15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Juan Marsé: «El escritor que quiere llamar la atención con la lengua es que no tiene nada que decir»

Entrevista publicada la diari “ABC”

La próxima semana saldrá a la venta Rabos de lagartija, la última novela del escritor barcelonés, que tras siete años de silencio vuelve con una historia desesperada ambientada en el Guinardó, el barrio de su infancia, y en los años inmediatos de la postguerra española. Más Marsé que nunca, la novela es un alarde de la maestría de este narrador que, después de los años, sigue ocupando uno de los primeros puestos de la narrativa española actual.

Con la ya lejana Encerrados con un solo juguete, su primer libro publicado con tan sólo 23 años, Juan Marsé inició una carrera como novelista que en poco tiempo le colocó entre los indiscutibles de la narrativa española contemporánea. Sin prisa, pero sin pausa, el escritor catalán ha ido reconstruyendo novela a novela, personaje a personaje, su memoria del origen. La Barcelona de postguerra, el barrio del Guinardó, la calle de El Escorial, escenarios en definitiva de su infancia, y un mundo de desclasados, marginados y perdedores, redimidos frente a la burguesía catalana por su autenticidad, su radicalidad, y su tragedia. Personajes inolvidables por su fiereza y, sobre todo, por su humanidad. Desde El embrujo de Shanghai, obra con la que consiguió el Premio de la Crítica en 1993, los lectores de Marsé se han mantenido anhelantes -la prosa de este escritor crea adicción- a la espera de una nueva novela que con el título Rabos de lagartija, por fin se presentará la próxima semana en España.

En su luminosa casa de Calafell, el lugar en el que vive al menos cuatro meses al año y donde descansa y trabaja, se encuentra un Marsé cordial y conversador, que habla de literatura; de ésta su novela más desesperada, una historia ambientada en la Barcelona de postguerra, protagonizada por David, un adolescente desgarrado, pero en la que también abundan las parodias y el humor impagable del autor de Últimas tardes con Teresa; de si sus personajes son o no creíbles y de cómo, de la forma más natural, «roba» ideas e imágenes que le sirven para su obra. Un Marsé que se anima, sobre todo, una vez superado el rito de la entrevista a las que siempre ha sido tan reacio.

-La novela arranca con un gran alarde literario y es que el narrador aún no ha nacido, habla desde el vientre de su madre, ¿cómo se le ocurrió esta idea? porque es un milagro creérselo.

-Sí, claro, la dificultad está en convencer al lector de que es creíble, y que te siga hasta el final. Es una convención que se le pide al lector, que por un momento suspenda sus suspicacias y te siga y te crea. De todas formas esto de ningún modo es original, existen antecedentes ilustres de historias contadas por un nonato. El precedente más famoso es seguramente el de Sterne, con su Tristam Shandy, también está la novela de Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato. En fin, yo no le doy mayor importancia.

-¿Cuál era su proyecto inicial?

-El plan narrativo que tenía para este proyecto abarcaba en realidad tres historias, no digo tres novelas, sino tres historias diferenciadas en una misma novela, muy vinculadas entre sí por personajes y situaciones. La primera transcurría en el año 45, la segunda veinte años después, en el 65 -así el narrador de la primera historia en la segunda tiene veinte años- y la tercera historia transcurría en la actualidad, de manera que, en definitiva, todo estaba contado desde hoy. Esa convención de que está hablando el feto no es exactamente así, se sitúa el narrador mentalmente en el vientre de su madre, y desde ahí ofrece una visión de los hechos del año 45. Lo que ocurre es que esa historia del año 45 creció desmesuradamente. Quería dedicar unas 150 páginas a cada historia y conseguir una novela de 450 folios, que para mí ya es mucho, pero la primera creció tanto que se comió todo lo demás. De manera que de momento esto es lo que ha salido. Si acierto, si sé hacerlo, con la puesta en marcha del siguiente proyecto las dos historias siguientes estarían reunidas en un solo volumen. En realidad forman una unidad total, pero no estoy hablando de trilogías, que a mí no me gustan nada. Proyectar cualquier cosa que pase de mañana mismo, me produce una gran pereza y no estoy seguro de poder hacerlo, así que vamos a dejarlo en suspenso, ya veremos.

