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Documentació

Una biblioteca para Ana María

Article publicat a ”La Vanguardia” el 16/09/2002 per Josep Massot

Eran grandes solitarios, enfrascados en sus mundos interiores y en sus libros, y, sin embargo, entre todos inventaron una animosa sociedad de intensas complicidades, literarias y vitales, que, hoy, treinta años después, una Barcelona más rica, más pobre, echa de menos. Ana María Moix fue uno de ellos. Acaba de regresar del verano de cada año en Cadaqués a un septiembre repleto de noticias: Lumen le dedica una Biblioteca Ana María Moix, que reúne toda su narrativa, y, sin darse a la nostalgia, la abre con un título que significa su regreso a la escritura: De mi vida real nada sé. De su vida real Ana María (Barcelona, 1947) elige comenzar por una muerte, la de su hermano Miguel, a los 18 años, el hermano intermedio entre Terenci y ella. "Yo tenía 15 años y fue muy duro. Ahora la muerte se silencia, se oculta, como las enfermedades, cuando tendríamos que convivir con ella porque está en todas partes." Uno de sus primeros recuerdos fue cuando murió su abuela materna, en su pueblo natal, Nonaspe (Zaragoza). Recuerda el jardín y una ventana que daba a un precipicio y a un río, que aquella noche rugía porque había riada, y después el silbido del tren, el correo de las cinco de la tarde, que era como se contaban allí las horas. "Tenía cinco años y me acuerdo de todo -dice- porque pensé que aquel momento era importante, que no lo olvidaría nunca." Su familia materna tenía un negocio de pintura y se trasladaron a vivir a la calle Joaquim Costa, el territorio de su infancia, el de su madre. "Durante años habló de cambiarse de casa y al final, cuando se decidió, lo hizo para cruzar la calle, al otro lado de la ronda." Hay mucho de su madre en su novela Julia, una mujer, "muy guapa", que define como distante y fría, "tal vez porque se sentía insatisfecha, como todas las mujeres inteligentes de una época llena de prejuicios". "Un día -añade- poco antes de morir, me dijo una frase que se me ha quedado grabada. ‘Nunca me he reído en el cine’, confesó, y eso que tenía una gran vitalidad." Sobre la figura de su padre dice que se ha acercado un poco ahora, "sobre todo a su carácter". De él le gusta evocar su sentido del humor y un talante extravagante que les salvó de la monotonía de otras familias. "Siempre alardeó de que nunca lo verían subir más allá de Gran Via y en muy pocas ocasiones lo incumplió." Ana María Moix -"fui una niña retraída, solitaria, cerrada, patológica"- , empezó a escribir a los 12 años y fue su hermano Terenci quien le enseñó el placer del cine y de la literatura. Después estudió Filosofía en una universidad en la que, con excepción de Emilio Lledó, todo respiraba cerrilidad. "Tuve un profesor de Metafísica que nos hablaba de la existencia de tres clases de ángeles, según el tamaño de las alas y la altura de su vuelo." Poco a poco empezó a conocer al resto de la tribu de solitarios. Pere Gimferrer, que ya entonces lo había leído todo, quiso buscar a Terenci a raíz de un artículo sobre la "Cleopatra" de Mankiewicz que había escrito -para escándalo del mundo intelectual- en la revista "Film ideal"... Maruja Torres, Guarner, Néstor Almendros, Félix de Azúa, Esther Tusquets, Rosa Chacel... Enseguida Josep Batlló le publicó en "El Bardo" "Balada del dulce Jim", y Castellet y Gimferrer la incluyeron en la célebre antología de los nueve poetas novísimos. Era la época de Bocaccio y ella se ganaba la vida haciendo entrevistas para "Tele/Exprés" y traducciones, mientras se implicaba cada vez más en la revista "Vindicación feminista" de Carmen Alcalde y Lidia Falcón. "Nosotras -dice- lo tuvimos más fácil que la mayoría, y yo, particularmente, porque no he tenido hijos. Ahora, cuando ves que las tres cuartas partes de humanidad pasan miseria y que el 70% son mujeres, ves cuánto queda por hacer". La casa de Ana María Moix está presidida por los libros y por las fotografías de su familia y de sus amigos. Muchos ausentes ya (Barral, Gil...). También echa de menos otra cosa: "Cuando saqué mi libro sobre la ‘Gauche divine’ me entrevistaron dos periodistas jóvenes, y me decían que maltrataba a muchos personajes... no entendían aquellas bromas, tal vez porque se ha impuesto la adoración de la imagen pública. Falta sentido del humor".

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