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Documentació

Martínez de Pisón y las mujeres

Article publicat a “La Vanguardia” el 12/02/2003 per José Antonio Masoliver Ródenas

En la escritura de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), tanto en sus cuentos como en sus novelas, hay una apacible convivencia de la ternura con la sordidez, de la familiaridad de lo cotidiano con lo misterioso e inquietante, de la melancolía con el humor, de la fuga con la necesidad de regresar al origen. Es, además, una escritura ajena a las corrientes dominantes, tanto de la tradición realista como de la tradición culturalista. Por todas estas razones, títulos como La ternura del dragón y Alguien te observa en secreto lo convierten en uno de los más interesantes narradores de la década de los ochenta. Carreteras secundarias confirmará, en la década de los noventa, la peculiar y atractiva naturaleza de su imaginación. Sin embargo, hay algo en Martínez de Pisón que deja al lector inquieto e insatisfecho. Cuesta definir si es indolencia (difícil en un escritor tan meticuloso) o falta de audacia, de ambición o de convicción, como si el estar al margen de las tendencias dominantes fuera más un acto de cobardía que de independencia. María Bonita resultaba tan amena como decepcionante precisamente porque representaba una especie de claudicación, una apuesta por la falta de compromiso. Cuando regresamos a sus mejores libros, seguimos encontrando el mismo interés que en la primera lectura, pero no nos abandona, no me abandona, la sensación de que Martínez de Pisón hasta ahora ha optado por ser un buen escritor más que un gran escritor. El tiempo de las mujeres viene a desmentirlo. Se trata, no me importa afirmarlo categóricamente, de su libro más ambicioso, un salto tan radical como el que dio Álvaro Pombo con El metro de platino iridiado, libro en tantos sentidos (el personaje de María, la importancia de la casa, la necesidad de anclarse en un mundo a punto de desaparecer o ya desaparecido) muy cercano, por más que, frente a la intensidad verbal y reflexiva y al humor provocativo de Pombo, Martínez de Pisón opte por un desarrollo fluido bajo el que se oculta la turbulencia. Pues uno de los aspectos más notables y originales es, precisamente, el hecho de que todas las tensiones tanto expresivas (los adelantos y retrocesos, las digresiones, el peculiar contrapunto) como culturales (la determinante presencia, sin que pueda hablarse de influencia, de libros como Emma, de Jane Austen, Por quién tocan las campanas, de Hemingway, o Lolita, de Nabokov), no alteren la sensación de sosegada linealidad. Como en Mientras agonizo, de William Faulkner, escuchamos aquí las voces (y la escritura) de tres hermanas cuya vida gira en torno al recuerdo del padre muerto y a la casa depositaria del pasado y condenada también a su desaparición. Esta técnica contrapuntística permite presenciar la distinta interpretación de unos mismos hechos: es decir, una lectura subjetiva de los datos de la realidad y al mismo tiempo una reacción psicológica. Esta fusión explica la peculiar naturaleza de su realismo. La acción ocurre en Zaragoza, pero el nombre de la ciudad no aparece en ningún momento y las descripciones afectan a lugares, generalmente interiores, sin las visiones detalladas de las novelas de corte realista. Y viajamos a pueblos cercanos a Zaragoza porque los viajes estériles y los accidentes son parte de la narrativa de Martínez de Pisón, como expresión de fugas al vacío. Y la palabra “aragonés” sólo aparece en una ocasión. A esta curiosa percepción de los espacios hay que añadir la extraña percepción del tiempo. Tenemos la sensación de que las hermanas son mujeres cuando en realidad son niñas precoces. Y tenemos la sensación de que la novela se desarrolla en un amplio marco temporal cuando en realidad todo ocurre entre 1979, cuando muere el padre, y 1983, el año de la demolición de Villa Casilda. Y, sin embargo, el transcurso temporal es importante por dos razones: marca el desarrollo físico, moral y psicológico de las tres hermanas y gira en torno a dos fechas que tienen una presencia central en el libro, el golpe de Estado o “tejerazo” del 23 de febrero de 1981 y el triunfo de los socialistas en 1982: ambos dan la dimensión política a través de algunas de las escenas más agitadas y sobrecogedoras de la novela. “El tiempo de las mujeres” es, pues, simultáneamente, una novela de amor, una novela en torno a una familia y un documento social de una época. Por supuesto, estoy simplificando porque es mucho más. Podría decirse que el principal protagonista es el padre muerto, porque esta ausencia marcará definitivamente a la joven esposa y a las jovencísimas muchachas y a la naturaleza toda de la novela, impregnada de melancolía, de infelicidad, de fatalismo: “Las estrecheces se notaban sobre todo en una inconcreta y generalizada nostalgia de ese tiempo anterior, el tiempo de papá”. Y toda la novela gira en torno a la atracción hacia ese tiempo y la búsqueda de un tiempo nuevo. Y ésta es la lucha que se da en el presente. Cada hermana tiene una personalidad distinta, y esto se refleja en lo que cada una nos dice sobre ellas y en lo que dice sobre los demás miembros de la familia. La familia es el mundo central. Pero la lucha por la independencia se consigue a través del amor o de las relaciones sexuales. Ésta es la parte más dinámica y divertida del libro. Se multiplican los personajes y las situaciones que viven con esos personajes. María es la más afectada por la muerte del padre y la que más se identifica con él, hasta el punto de que también ella será subastera y se convertirá en la amante del socio del padre, Delfín. Ella es la que descubrirá la verdadera naturaleza del padre, un embaucador, y la que se enterará de que van a perder la casa. Carlota representa la conciencia y la irresponsabilidad política, tanto cuando apoya a su marido, el facha Fernando, como cuando se afilia al partido socialista. Fernando es el carácter más negativo en esta galería de hombres casi todos ellos negativos. Como el resto de las hermanas con sus amantes, acabará abandonando al marido, aunque nunca perderá su fe en el matrimonio, “había nacido para eso, del mismo modo que María había nacido para permanecer soltera y yo para liarme con hombres casados”, nos dice Paloma. Aunque no se limita a ir con hombres casados: sale con el drogadicto César, patético personaje que morirá de una sobredosis, y con el padre de César, Ramón, al que acabará rechazando. Desde muy joven ha sido promiscua y desde muy joven ha luchado entre la fuga y la casa materna. Y pese a sus brutales experiencias, “seguiré teniendo fe en el amor”, como tiene fe en la literatura. La novela está llena de escenas marcadas por la sordidez, la ternura, el dramatismo, la tensión y el humor cercano a la farsa. Martínez de Pisón ha conseguido encerrar un mundo complejísimo tanto en las situaciones como en las consecuencias de dichas situaciones en una admirable transparencia narrativa. Ha corrido todos los riesgos y no ha fracasado en ninguno.

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