-Empezó esta novela hace siete años y ha sufrido varios parones y estancamientos.

-Sí, he sufrido parones de todo tipo. Ningún parón en realidad que tuviera que ver con dificultades relacionadas con la novela, sino que han sido accidentes. Entre otras cosas he sido sometido a otra operación de corazón. Hubo parones debidos al proyecto de adaptar al cine El embrujo de Shanghai por Víctor Erice, con todo el conflicto que se desató entre él y el productor y todo eso me afectó bastante y le dediqué muchísimo tiempo. Han pasado siete años desde la publicación de mi última novela, pero no he estado estos siete años escribiendo Rabos de lagartija, le habré dedicado unos cuatro años que es algo más de lo que suelo dedicar a cada novela que son tres años, así que tampoco es tanto.

-¿Su operación de corazón ha condicionado su mirada sobre la novela?

-Sí, porque entras en una fase de abulia. No tenía ningún problema para seguir pero tenía una gran pereza y prefería pensar en otras cosas. Nunca he tenido prisa en terminar mis proyectos y además soy bastante perezoso, así que he tardado lo que he tardado.

-La novela es más Marsé que nunca pero hay mayor lirismo que en otras anteriores. ¿Responde a una reflexión especial o a que está cambiando?

-No sabría decirle, cada tema impone un enfoque distinto pero yo no sé explicar el porqué de ese lirismo. Creo que es una novela un poco más desesperada que otras, llena de tristeza aunque, por otro lado, también tiene mucho humor, por lo menos a mí me divirtió muchísimo, los diálogos, las parodias... pero el trasfondo de la historia es triste. La época era la más dura de Barcelona y también mis recuerdos personales. Ahora, el porqué de todo eso, el haber escrito esta novela ahora en vez de escribirla hace diez años o antes, tampoco lo sé, porque en el fondo no se aparta tanto de mi temática habitual; quizá es todo lo mismo, está más depurado... No sé, en todo caso no me corresponde a mí decirlo.

-¿No tiene miedo de que le acusen de estar haciendo siempre la misma novela?

-No, ningún miedo, y probablemente es verdad que esté haciendo siempre lo mismo, enmascarando y envolviendo de otra manera la misma novela. Sin embargo yo prefiero pensar que hay determinados temas que son los mismos y que los voy ampliando por un lado, que les encauzo por territorios que no había pisado antes y están enfocados desde otro punto de vista. El tiempo produce un deterioro en los materiales, no en el sentido peyorativo, sino en el literario. El personaje del padre, por ejemplo, en otras novelas hubiera sido una figura muy sugestiva que podía ejercer cierta fascinación en los jóvenes: el personaje mitológico del héroe, del hombre que ha perdido todas las batallas pero mantiene una cierta dignidad... Aquí está degradado, se ha convertido en un pelele: un hombre con un tajo en el culo, sangrando, ya no es ese héroe. Por otro lado aparece otro posible héroe, el piloto de la RAF, con su bonita cazadora de cuero, pero no deja de ser una fotografía que está clavada en la pared y no deja de ser otro pelele.

-Es cierto que siempre ha dibujado héroes marginados pero no perdedores y aquí sí hay perdedores, empezando por David, el protagonista principal.

-Porque esta vez la apuesta es muy fuerte, no es como los muchachos de otras historias, no es el Daniel de El embrujo de Shanghai porque la apuesta de David es más fuerte y pierde y gana al mismo tiempo. Gana porque alcanza la verdad, pero se deja la piel en el empeño. Es una historia más dura y más triste.

-El muchacho tiene un fuerte componente autobiográfico.

