Documentació
"En esta novela, un solo fallo podía costarle la vida al artista"
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) vuelve a las librerías con Mauricio o las elecciones primarias, una novela de prosa contenida y exacta en la que recrea una sociedad, la de Barcelona en los ochenta, abocada a renuncias y adaptaciones. En esta entrevista, Mendoza revela los porqués de su nueva y esperada obra. __- ¿Por qué ha elegido los años ochenta como marco de su última novela? __- Llegué a esa época en un flash back. Estaba escribiendo sobre una pareja mayor, Mauricio y Clotilde, mis nuevos protagonistas, y al irme para atrás, para abordar los días en que se conocieron, aterricé en los ochenta y ya me quedé ahí: lo que sucedía en España entonces me atrapó. No fue premeditado, aunque yo ya sabía que lo que nos ocurre ahora tiene sus raíces en aquel periodo. Fue entonces cuando empecé a dar vueltas a la idea de una trilogía, de la que Mauricio... sería la primera parte. Pero no sé si la completaré. __- ¿Por qué le parecen atractivos los ochenta? __- No sé. Pero puedo decirle que me permitían escribir un Bildungsroman al revés. Es decir, una historia de deconstrucción en todos los terrenos, ya fueran el político, el social o el sentimental. En la novela se describen sucesivos desencantos, sucesivos procesos de adaptación. De la utopía política se pasa al politiqueo del "ahora vienen los míos"; de la revolución sexual, a la amenaza del sida; del trabajo como realización personal, a la rutina del despacho; de la liberación de la mujer, al precio que las mujeres tuvieron que pagar por ella. La muerte de la Porritos marca, en este sentido, un antes y un después. __- La prosa de Mauricio...,a diferencia de la de otras obras suyas, es muy contenida. ¿En qué medida ha condicionado el periodo descrito su estilo literario? __- Lo ha condicionado mucho. Ésta es una novela, digamos, seria. Nunca había transitado por un periodo tan resbaladizo. Algunas de mis historias, las más humorísticas, están escritas en un estilo muy directo. Otras, las históricas, me permitieron mucha escenografía literaria. En Mauricio... hablo del pasado, pero de un pasado que todavía no es historia, que permanece algo desdibujado en nuestra memoria. Es una época difícil de retratar. Si te pasas en el tiempo de exposición fotográfica, los personajes te salen movidos; si no, te salen como congelados, con un rictus. Hay que ser muy preciso. __- ¿Cómo llegó a la conclusión de que la economía de medios era la mejor solución? __- Me pareció que sería oportuno recurrir a un estilo barojiano, con mucho diálogo aparentemente insustancial, pero que me permitiría deconstruir, a través de tópicos y lugares comunes, un discurso colectivo, coral. Por eso la historia se desarrolla casi sin recurrir a descripciones o reflexiones. __- ¿Este estilo le ha supuesto un reto? __- Claro. Escribí Mauricio... relativamente de prisa. Pero en seguida me di cuenta de que su tejido era ligero, tenue. Un recurso fácil hubiera sido vitaminar la narración con un crimen, con un secreto de familia. Pero no me parecía honesto. Quise que se aguantara párrafo a párrafo, que cada frase llevara a la siguiente. Para tranquilizarme, puse un prólogo y un epílogo que sugieren mi vocación trascendente: son como esos triangulitos fosforescentes que colocan los camioneros en la autopista para advertirnos de que pasa algo. __- Esta apuesta le ha obligado a ser extremadamente preciso, exacto. __- Eso sí. El reto era propio de un necio: intentar que ese tejido tan leve, que no sirve ni para sonarse, aguantara una historia que sólo tiene sentido si se acepta la importancia de su significado. Eso equivalía a ponerme en manos del lector. Un solo fallo podía costarle la vida al artista. Aquí una página aburrida hubiera tenido efectos letales. __- ¿Este estilo conciso, económico, caracterizará en adelante su escritura? __- No necesariamente. Cada historia pide un sistema narrativo. Yo ya tengo ganas de meterme en fregados literarios más complejos, como los de novelas anteriores. __- ¿Qué les diría a aquellos que, tras leer Mauricio...,añoren los esplendores, pongamos por caso, de La ciudad de los prodigios?__- Les diría: usted perdone. Pero añadiré que el lector que me conozca ya sabrá darse cuenta de que esta historia me obligaba a abstenerme de bromas o ingenios. Algún personaje podrá permitirse alguno. Pero yo debía permanecer más serio que un corcho. __- ¿Es esta obra su respuesta al final de la novela de sofá, que anunció años atrás? __- Sí y no. También tiene algo de reflexión sobre esos sucesivos desencantos a los que aludía. Eso le da un aire de entierro de la sardina, o de western crepuscular, en el que ya no sabemos si montamos a caballo o en vespa. __- ¿Se siente usted más próximo a este protagonista que a otros de su bibliografía? __- No. Conozco esa época, claro, la viví. Pero Mauricio no tiene la edad que yo tenía entonces. Su trayectoria no es la mía. Él llega a Barcelona con los estudios frescos. Yo volvía de Nueva York con una trayectoria profesional a mis espaldas. No coincidimos, pues, en edad ni en preocupaciones. Él va ligando por ahí y yo era entonces un papá reciente. __- Es muy duro al hablar de los partidos. __- No tanto. Lo que digo no despertará entusiasmos, pero nadie se rasgará las vestiduras. __- ¿Por qué ha elegido a un dentista como protagonista? __- Un dentista es alguien serio, benéfico, bien retribuido y bien considerado. Pero lleva consigo un halo de sospecha. A mí me gusta esta profesión, y le diré por qué. Una vez me quejé a un dentista y le espeté: "Me has hecho mucho daño". Y él me respondió: "Más te he evitado". Eso le cuadra a Mauricio. Siempre tiene que justificar algo, como que le gusten las mujeres o los coches o la política, cuando no tendría por qué hacerlo. __- ¿Certifica en su novela el final de una era? __- No pretendía contar el desencanto, sino el reajuste a la realidad, el paso de la infancia a la madurez de una sociedad. __- ¿Sigue usted con su proyecto de cartografiar literariamente las distintas fases históricas de Barcelona? __- Ya me queda poco, quizás un tramo entre febrero y abril de 1996. Así son las cosas. Pero no me angustio. Aquí he contado la transformación de un grupo social en un momento en el que la evolución de la sociedad local era muy notoria. París, por aquel entonces, no cambió lo que Barcelona. Berlín, sí. __- ¿Y cómo lleva esa sensación de haber tratado ya literariamente los últimos 120 años de vida de la ciudad? __- Paso mis momentos. A veces me pregunto: ¿y qué voy a hacer ahora? ¿Y si ha llegado la hora de cerrar la barraca? ¿Y si debo olvidarme de la novela y dedicarme al ensayo, a los cuentos o a las memorias? Pero cada vez que me pongo a escribir acabo ahí, en la novela. Alguien debería ocuparse de mí y avisarme cuando me llegue la hora de la retirada. Preferiría darme cuenta yo, claro. Pero mientras siga teniendo lectores...
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