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Documentació

Después del padre

Entrevista publicada al diari “ABC” el 22/11/02 per Javier García Montes

Desde que Ignacio Martínez de Pisón publicó La ternura del dragón (Premio Casino de Mieres de novela corta 1984), sus obras han obtenido una muy favorable acogida por parte de lectores y crítica. Ahora, con María bonita, presenta una sugerente historia, donde los sueños naufragan en un mundo hostil.

-¿Se planteó desde el principio María bonita como novela? ¿Tiene alguna clave para desarrollar una historia en forma novelística o de cuento?

-A veces tengo la sensación de que las historias están como flotando en el aire, a la espera de encontrar al autor que está destinado a contarlas. La de María bonita surgió durante una colaboración con una amiga directora de cine, que quería que le escribiera un guión sobre una niña a la que le gustaría poder elegir a su propia madre. Pero la historia salió a mi encuentro no en forma de guión sino de novela, o más concretamente de novela corta. Generalmente basta con escribir los primeros párrafos para intuir si eso que tienes entre manos se va a convertir en un cuento, una novela corta, una novela larga... Y en los primeros párrafos de María bonita hay ya un ritmo, una tensión narrativa que quedaría como asfixiada en treinta o cuarenta páginas y demasiado diluida en doscientas cincuenta o trescientas.

-Numerosas de sus narraciones, entre ellas María bonita, están escritas en primera persona. ¿A qué obedece esta preferencia?

-Cuando tengo una historia, lo primero que busco es la voz del narrador. Encontrar esa voz es una cuestión de oído, como en la música, pero una vez que la tienes lo tienes ya casi todo. Tienes al menos un personaje central que va a dar vida a todo lo demás.

-En varias de sus obras, los narradores son masculinos. En María bonita el punto de vista es femenino. ¿Le ha supuesto alguna dificultad especial?

-Desde hace un par de años estoy escribiendo una novela larga que se titulará El tiempo de las mujeres y está narrada alternativamente por tres hermanas. Me propuse escribir esa novela al comprobar que, en efecto, mis narradores habituales eran masculinos y no había ningún motivo para no cambiar. Interrumpí la redacción de El tiempo de las mujeres para escribir María bonita, y para entonces creo que ya me había ejercitado bastante en la búsqueda de voces femeninas. Por eso, encontrar la voz de María me resultó relativamente sencillo.

-En su última novela reaparecen complejas relaciones familiares. ¿La familia es un ámbito privilegiado para explorarlo literariamente?

-La familia es el ámbito de la tragedia. De hecho, las tragedias clásicas son siempre historias de familia. ¿Quién se libra de tener, aunque sólo sea por un tiempo, una relación tormentosa con sus padres o sus hijos? Por debajo de la fuerza de los afectos y los lazos de sangre, las familias acaban tejiendo una tupida red de tensiones de las que ninguno de sus miembros puede escapar. Y donde existen tensiones es casi seguro que pueda haber una buena historia.

-Hace un tiempo declaró que una vida feliz no le ofrecía interés literario. Creo que sigue pensando lo mismo...

-María bonita es, de hecho, una novela sobre la felicidad. O más bien sobre la dificultad de realizar nuestros sueños de felicidad. La felicidad es un invento relativamente reciente, de mediados del siglo XIX. Madame Bovary se creía con derecho a ser feliz y exigirle a la vida una segunda oportunidad. ¿Cuántas mujeres antes de ella podían siquiera plantearse la posibilidad de hacer lo mismo? Durante siglos y siglos, el derecho a ser feliz era algo inimaginable: se vivía en una especie de resignado fatalismo. Ahora, por el contrario, ese derecho se ha universalizado. La historia de María es la de una niña pobre que se cree con derecho a ser feliz e inevitablemente acabará chocando contra la realidad.

-Muchos de sus personajes adolescentes y niños son, como María, crueles y comprensivos a un tiempo. ¿Le parece esto un rasgo típico de la infancia?

-El niño es egoísta por naturaleza. El adolescente lo sería si tuviera más claro cuál es su ego. Y esa crueldad puede no ser sino la consecuencia de un egoísmo insatisfecho. Pero éstos son sólo algunos de los rasgos que acaban formando la personalidad de esos personajes, de María en este caso.

-Pese a ser la más «antipática» de la historia, la madre de María es un personaje lleno de claroscuros...

-En el fondo, María bonita tiene mucho de cuento infantil, una Cenicienta vuelta del revés, y la madre de la niña vendría a ser como una bruja de cuento. Frente a ella está la tía Amalia, a la que María ve como una especie de hada madrina. La madre es la España siniestra de la posguerra, la de la miseria, el miedo, el resentimiento, pero si sólo fuera esto sería un personaje demasiado lineal. Por eso al final acabo redimiéndola. La tía, por su parte, es mundana, distinguida, alegre, sin prejuicios, lo que entonces se llamaba una mujer sofisticada: un personaje como el suyo difícilmente podía encajar en la España de finales de los sesenta y principios de los setenta. Por eso se encuentra del otro lado de la ley: es una estafadora, lo que a los ojos de María la hace aparecer definitivamente irresistible.

-«La vida -dice María- era como esos muebles que mantienen un aspecto robusto aunque por dentro están devorados por la termita». ¿Lucha María contra esa termita?

-María va descubriendo el mundo de los adultos a través de los secretos que va conociendo de ellos. De hecho, esa parte secreta de las personas es la que realmente las define. Esto lo comprenderá cuando ella misma tenga también un secreto que ocultar: su vida al lado de la tía Amalia.

-Como otros personajes suyos, María sufre pero sin estridencias. Y el mundo de los sentimientos se refleja de manera contenida. ¿Busca un cierto distanciamiento?

-Por encima de todo me considero un narrador, y creo que un narrador no debe renunciar a emocionar. De hecho, con mis cuentos y novelas busco transmitir precisamente emociones. Pero cuando entran en juego los sentimientos, se puede correr el riesgo de caer en la afectación o la cursilería. Ese distanciamiento, que a veces tiene algo de sequedad, es la mejor vacuna contra la cursilería. Intento recrear emociones como si hiciera tiempo que las hubiera experimentado y hubiera conseguido librarme de ellas.

-En la línea de algunas otras de sus obras, María bonita es una «novela de aprendizaje»...

-Me gusta coger a los personajes en los momentos de crisis, en esos momentos en los que sus vidas dan un vuelco. Me gusta que los protagonistas de mis historias se transformen a lo largo de la novela, que al final del libro se hayan convertido en unos seres completamente diferentes de los que el lector ha conocido en las primeras páginas. Si una historia no es lo suficientemente vigorosa como para cambiar de ese modo a su protagonista, ¿vale la pena tomarse la molestia de intentar contarla?

-¿Cómo fue su experiencia al escribir el guión de Carreteras secundarias? ¿La repetiría con María bonita?

-Nunca me he negado a admitir influencias procedentes no de la literatura sino del cine. Mis historias, de hecho, son eminentemente visuales, y la adaptación de Carreteras secundarias tuvo algo de traducción a la inversa, como si estuviera restituyendo la historia al idioma en el que se había creado. Con María bonita supongo que ocurriría algo parecido, pero la novela más cinematográfica de todas las mías no es ésta, sino una novela juvenil titulada Una guerra africana. Ésa la escribí imaginando directamente la película que podría salir de ahí. Lo malo es que la escribí imaginando que su director podría ser John Ford, y eso me temo que ya no es posible.

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