-Como siempre ocurre, ya se puede figurar, hay una serie de cuestiones que están siempre en mis novelas, pero hay mucho inventado, en un porcentaje elevadísimo. A mí no me ha pasado nada parecido jamás. La misma escenografía es inventada aunque en el escenario de nuestras travesuras había efectivamente restos de lo que debió ser un torrente, no se le puede llamar barranco, era una especie de tajo en lo alto del Guinardó. En cambio hay otros elementos muy reales, tomados de experiencias personales como, por ejemplo, vivir realquilados, durante un tiempo vivimos así. Es una combinación de imaginación y de realidad.

-Más que el niño que ha sido, ¿David es el niño que le hubiera gustado ser?

-Bueno, sí, claro, uno proyecta siempre. Es posible que yo hablara con fantasmas cuando era chaval o pensaba que podía hablar con fantasmas.

-«Uno siempre crece hacia el pasado», la frase es suya. ¿Cómo se crece hacia el pasado? ¿No cree que eso condiciona la mirada de la realidad?

-La mirada de la realidad está condicionada por la personalidad de cada cual. En realidad yo he pensado más en el pasado que en el futuro y creo que es el caso de todo escritor, la memoria es fundamental. El futuro es una entelequia. Si escribiera ciencia-ficción proyectaría continuamente cosas del futuro, pero aun así el pasado de cada uno está ahí, ¿cómo desprenderse de él? Creces hacia el pasado en el sentido de que cuanto más clarificado tienes el pasado, cuanto más lo has resumido, lo has entendido, y lo has comprendido, más creces. Si no tienes recuerdo de nada de lo que te ha ocurrido en la vida, ¿cómo vas a crecer?

-En la novela es muy importante el sentimiento del policía hacia la madre. ¿Hay una suerte de purificación por el amor?

-Hay una historia de amor frente a la cual el narrador se muestra en determinados momentos muy discreto, sobre todo hacia el final. Es una historia de amor muy fuerte, protagonizada por personas muy marcadas, cada cual a su manera, por la época, por lo que pasó en este país, por la dictadura franquista en definitiva. El personaje del policía lo tuve que cuidar mucho, implicaba bastantes riesgos, sobre todo tratándose de un policía de la Brigada Político Social, que la de Barcelona fue famosa. El riesgo era que se convirtiera sin darme cuenta, o incluso dándome cuenta con cierto regodeo, en un hijo de puta y no quería hacer eso. Me interesaba mucho esa ambigüedad, incluso esas contradicciones que puede tener un personaje: ser muy duro, muy cruel en algún momento, y en otros muy tierno. No sé si lo he conseguido.

-Hablan muertos, hablan fantasmas. ¿Qué es lo que le ha supuesto el mayor reto narrativo?

-Al principio tenía algún recelo porque yo me he mantenido en una línea realista muy estricta -al decir de los críticos- muy severa, y eso de hacer hablar a fantasmas, a muertos, o a ausentes, incluso a un perro y a un piloto de la RAF de la Segunda Guerra Mundial, algo tan alejado de nuestro país... Al principio cuando me lo planteé pensé: «A ver cómo te sale eso, porque si no te sale hay que buscar otra cosa». Pero cuando me di cuenta de que en realidad lo más difícil ya estaba hecho, que era hacer creíble la voz del feto, pues entonces pensé que si habla un feto por qué diablos no puede hablar con su hermano, y su hermano con su otro hermano muerto, y así sucesivamente. Y además metiéndole un poco de humor o, más que humor, metiéndole unos diálogos nada retóricos, nada pretenciosos y nada trascendentes, sino todo lo contrario, hablando de cosas cotidianas: por ejemplo, cuando David habla con el fantasma de su hermano, que le falta la pierna y que murió en un bombardeo le dice: «Cepíllate, quítate el polvo, o ¿es que los fantasmas no se limpian nunca el polvo?»... Procurar meterle la cotidianidad, descargarlo de solemnidad y a través de una sonrisa conseguir que el lector te siga. En ese sentido, también le pregunta al fantasma del perro: «¿Tienes hambre? pero ahora no te voy a dar chocolate porque te sienta mal», y el perro le responde: «No, ahora puedo comer de todo».

