo, sino en un cajón de la editorial Lumen, donde apareció el olvidado texto que, treinta años después de haberlo escrito, por fin sale a la luz: 24 horas con la Gauche Divine. El libro, al que Ana María ha añadido un prólogo explicando las circunstancias en que se produjo tan fortuito descubrimiento, es la crónica de un día en la vida de estos personajes seguida de las respuestas de numerosos miembros de la tribu al cuestionario que la autora realizó en aquella época.

-Jóvenes, guapos, de buena familia, listos (unos más que otros), toda una promesa... «elegidos para la gloria».

Muchos de los personajes que aparecen en el libro y que empezaban a ejercer sus profesiones entonces están, actualmente, notable y justamente considerados. Pero nadie se sentía «elegido para la gloria»; en todo caso, para dedicarse seriamente a lo que les gustaba. La mayoría es lo que ha hecho.

-Oriol Regás afirma, en el cuestionario, que eran todos de izquierdas aunque intentaban vivir como la gente de derechas. ¿Se trataba de manifestar un cierto inconformismo o de hacer apología del hedonismo, del narcisismo y del esnobismo? (Perdón por los ismos).

Había una mezcla de todo lo que usted nombra. Sin embargo, en cuanto al narcisismo -carácter que suele aplicarse, yo creo que exageradamente, a muchos de los integrantes de aquel grupo-, le diré que los personajes de este libro eran de una humildad franciscana en comparación con los del mundo de la cultura de hoy en día.

-¿En Bocaccio dejaban aparcadas las ideas o era en la oscuridad de este local, entre los vapores del alcohol y por encima del sonido estridente de la música, donde surgieron los grandes proyectos?

La gente de la «G. D.» era igual en su casa o en el trabajo que en Bocaccio. Lo que sí se daba, al encontrarse, era un intercambio de ideas. Tenga en cuenta que era un ambiente interdisciplinar. Las conversaciones y polémicas se producían entre escritores, arquitectos, pintores, fotógrafos, cineastas...

-Desde aquel día, en 1970, cuando usted leyó un letrero que decía «Hoy, a las 13 h, reunión editores Libros de Enlace para leer cifras de liquidaciones de venta mensual. No molesten. Se sospecha grave. Recen rosarios y lleven cirios a santa Rita, patrona de los imposibles», ha llovido mucho. Estaban Castellet, Barral, Herralde, Regás, De Moura, Altares, Tusquets... Entonces había que sudar sangre para vender un libro, y ahora se venden casi como si fueran rosquillas. ¿Con qué se queda?

Bueno, hoy se venden como rosquillas según qué libros. Bien es cierto que hay libros que se venden así y son buenos; pero esto sucede en pocas ocasiones. Me quedo -en general- con lo de antes. No soy partidaria de la frase «Con Franco vivíamos mejor». ¡En absoluto! Pero, en lo tocante al mundo de la cultura, lo que sucede hoy en día es aberrante. La entrada a saco del capitalismo, de la obediencia servil a las leyes del mercado, se pagará -se está pagando ya desde hace tiempo- cara. Se habla de neoliberalismo: ¡menudo engaño! Estamos viviendo sumidos en un «ultracapitalismo» disfrazado de democracia que lleva al «todo vale» sin distinción entre cantidad y calidad. Evidentemente, siempre ha habido una literatura de consumo y una literatura que genera historia de la literatura, y, por tanto, literatura. Pero, hoy en día, enfocarlo todo con vistas al máximo consumo, desdeñando a la vez el libro de calidad porque no vende, va en detrimento de la literatura, de la cultura y del arte. No estoy en contra del best seller, aunque no sea una obra de calidad; pero sí del señor o señora que hace pasar el best seller exento de calidad literaria por gran literatura apoyándose en las cifras de venta que obtiene y que, además, no se arriesga en editar obras de calidad por temor a perder un duro. Esta situación tiene responsables que no sólo implican al mundo de la edición: los mismos creadores se han subido a ese carro de la confusión. Estoy harta de hablar con gente joven, que quiere escribir, pero que, antes de haber escrito una página, te preguntan qué editorial promociona mejor para ir a venderles la idea de su hipotética novela. Sólo faltaba un programa como Operación triunfo para glorificar el éxito.

-El episodio del niño del Colegio de San Ildefonso al que le concedieron un premio literario, ¿es una crítica socarrona de los manejos de los editores?

Es una parodia de algo que empezaba entonces: la búsqueda de autores cuanto más jóvenes mejor.

-¿La «G. D.» «por no ser humana fue perfecta»?, como afirmó el fotógrafo Oriol Maspons.

Creo que fue muy humana; tanto que algunos de sus miembros, como Carlos Barral o Jaime Gil de Biedma, se molestaban, durante horas, en perder su precioso tiempo desasnando a los jóvenes, entre quienes me contaba. No estoy de acuerdo con Maspons -cuya frase es divertida, por otro lado-: la «G. D.» fue humana e imperfecta, por suerte.

-La libertad sexual jugó un papel importante en esta «tribu mediterránea», denominación de la relaciones públicas de Bocaccio, Ana Maio.

Era una de las características de la época. Mayo del 68. Olvidémonos de mayo, del año exacto y de París: era la época, la coincidencia de corrientes que desembocaron en algo esencial: la liberalización de las costumbres y del pensamiento. Pero «liberalización» en un sentido que no sólo implicaba libertad sexual, sino algo más profundo que apuntaba, por un lado, a la vida cotidiana, y, por otro, a la ideología, o mejor, a las ideologías imperantes: un franquismo que se iba, pero que tenía sucesores, y una dogmatización de la izquierda totalitarista.

-¿Eran todos guapos, aparte de Salvador Clotas, «el chico más hermoso de la ciudad», y Félix de Azúa, «el otro chico más hermoso de la ciudad»?

No. Le aseguro que había mucho feo. De todos modos, creo que la inquietud cultural, el interés por cuanto ocurre en el mundo y el sentido del humor embellecen.

-Algunos miembros de la «G. D.» tuvieron un final fatal; demasiadas muertes, muchas prematuras.

Desgraciadamente, sí. Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, o Juan Benet y Juan García Hortelano (que vivían en Madrid, pero eran amigos de muchos personajes de este libro y, cuando iban a Barcelona, eran bocaccianos), murieron entre los sesenta y setenta. Pero no hay que achacarlo a ningún tipo de vida en particular, sino a la época en que nacieron: vivir una guerra, en la infancia, y pasarse media vida bajo una dictadura, cuando se tienen determinadas inquietudes, no endulza ninguna vida.

-¿Cree que este fenómeno político-festivo-cultural podría darse en la actualidad?

Hoy difícilmente podría surgir algo semejante. La gente está demasiado obsesionada con su propio ombligo, y el don de la conversación (que no sólo consiste en hablar sino también -y sobre todo- en escuchar) se ha perdido. Por lo general, los escritores no quieren hablar de literatura con un escritor sino que éste les haga una reseña de su último libro; los editores -y la mayoría de los escritores- hablan de cifras de ventas; los cineastas están preocupados por las subvenciones y por los Goya; la gente de teatro, los pintores...; en fin, ¿para qué seguir? Hablo en general; por supuesto, hay excepciones y gracias a esas excepciones puede uno salir de casa. Aquello surgió de manera espontánea; no se puede improvisar.

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