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Documentació

El escritor que no quiere serlo

Article publicat al diari”La Vanguardia” el 05/04/04 per Josep Massot

De noche, con las calles desiertas, todas las ciudades bajo una lluvia furiosa parecen irreales, como si el agua borrara los límites del tiempo. Diluviaba imparablemente en Barcelona el día en que había quedado citado con Eduardo Mendoza y todas las Barcelonas de sus libros se hacían más reales, convocadas en el estudio minimalista de su casa de Sant Gervasi. La lluvia siempre ha sido el mejor escenario para aliviar la espera contando historias, y Mendoza repasaba con su dicción lenta su infancia y su camino hacia la literatura. Empieza en la Barcelona de 1943, en el Eixample, en una familia acostumbrada al desarraigo confortable. “Mi familia dice sigue una tradición de abogados y funcionarios, notarios, diplomáticos trashumantes por obligación de sus destinos y que echan raíces casándose, así que mi familia es de todos los lugares.” A Mendoza le cuesta sentirse escritor y reconocerse miembro de la extraña tribu literaria, tal vez porque él aún es más peculiar. Y eso que escribe desde pequeño. Anotaba en su libreta historias que ilustraba a la manera de las viñetas de los tebeos. Y eso, también, que fue a los Maristas, una congregación religiosa de cuyas aulas ha surgido buena parte de los narradores españoles contemporáneos. Y eso, en fin, que la literatura la tenía en casa, en casa de su abuela materna, gracias a una nutrida biblioteca con libros de todos los géneros e idiomas diversos. Cursó sin muchas ganas, por inercia familiar, Derecho, “que es adonde íbamos a parar quienes no sabíamos muy bien qué hacer”. De lo que más se acuerda es del magnífico bar, lo que indica que las reuniones allí debieron de ser memorables. Mientras, leía novelas americanas y francesas, novelas de misterio y frecuentaba a sus autores favoritos del XVIII, Swift y Diderot, toda una declaración: solidez clásica e ironía al borde de la carcajada. Sus escritos de la época eran siempre ficción. “Nunca he sentido recuerda la tentación de hacer autobiografía. Lo que me gustaba era inventar personajes y hacerles vivir en lugares exóticos, como China o la India.” Un deseo de fuga que puso en práctica en cuanto pudo. Fue gracias a una beca para hacer un máster en Sociología “lo menos parecido que encontré a lo jurídico, que detestaba” en Londres. Un destino buscado, porque Mendoza, a diferencia de quines miraban hacia París, Roma o Nueva York, está cortado por la elegancia, el humor y la forma de ser británica. “Me atraía, además, ese rigor expositivo, esa economía verbal en la escritura y en el habla de los londinenses. Si algo me desagrada es leer esos libros recargados y llenos de exclamaciones de los franceses”, dice Mendoza, que en Londres pisoteó teatros y cines y se empapó de música Beatles, sin traicionar a los Stones , cuando la ciudad era capital de la vanguardia mundial. Al regresar a Barcelona, buscó un trabajo aburrido, de horario fijo, con la intención de tener tiempo para escribir. Lo encontró en el bufete que llevaba el caso de la Barcelona Traction. Allí encontró algo más: entre las montañas de documentos áridos y correspondencia técnica, una historia de la modernización industrial de Catalunya, con comentarios sobre la vida cotidiana del momento, como las huelgas anarquistas. Y en ello estaba, con viajes profesionales frecuentes a La Haya o a Suiza, cuando empezó a vérsele en las tertulias de Tuset, ocultando a todos la monumental novela que llevaba de editorial en editorial, coleccionando negativas y recortando el texto para hacerla legible. Se llamaba “soy un mal titulador”, dice Mendoza “Soldados de Cataluña”, por lo de la célebre canción infantil. La novela era La verdad sobre el caso Savolta y cuando se publicó, gracias a Pere Gimferrer, fue un éxito inmediato. “A mí dice ahora me gustaba Juan Benet y yo hacía una nueva forma de realismo social en un momento en que estaba de moda el formalismo y el nouveau roman”. A él le interesa la realidad inmediata, la crónica de la vida cotidiana y, más que reconstruir el suceso histórico, investigar las formas de vida colectiva en los momentos decisivos de Barcelona. “Me ha interesado siempre dice el desarrollo de la ciudad con sus conflictos sociales en la inmediata posguerra, sumergirme en ella no para contar lo que pasó, sino más bien cómo se vivía entonces. Si me documento no es para contar las cosas reales, sino para tratarlas a través de la ficción.” Por eso, concluye, para la novela que escribe ahora “y que no sé adónde me llevará, porque trabajo sin plan previo” mira la cartelera de los diarios de la época para ver aquellas películas en DVD, y le interesan más las revistas de peluquería que “Destino”.

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