Al mismo tiempo quería hablar de cuestiones sobre la verdad y la mentira, lo que está bien y lo que está mal, las conversaciones con el padre, las discusiones del padre con el piloto intentando tapar la historia de éste con la pelirroja, etc.

Todo eso me salió sin mucha dificultad; en cambio hay cosas que pueden parecer muy simples y que me costaron mucho. Todo el capítulo dedicado al parloteo de las vecinas que se supone que hay una presencia invisible que es la del policía, eso me costó. Quería dar una especie de visión coral de voces de vecinas muy de la época, que eran formas expresivas coloquiales que yo recordaba de cuando era chaval.

-Sí, hay un frase que resume muy bien ese ambiente que señala: «Mujeres engañadas. Hijos muertos. Maridos que nunca volverán a casa. Putas sin piernas y sin alma. Esto es lo que hay señor».

-Sí, aquí hay como un resumen, pero esto me costó bastante. Hay una voz que dice: «Pues mi marido lo que hace es escupir mucho», porque, efectivamente, en esa época los hombres por la calle escupían mucho, en todos los lados; había incluso escupideras en los edificios públicos que era una cosa muy guarra y hay también parodias e ironías que sólo entenderán algunos. Hay una que quizás sólo entenderá Manolo Vázquez Montalbán, cuando una voz imperativa dice: «Nombre y apellidos» -que es lo que decía la policía y de ahí podías pasar directamente a la comisaría- y alguien responde: Miró, Zabala, Benito... que es la alineación del Barça del año 45, exacto, que además me la sé de memoria y me la he sabido siempre de memoria, entonces tenía 12 años. Son bromas privadas pero quería aprovechar ese capítulo para eso además de para dar información al lector acerca de Víctor Bartra y su mujer, a la que las vecinas le tenían mucho respeto, hablan de ella como de una gran señora, como de una mujer distinta.

-¿Y quién es «Chispa»?, parece imposible que salga sólo de la imaginación.

-Es un chucho, no tiene raza. Yo he tenido siempre perros, siempre me han gustado y «Chispa» es un compuesto ideal de perro, pero al fin un chucho. Hay en él algunas experiencias mías con perros, pero no muchas. Todo reposa sobre este hecho, David, su perro, y el policía, que él supone que se lo ha matado. Todo el entramado narrativo reposa sobre esta cuestión. El hecho de si le ha matado o no de un tiro lo dejo en el aire, ni yo mismo lo sé.

-La relación que tiene el chico con el perro es la más bonita de la historia. Le lava los ojos con tomillo, le da leche condensada... ¿Qué significa esa frase que repite: «El mundo es de los perros»?

-Eso se refiere al «Nodo» que tenía una especie de eslogan que decía «El mundo entero al alcance de los españoles». Es otra broma.

-¿Cree que quedan muchas cosas de la Barcelona que describe en la novela?

-El escenario donde sucede está barrido completamente, ya no existe ese descampado, está edificado. La escenografía está en mi memoria, nada más. Ha cambiado todo, por ejemplo, esa relación con los cines de barrio, ya no existe. Esa sensación maravillosa de libertad de los chavales, lo recuerdo de forma muy grata pero ya ha desaparecido. Y, afortunadamente, se terminaron esas pesquisas y esos seguimientos de personas con un pasado político.

-Es clara la voluntad en sus novelas de salvaguardar la memoria.

