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Documentació

"La música no se puede describir"

Entrevista pareguda a “La Vanguardia” el 23/11/01

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), autor de "La ciudad de los prodigios" y cuya última novela, "La aventura del tocador de señoras", fue el best-séller del último día del libro, es un escritor al que se le puede encontrar en conciertos o en el Liceu. Su opinión sobre literatura y música es por tanto significativa.

-¿Cómo nació su afición por la música?

Mi padre era aficionado a la música, había tocado como parte de su educación, de ninguna manera profesional. Eran muchos hermanos, cada uno tocaba un instrumento y hacían un pequeño conjunto en el que él tocaba no sé si el celo o la viola. Era aficionado a la música y en casa se oían siempre discos de música clásica. Luego, tuve la suerte de pasar varios años en Nueva York, en una época en la que se puso muy de moda la música clásica, con festivales y ediciones nuevas de discos, muy baratos. Fue la época en la que el director de la Filarmónica de Nueva York era Pierre Boulez, al que sucedió Zubin Mehta. Yo iba a escucharles, y por la radio los domingos escuchaba a Georg Solti con la orquesta de Chicago.

-¿Puede enumerar sus compositores predilectos?

Voy variando y también soy muy ecléctico, tengo debilidades, no me gusta mucho la ópera pero en cambio me encantan las óperas de Strauss, paso temporadas de entusiasmos y desentusiasmos con Wagner, últimamente me encanta Chaikovsky, que antes no me gustaba... Y desde luego, Bartok, Stravinsky y Shostakovitch me gustan mucho, junto con algunas cosas actuales, como Gobaidulina, de la que hace poco dieron en Barcelona una cosa estupenda, como otra que escuché el año pasado en Londres. También escuché una pieza de Janaceck en Nueva York, el "Diario de un desaparecido".

-¿Escucha música cuando está escribiendo?

No puedo, porque como la música me gusta mucho, no puedo tener la cabeza en dos sitios. Paro de trabajar y mientras escucho música no puedo ni leer el periódico porque las cosas se me interfieren.

-¿Ha leído autores que escriben sobre música, como Carpentier, por ejemplo? ¿Qué le parece cómo se trata la música desde la literatura?

Siempre me ha parecido un intento frustrado y fallido. A estas alturas ya tendríamos que saber que la música no se puede describir... Es como tratar de describir el sabor de un pollo, es inútil, es bueno o malo y de ahí no se puede pasar, porque no hay forma de trasladar, y eso le pasa a Carpentier o a Bécquer en "Maese Pérez el organista".

-Lo veo escéptico con respecto a las posibilidades de la literatura sobre música.

Escéptico no, estoy totalmente convencido de que son vasos no comunicantes, igual que la música que describe cuadros, como la de Mussorgsky, que son fragmentos de música muy bonitos pero aunque tuviera delante el cuadro no veo qué pueda relación pueda haber.

-¿Usted no se atrevería a describir un concierto, lo que ha visto o ha sentido?

Sí se puede describir una situación, un suceso o sus consecuencias; ahora, el contenido, la música, yo creo que no, la música no se puede describir, otra cosa es analizar, hay análisis interesantísimos, que es bueno conocer para entender bien lo que pasa. Yo procuro leer libros de este tipo hasta donde llego, pero lo que sí procuro leer son, además de libros, revistas, las críticas... No se puede ser aficionado a la música sin querer conocer el lugar que ocupa cada pieza o cada autor, la historia, las influencias.

-¿Qué obras musicales le han impactado emocionalmente o le han acompañado?

Esto es la clásica pregunta traicionera... Depende de lo que estemos hablando. Ha habido obras que me han gustado mucho emocionalmente, pero a diferencia de un cuadro que lo ves una vez y lo retienes, la música la consumes muchas veces y puede cansar o la vas retirando, por tanto es muy difícil fijar una pieza que te guste mucho, nunca es estático. Dicho esto, recuerdo un momento especial, cuando descubrí hace muchos años las cuatro últimas canciones de Richard Strauss; "La consagración de la primavera", de Stravinsky, que es la pieza clave del siglo XX y cuando la oigo, sobre todo en directo, todavía me impresiona mucho; la "Misa glagolítica" de Janaceck... Y siempre Beethoven y Bach. Ya puedes oír muchas veces la "Quinta sinfonía" o el "Oratorio de Navidad", que siempre te producen alguna emoción.

-¿Las formas musicales como estructura tienen algo que ver con la estructura literaria?

Cuando escribes, sobre todo una pieza un poco larga como una novela, es muy importante la estructura, y estructura de novela hay muy poca: planteamiento, nudo, desenlace y aún eso está por ver. La música, en cambio, sí que te ofrece las estructuras de guía de ferrocarril, y a mí esto siempre me ha interesado mucho; la música de cámara me interesa en este sentido. Esto es un fenómeno relativamente nuevo. Thomas Bernhard, por ejemplo, es un hombre que escribe de una manera totalmente musical, con todas las variaciones. Bernhard es un austríaco, como todos los austríacos muy musical, y además fue crítico musical; la música en Viena es como el Barça aquí... Yo he vivido mucho en Viena, y ves que es una ciudad dedicada a la música... ¡Hay un número de teléfono que da el la!... Hay otros escritores que utilizan técnicas musicales, las variaciones de tiempo lento-rápido-lento...

-¿Y la musicalidad del idioma?

Esto es un poco peligroso, porque el idioma tiene una musicalidad que no necesariamente tiene que ser una cantarela. Lo que sí se nota es que hay escritores con oído y sin oído. Ahora, el buscar la sonoridad de la palabra, que es una cosa tan arbitraria, arrancar la palabra de su significado y darle un contenido puramente fonético, puede convertirse en un ripio truculento.

-Es curioso que no le guste la ópera, el enlace entre música y teatro.

La ópera italiana, en general, no me gusta, pero en "Don Giovanni" hay una densidad... Wagner es droga dura y al principio sienta mal, pero cuando entras hay viajes largos. Los rusos están muy bien, Mussorgsky, Prokofiev, Janaceck..

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