Documentació
De mi vida real nada sé
Hay escritores cuyos prolongados silencios reconfortan; habría que agradecerles que dejen de fatigar las prensas. De otros, en cambio, tenemos la impresión de que han publicado poco o de manera discontinua e inadecuada a su capacidad literaria. Es el caso de Ana María Moix (barcelona, 1947), aquella “novísima” de la famosa antología cuya escasa obra narrativa posee una originalidad que a menudo echamos de menos en autores omnipresentes en las listas de éxitos y en la selecciones críticas.
De mi vida real nada sé forma parte de una colección dedicada a reeditar la obra de la escritora barcelonesa, y contiene diez cuentos –cuyas fechas de composición convendría haber indicado, dada la índole de esta “Biblioteca Ana María Moix”–, género del que la autora había ofrecido ya interesantes muestras en un par de volúmenes anteriores. Los relatos contenidos en De mi vida real nada sé son de distinta factura y se acogen a diversos procedimientos compositivos: la narración omnisciente, el relato en segunda persona, el estilo indirecto libre, el discurso homodiegético... Pero todos ellos responden a una concepción semejante de la realidad y de su conversión en artefacto narrativo. En todas las historias hay una realidad oculta bajo las apariencias, un fondo que la destreza retórica de la composición ayuda a mantener encubierto hasta las últimas líneas. Desfila por estos cuentos una galería de personajes ensimismados, aislados, medrosos, inestables, íntimamente fracasados, cuya vida exterior no da a entender casi nunca su deprimente sustrato espiritual. El suicida dispuesto a ofrecerse como regalo en “Un árbol en el jardín”, el adolescente atormentado en “El color del deseo” –espléndida y original variación de un viejo tema–, la pervivencia de los sentimientos profundos frente a la apariencia en “Amor de relojería” o el fracaso vital oculto bajo la superficie de una vida plácida en “Un poco de pasión”, son algunos ejemplos excelentes de cómo reducir lo esencial de una historia, a veces extensa en el tiempo, a un brevísimo relato pleno de sugerencias y de matices. Junto a estos aciertos, me parece un tanto fallido el relato titulado “La metamorfosis”, que, como ya deja entrever el título, es un homenaje a Kafka que no ha logrado sortear el riesgo de los textos consistentes en la glosa, variación o recreación de otros. Y tampoco alcanza la intensidad de todos los demás “Autobiografía mínima”, tal vez por evocar inevitablemente, en ciertos aspectos, algún caso real, aunque la presentación de la historia y las líneas finales son sobresalientes.
Casi es irrelevante añadir que nos encontramos ante una buena prosista. El engarce de las frases, las continuas espirales sintácticas con que se matizan los pensamientos de los personajes en cuentos como “Ronda de noche” y otros, acreditan una indudable maestría. Habría que reprochar a la autora, sin embargo, ciertas caídas en la trivialidad y el descuido que han arraigado últimamente como algo más que pura moda: usos como “prácticamente inexistente” (pág. 26) o “prácticamente agarrotados” (pág. 27) –por ‘casi’–, construcciones de tufillo anglómano como “casi la totalidad de una casa” (pág. 11, por ‘casi toda’), la utilización de impávidos por ‘impasibles’ (pág. 127) y de detentor por ‘detentador’ (pág. 129), algún error en construcciones preposicionales (“luminarias emanadas por los cabellos rojos”, pág. 102) y alguna incrustación parentética de muy difícil aceptación: “Profundidades que la –cumpliendo con su desesperado deseo– tragaran” (pág. 13). A pesar de estos lunares, que una corrección más atenta hubiera podido eliminar sin dificultad, la lectura de este vo- lumen constituye un gratísimo placer.
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