-Han pasado ya cincuenta años de la historia, pero a mí lo que me interesa es que continúe vigente la cuestión de fondo de lo que se trata. Un niño con mucha imaginación es capaz de luchar a su manera contra lo que él considera una injusticia. Para mí el tema es este, y yo lo he trasladado a esa época porque hay una memoria personal que es cierto que quiero salvaguardar. Y luego porque es mi experiencia también de chaval. Cuando me preguntan que cuándo voy a escribir sobre algo de actualidad... ¿Qué es la actualidad? Lo que la Prensa suele llamar «la rabiosa actualidad» a mí a veces no me interesa nada, y en cambio, las noticias que tienen que ver con sucesos que han ocurrido hace 30 ó 40 años tienen para mí más vigencia, más significado y mayor capacidad de sugestión desde el punto de vista de literatura de ficción, porque estamos hablando de literatura de ficción, si hubiera querido hacer una crónica hubiera escrito otra cosa y de otra manera. Lo que sigue vigente, lo que sí es actualidad, es el tema, porque si no la novela no interesaría; si interesa es porque refleja algo que podría ocurrir hoy también, aunque los comportamientos no serían los mismos y las situaciones tampoco.

-Ha sido una persona siempre muy crítica o resistente, ¿tiene algún particular ajuste de cuentas con los políticos catalanes?

-No merece que se les dé tanta importancia. Siempre depende del proyecto que uno tenga entre manos, de lo que se propone contar, pero nada de ajuste de cuentas. Esta historia es muy de la época franquista y de la época de la peor represión incluso, y ni una sola vez aparece el nombre de Franco, ni siquiera aparece el año, se sabe que es el verano del 45 por lo de la bomba atómica y porque hay unos datos infalibles, y luego porque al final, 16 años después, están los hechos de la famosa huelga de tranvías de Barcelona que fue el primer coletazo contra el Régimen, coletazo colectivo de obreros y estudiantes, que fue en marzo del 51. Si no fuera por esos elementos la época no se situaría.

-Recuerdo un breve relato suyo «Noches de Boccacio», en el que retrata lo que fue la gauche divine. ¿Puede evaluar lo que fue aquel momento y si hoy es posible un epifenómeno parecido en el mundo cultural catalán?

-No lo sé, no me atrevo a pronunciarme. Puede ocurrir cualquier cosa. Yo ya estoy fuera de estas cosas, no me quiero apuntar a nada y me cuidaré muy mucho de apuntarme porque ya no tengo edad para noches de Bocaccio ni noches de cualquier lugar. Tengo la impresión de que eso fue la consecuencia de un tiempo, de una situación determinada, y tampoco fue nada digno de mayor análisis. Eramos una serie de gente que nos conocíamos por razones profesionales. Editores, escritores, arquitectos, vinculados por amistad a su vez con pintores, fotógrafos... y que, de vez en cuando, nos reuníamos como hace todo el mundo, a tomar unas copas y a charlar. Era por la noche porque por el día, por lo menos yo, trabajábamos; te pillaba en una edad en la que al mismo tiempo que buscabas eso, también buscabas ligar o lo que fuese, por edad y porque tampoco íbamos de santos.

Lo que más distinguió a esa gente en aquel momento, y lo que más les unió, fue su antifranquismo, porque al mismo tiempo se firmaban manifiestos, se viajaba y quien más quien menos era del Partido y eso ha desaparecido completamente, porque con las libertades democráticas desapareció la necesidad de conspirar; no es que conspirásemos todo el santo día, pero algo de eso había también. Ese elemento ya no existe y en consecuencia me imagino que si hoy existen grupos, que siempre los ha habido y siempre los habrá, y que si se reunen a charlar y a tomar copas actualmente, las razones deben ser estrictamente profesionales y personales.

Desde el punto de vista cultural quizá tenga más importancia lo que están haciendo hoy que no lo que hicimos en aquella época, vete a saber. No se sabrá hasta dentro de unos años, cuando se vean los frutos de esa gente. Por ejemplo, gente de aquel grupo hoy es famosa como Oriol Bohigas o Rosa Regàs, son famosos por su trabajo, si no nadie sabría quiénes son, estarían olvidados y no se hablaría de la gauche divine. Fotógrafos que han sido famosos como Miserachs, Colita son conocidos por su trabajo real, no porque hayan sido de la gauche divine y en definitiva es eso lo que prevalece.

