Documentació
La memoria sin tregua
La memoria sin tregua, título que podría servir para su obra completa, es un capítulo más del único libro de Masoliver Ródenas. A veces intenta el epigrama, de raigambre clásica: "No le aflige tanto la decadencia/de sus senos/como la gloria efímera/de los versos que los ensalzaron". Otras, con poca fortuna, la canción popular, como en el poema final: "Noche de jarcha y rocío,/la última a recordar./El último escalofrío/antes de volverte a amar". Tampoco falta una aproximación al lirismo narrativo del romance (aunque no utilice la rima del romance, sino asonancias y consonancias caprichosas) en ciertos textos: "Rumores de la caleta/en el agua del recuerdo./Barcos que salen de Cuba/para no volver jamás".
Pero no son esos poemas los más característicos de La memoria sin tregua. Los textos más representativos constituyen una especie de monólogo interior, de asociación inconsciente, de memoria alucinada; son fragmentos que parecen escritos de un tirón, variaciones indefinidas sobre unas pocas obsesiones.
La más llamativa de esas obsesiones tiene que ver con alguna de las fases del desarrollo erótico infantil según fueron analizadas por Freud. En los poemas de Masoliver Ródenas siempre hay una niña que orina "sin cesar en el recuerdo": "Clara se está bajando las bragas./ Salpica el orín" (p. 61), "en cuclillas ríen, orinan" (p. 67), "niñas, avispas, /veleros en los jardines/del cielo, orín/en los pezones" (p. 100). Pero la obsesión excrementicia de Masoliver Ródenas va más lejos: "Palacios que el deseo/edifica: estancias de botones/de nácar como ombligos/o esfínteres, damas con las nalgas/empolvadas defecando joyas/en la celebración del excremento" (p. 62), "Ah, delicada mujer/con la rubia cabellera/ ocultán- dome la desnuda/espalda/defecando en cuclillas/en este rincón de luz" (p. 72), "La anciana que defeca un excremento/negro como el tiempo/podrido en su cuerpo" (p. 116). La memoria de Masoliver Ródenas no idealiza el pasado, no lo fija en convencionales y melancólicas estampas líricas, y en eso radica su mayor virtud. Pero da la impresión de que abusa del feísmo y del desahogo. Sus poemas en más de un caso parecen borradores de poemas, desahogo privado, materiales para un estudio psicoanalítico de fijaciones infantiles.
Algún poema disuena del conjunto. La memoria personal se hace a veces memoria histórica, como en la evocación de la dictadura argentina: "Buenos Aires. Calles en fiesta/cotidianamente. En la Casa/Rosada los generales se turnan/en el reparto del país:/los muertos, los niños/secuestrados, las medallas/las derrotas./Celebran/los porteños victorias/fantasmales. Viven, sin pasado/ni futuro, en un puente/bajo aguas de sangre, barcas/que aúllan, madres/que han naufragado/en el cemento..." La dicción se aproxima entonces al simplismo de la más tópica poesía social.
Rara vez Masoliver Ródenas, poeta por extensión, por acumulación de fragmentos, redondea sus poemas. El que comienza "Suena el piano en el balcón" (p. 27) puede servir de ejemplo. Comienza con una evocación, deliberadamente, de recuerdos cubanos: "Suena el piano en el balcón/de Carmen Masoliver./Recrea tardes de Cuba/ en la casa de Masnou./Habaneras. Versos de Dulce/María Loynaz. Tazas/de miel. Camafeos/de Sarduy en la piel./La luz no me deja ver/ tanta dicha. Calma chicha/en el Malecón. Días/guardados en alcanfor". El poema cambia de tono varias veces hasta terminar de disonante manera: "Geometría en vilo. Senderos/ del laberinto. Final/del cielo. Regresamos/para volver a morir".
A quienes gustan de las personales novelas de Masoliver Ródenas, memoria y libelo, lirismo exasperado y ajuste de cuentas, no le defraudarán sus poemas, casi nunca convencionales, ásperamente eróticos, poemas que parecen querer ser no tanto literatura como supuraciones de las llagas de la memoria.
Tornar