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Documentació

«Escribí una biografía de Barcelona»

Entrevista publicada a “El Mundo” per Alex Salmon Eduardo Mendoza:

Se ha convertido en una obra de culto. Aunque sería un error encasillarla como novela histórica, la Historia rezuma en cada una de las páginas. Junto a Eduardo Mendoza, en aquel momento recién llegado de Estados Unidos, cientos de lectores redescubrieron Barcelona con La ciudad de los prodigios. Al escritor le sirvió para creerse a sí mismo. Para no tener dudas sobre lo que el lector esperaba de él. Vaya, le salvó la vida.

Es la primera novela que trabaja después de La verdad sobre el caso Savolta. Sin embargo, decide abandonar el proyecto.

Es cierto. Mi primera novela logró más éxito del que esperaba. Obtuvo, por ejemplo, el premio de la Crítica. Me dejó asustado. Las expectativas me colocaron fuera de juego. Cuando volví a escribir, ya no sabía si me estaba imitando, o si estaba haciendo todo lo contrario para no repetirme. Así pasaron dos años de trabajo, hasta que desesperado y para salir del bache, me puse a escribir la astracanada de El misterio de la cripta embrujada, que nunca pensé publicar.

Y las críticas fueron malas.

Un poco. Pero me resolvió el problema de pensar qué esperaba la gente de mí. Me alivió la presión. Y luego, al cabo de dos libros y unos años, coincidiendo con mi vuelta a Barcelona, me reencuentro con la ciudad. Eso me puso otra vez en marcha.

Por lo tanto, es una novela de reencuentro con Barcelona.

Sí. En este sentido es casi autobiográfica. Mi marcha, mi larga ausencia, el reencuentro. A mi llegada, me dedico a ir visitando rincones, recuerdos y devolviendo a mi memoria algunos ambientes. Y me pongo a trabajar. Recojo la memoria colectiva de la época. Leo la prensa de aquellos años y elaboro una biografía de la ciudad.

Su idea inicial era llegar hasta la Guerra Civil.

Sí. Quería hacer una historia sobre la evolución de Barcelona desde su revolución industrial y cuando se convierte en una ciudad electrificada, con tranvías y tren. Pero me salía un proyecto de nueve volúmenes como los que se hacían en Francia a finales del siglo XIX, como Les Rougon-Macquart de Zola. Aquello era imposible. Tuve la suerte de encontrarme con dos momentos tan simétricos como las dos Exposiciones Universales.

En el proceso de elaboración, ¿existieron vueltas atrás?

Pocas. Pero una fundamental. A media novela del primer borrador cambié de protagonista y transformé la primera persona en tercera. Hasta ese momento había un personaje principal que narraba la historia. Pero descubrí a uno de mis personajes, gánster, especulador, que era un arquetipo fácilmente imaginable. A nivel simbólico podía funcionar porque, como la ciudad, tenía varias opciones, y se inclina por la más comercial, la más feroz, la menos humana.

Coquetea con el anarquismo, pero le interesa más el dinero. O sea, la parte negativa de Barcelona.

Cuando descubrí que Onofre Bouvila era quien debía llevar el peso de la historia, todo salió rodado. ¿Y cuál era el problema? Que no era necesario interponer a un narrador. Describo en primera persona y por lo tanto en tercera la historia, lo que cambia las cosas. La ironía es mía y no de un personaje, que forzosamente debería ser distinta ya que, al ser contemporáneo, no podía permitirse la visión que yo tengo, y que tenemos todos del pasado.

Algunos estudiosos consideran que El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas son novelas puente para llegar a La ciudad...

Preparan el camino. Me dan ligereza y me permiten abordar otras formas narrativas con holgura. Pero no utilizo la parodia. Pero sí el sentido del humor y la ironía. Sí, claro. Pero en casi todas. Hay una visión grotesca y algo distante. Como cuando vemos una fotografía antigua, que lo primero que nos llama la atención son esos enormes bigotazos y el cuello duro de la camisa. Y esa impresión perdura sobre cualquier análisis. Es muy difícil ver la foto de un bisabuelo y pensar que era una persona normal. Te quedas con la fachada. Y eso perdura. Lo que intento, por medio de la ironía (los estudiosos lo llaman posmodernidad) es rencontrar la historia real y la que nos queda por la imagen.

En sus novelas la realidad histórica y la ficción juegan al límite. ¿Es necesaria esa estructura?

Creo que sí. Quería estar en un continuo salto entre la crónica y la ficción. Así podía mezclar lo anecdótico con lo falso y la exageración. No siempre me sale bien. A veces, el libro coge un aire de novela convencional y otras recarga demasiado los artículos de diarios.

¿No cree que provoca la duda ante los propios acontecimientos históricos?

Parto de la base que existen ya libros de Historia. Me interesaba conocer cómo las personas influyen en las ciudades y las ciudades en las personas. Me lo provocó los años lejos de Barcelona. Me voy con Franco (1973) y vuelvo con los socialistas en el poder (1983). No sólo ha cambiado la ciudad, sino también la noción del pasado. La Historia es otra. Es el secreto de convertir una historia local en universal. Existe algo universal en todas las historias. Leemos cosas y aceptamos descripciones muy parciales. No sé si lo entendemos o sólo nos lo imaginamos. Da lo mismo.

¿Existen aún muchos descendientes de Bouvila en Barcelona?

Muchos. No sé por qué la pasean como la novela de Barcelona. Es una obra muy crítica. Hay cariño, claro. Pero se observa la misión condenatoria a un tipo de sociedad que tuvo la ciudad en sus manos. Que pudo hacer una ciudad amable y la convirtió en lo que es.

También respira la eterna relación entre Madrid y Barcelona. ¿Todo sigue igual?

Sí. Es un hecho inevitable, no un problema. En el país donde existen dos ciudades con parecido peso específico, se produce un tira y afloja. Ese conflicto puede ser enriquecedor o empobrecedor, según el talante del que esté en eso. Barcelona es una capital que necesita la corte, la intriga de poder. Y no existe. Tiene que coger un autobús y hacerlo fuera de su ambiente. Eso crea una personalidad particular, pero similar a otras muchas.

¿Barcelona es tema literario?

Hay mucho literatura en catalán. Pla, Sagarra. Todas las descripciones de los barrios de barracas, la delincuencia, los bajos fondos, todo eso está en Pla, en Homenots. No me atrevo a decir que lo he plagiado porque ya sabemos lo que pasaría, pero aproveché mucho.

¿Fue costoso quitarse de encima el peso de la novela?

No. Porque, aunque todas las novelas me llevan al borde del suicidio, con neurosis, y reflexiones como decir que ¡nunca más una novela!, a pesar de todo eso, el que fuera mi cuarta novela, y después de las dos patateras anteriores, me hizo pensar que ya estaba situado como escritor. Me tocaba seguir adelante, y cometer errores y aciertos. Pero me dio la tranquilidad de saber que mi carrera ya estaba hecha. Ya sé que no revolucionaré la Historia de la literatura. Me toca ser yo, y eso está bien. Mejor que no saber que se espera de mí.

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