-Ve de forma optimista la vida cultural actual.

-La veo más aburrida, tampoco es que esté metido dentro y pueda dar una visión de primerísima mano, pero por lo que intuyo y por lo que sé, es más agónica, era más excitante antes aunque sólo fuera porque implicaba cierto pelibro, imaginario o real, daba lo mismo. Creo que la vida cultural en Barcelona se ha vuelto más provinciana. La cultura oficial que está en manos de la Generalitat, ya sabemos lo que da de sí; da una televisión aburridísima, cutre, patriotera, que se mira el ombligo continuamente. Y conste que no me quejo, no lo digo porque no hablen de escritores en lengua castellana que han hecho toda su obra en Cataluña, me da igual; no necesito que nadie hable de mí, pero, sencillamente, de tanto mirarse el ombligo, acaba siendo muy provinciana en todo.

-¿Qué ha aportado la normalización lingüística?

-De un lado, la normalización linguística, es decir, el intento de levantar el catalán, de situarlo en un nivel de normalidad, no era o no es malo, lo malo es el procedimiento, la manera como lo han hecho, y estas pifias, que se remiten a antes de ayer mismo, perjudican muchísimo, y no sé si se dan cuenta, cada vez es un retroceso. En definitiva, es un problema de una lengua minoritaria en relación con una lengua mayoritaria, que siempre se sentirá invadida, reprimida..., pero cualquier cosa que se haga en pro de la lengua catalana y en pro de la cultura catalana, después de 40 años de represión está bien, esta es mi opinión; cualquier cosa que esté hecha con la cabeza, claro.

-¿Se ha quedado contento con su novela?

-Relativamente, siempre pasa igual; un autor sabe siempre lo que media entre lo que se ha propuesto y el resultado final. Digamos que se acerca bastante al ideal que me había propuesto. De todos modos, cuando entrego el manuscrito, creo que es lo bastante bueno como para no tener que avergonzarme del libro. Esto para mí ya es suficiente. El planteamiento es muy sencillo: puestos a hacer algo, soy partidario de hacerlo lo mejor posible, y lo mejor posible puede dejarme más o menos contento. Aunque, desde luego, no es lo que en un principio yo me había imaginado, siempre imagino un libro definitivo y maravilloso.

-¿El escritor nunca se siente satisfecho?

-Creo que no, yo no, desde luego. Es muy fácil imaginar, entusiasmarse con la idea de que vas a conseguir un libro maravilloso, pero luego hay que hacerlo. Si no me entusiasmara no me pondría a escribir porque escribir es un coñazo. La novela tiene cuatrocientos y pico folios, pero yo he escrito más de mil. Para eso se necesitan una energía y unas ganas enormes, y por lo menos, estar convencido de que el proyecto vale la pena. Luego el libro tiene vida propia y te reserva decepciones, pero también alegrías que no habías previsto. Hay sorpresas, encuentras hallazgos, un párrafo que de repente ilumina todo y aparece muchos meses después de que has terminado esa página. Es una aventura apasionante, pero el resultado final no es nunca lo que tú quieres.

-A veces el desencanto que se produce en el lector al terminar una novela no proviene de que la novela no cumpla las expectativas, sino de la pena de despedirse de los personajes, saber que sólo forman parte de esa ficción y que ya no los tendrás más. ¿Cuál es la sensación del escritor al despedirse de ellos?

-Sí, concretamente ese sentimiento es así, porque todos esos fantasmas que te acompañan durante años, de repente se desvanecen, y eso me produce un sentimiento de orfandad. Por eso repito muchas veces que a mí lo que me gustaría es que el libro no se acabara nunca, y creo que en ocasiones lo prolongo un poco por eso. Incluso, tengo el libro acabado, yo sé que está acabado, y me agarro a excusas como que me faltan detalles, o que hay episodios incompletos pero es para prolongarlo un poco más.

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