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Documentació

Las metamorfosis de Ana María Moix

Article publicat a "La Vanguardia" el 25/09/2002 per Juan Antonio Masoliver Ródenas

Hace ya años, en una antología de cuyo nombre no quiero acordarme, Ana María Moix (Barcelona, 1947), la más novísima de los novísimos, escribía en su Poética: "A mí, en realidad, lo que me gustaba era tocar la trompeta en una calle oscura". Por alguna razón, siempre me ha parecido escuchar esa trompeta melancólica desde una calle oscura en los primeros libros de la escritora barcelonesa: en sus novelas Julia (1969) y Walter, ¿por qué te fuiste? (1973) y en su libro de relatos Ese chico pelirrojo a quien veo cada día (1973). Melancólicos blues que con una voz todavía pura nos narraban con tono personal la desgarradora pérdida de la pureza contaminada por el descubrimiento del mundo y lesionada por conflictos sentimentales.

Sin embargo, allí estaba ya plenamente desarrollado lo que, más allá de las visibles metamorfosis expresivas, constituye la esencia de su escritura. Las relaciones conflictivas constituyen el núcleo del libro de relatos Las virtudes peligrosas. Aquí no hay melancolía porque ya no escuchamos la voz pura, sorprendida ante el descubrimiento del mal y de la impureza. La niña se ha metamorfoseado en adulta, los conflictos se intensifican y endurecen . Y ahora ya no es el descubrimiento personal del mal sino la constatación, como se nos dice en "El inocente", de lo bizarra que es la naturaleza humana, "tan débil para sufrir pero tan implacable y férrea para infligir sufrimiento". Si aquí el lenguaje se retuerce en búsqueda de la mayor expresividad es porque, como se nos dice en "Érase una vez", "nada ni nadie tan falto de libertad como las palabras". Pero, en el mismo relato, a esta conflictividad expresiva opone la fuerza de lo no dicho que alimenta a todos los relatos de "De la vida real nada sé": "En lo más hondo del silencio hay una hoguera".

Ahora no escuchamos ya ninguna voz melancólica, porque si bien muchas veces en la voz del narrador de cada relato está la clave del desenlace, hay un claro distanciamiento por parte de la escritora. Prosa depurada, plácida fluidez, ironía distanciada, personajes anodinos sacados de la anodina vida cotidiana: la antítesis de lo literario y de la estridencia, de ahí que los sordos conflictos acaben por estallar, que los seres más mezquinos se metamorfoseen en seres trastornados y monstruosos, "implacables y feroces para infligir sufrimiento". Lo que se conserva de la pureza de los libros escritos por Moix en los setenta es la vulnerable debilidad de los que sufren y, de "Las virtudes peligrosas", el dolor de los que sucumben a la locura. El primer relato del libro regresa al tono de cuento infantil tan frecuentado por la escritora y al tiempo define la unidad del libro en torno a la metamorfosis, invirtiendo los términos kafkianos: la cucaracha Gregoria se convierte en un escritor de salud precaria ("imposible de pasar desapercibido para el corazón de madre que así lo sentía, tembloroso como todo corazón animal, aunque sea de cucaracha") que escribirá sobre la metamorfosis de Gregorio Samsa.

Todos los relatos están marcados por un conflicto de relación y por la alteración del orden o de la rutina. En algunos domina la intensidad de lo fantasmagórico, la locura o el suicidio, en otros el tono de comedia. Dentro de este último grupo, el más extraño, y uno de los mejores del libro, es "Ronda de noche", donde lo absurdo (pues absurdo es estar a altas horas de la madrugada buscando un taxi a una muerta) está tratado con un especial humor que no borra la imagen, puesto que de imágenes hay que hablar en este libro y en este cuento en particular, "del dolor de la incomprensión". Si aquí la mujer muerta "nunca se atuvo a la lógica de nada", en "Las letras de la pasión" se da cuenta de que ha perdido a su esposa y se desmorona en la perturbación y desorden que con tanta convicción había rechazado. En "Un poco de pasión" el mismo tema está tratado en clave de farsa. Es uno de los textos más desenfadados del libro. Para ese hombre de talante sosegado la pasión no es un sentimiento acorde con su ideal de vida, hasta que descubrimos, mientras contempla un partido de fútbol, que es un déspota, un machista y un racista... "En un árbol en el jardín", tema que se encuentra ya en el "Ulises" de Joyce, "la imaginación pervertida del individuo anímicamente enfermo" promete una grandeza que al final no supera la anécdota. Es el único relato prescindible.

El libro termina con los relatos más claramente narrativos y divertidos: "Autobiografía mínima", donde hace una distinción entre autor y escritor, inspirada posiblemente en la autoría de piezas teatrales firmadas por Gregorio Martínez Sierra y escritas por "su abnegada esposa" Maria Lejárraga, y "Muñecos son", entre otras cosas divertida parodia de un grupo de turistas barceloneses y eficaz crítica de la pusilanimidad masculina. Relatos escritos con placer y con humor; metamorfosis y trastornos que ponen en evidencia lo más mezquino del alma humana. Aunque en este caso sería más justo decir del alma, quien la tenga, del hombre.

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