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Documentació

El embrujo de Juan Marsé

Article publicat a “La Vanguardia” el 13/04/05 per Juan Antonio Masoliver Ródenas

Canciones de amor en Lolita´s Club viene a confirmar que en la obra de Juan Marsé (Barcelona, 1933) nada o muy poco está dejado al azar y que sus novelas son producto de una minuciosa elaboración. El título podría parecer una simple boutade por parte de un escritor que siempre mantiene una carta escondida debajo de la mesa. De ser así, traicionaría el espíritu de un libro dominado por la sordidez y la ternura, por la violencia y la indefensión. Responde en todo caso a la necesidad de romper con los convencionalismos incluso en los títulos y que tiene precedentes como La muchacha de las bragas de oro o Rosita y el cadáver, suplantado, por sugerencia de los editores, por Ronda del Guinardó. Por otro lado, es absolutamente fiel a la historia que se nos narra, recorrida por un motivo recurrente, la canción Luna de miel de Gloria Lasso, que en su típica y a veces agresiva ambigüedad, parece ridiculizada (¿por uno de los protagonistas o por el narrador absoluto?) y al mismo tiempo es el eco de una historia fuertemente sentimental sin caer en el sentimentalismo aunque sí jugando con él. Una historia, por supuesto, con una geografía muy cercana al guión cinematográfico, con exactos retratos de los personajes centrales (en Señoras y señores Marsé ya había mostrado sus excelentes dotes de retratista), escasas descripciones del paisaje, limitadas a motivos recurrentes, y un claro dominio del diálogo. Es decir, novela muy cercana al guión cinematográfico, con una deznudez expresiva mucho más acentuada todavía que en El embrujo de Shanghai. Todo esto ya son novedades con respecto a sus novelas anteriores. Las dos novedades más visibles son el cambio de espacio geográfico y la fecha en que se desarrolla la acción. Los personajes y su tratamiento nos son en cambio familiares. Raúl Fuentes es un policía de la Unidad de Narcotráficos de Vigo al que se le ha suspendido de empleo y sueldo por haber golpeado a un muchacho que es nada menos que el hijo del narcotraficante Moncho Tristán. Cuenta ya con otro precedente que va a añadir cierta ambigüedad al relato a la hora de saber quién disparó contra Valentín, la cara opuesta y complementaria de su hermano gemelo Raúl: cuando estaba destinado en Bilbao, recibió amenazas de los etarras a causa de un incidente con un sospechoso que detuvo sin orden judicial y que recibió maltrato. El policía es una figura recurrente en Marsé y tiene un amplio tratamiento en muchas novelas suyas, especialmente en Ronda del Guinardó y en Rabos de lagartija, donde también vemos el lado agresivo y el lado sentimental. El narcotráfico y el terrorismo nos sitúan por primera vez en el presente. Como siempre, Marsé no toma partido: no sabemos si sus comentarios sobre la transición democrática pertenecen o no exclusivamente a los personajes, y lo mismo ocurre con la reflexión sobre la paranoia sanguinaria y la intolerancia, un tanto inverosímil dada la catadura del sádico Raúl. Lo que le importa es retratar, en retratos realistas pero también profundamente psicológicos, los aspectos positivos y negativos de sus personajes. La brutalidad de Raúl es realmente estremecedora. Y digo estremecedora y no aterradora porque, como siempre en Marsé, las claves de nuestra conducta suelen estar en el pasado. Y parte del clímax de la novela es ir descubriendo estas claves. Una de ellas es que la madre hace de prostituta en el barrio chino. Un tema que rechaza hablar con su hermano gemelo Valentín, con la prostituta Milena el personaje más extraordinario del libro. El alejamiento de la madre le ha marcado para siempre. En cuanto a Valentín, de recién nacido sufrió un accidente cerebral y tiene una placa de metal en la cabeza. Es un hombre de treinta años con la mentalidad de diez. Trabaja como mozo para todo en un puticlub de carretera en Castelldefels, el Lolita´s Club, orgulloso de su gorro de cocinero y de su bibicleta amarilla que le sirve para ir por la autovía al centro comercial, con su local de juegos recreativos donde se imagina un gran corredor de Fórmula 1. Por su candor se ha ganado el afecto de todas las prostitutas y quién sabe si el amor de Milena Holgado, una colombiana que, como sus compañeras, ha llegado al club de alterne a través de las mafias, otra de las realidades contemporáneas de la novela. "La puta de Valentín, un alma perdida que él se ha propuesto tomar a su cuidado y proteger, el muy capullo." Raúl trata de sacar a su hermano del prostíbulo en una obsesiva necesidad de protegerlo, como también Valentín necesita proteger y ser protegido. Raúl odia a las putas, y a las mujeres en general, y es fácil descubrir las razones, y hasta las sinrazones, por las que se hizo policía pese a que su padre, como el padre de Marsé también llamado José, es un hombre progresista y amante de la libertad. Pero poco a poco Raúl va entendiendo que algo le une a Milena, no sabe si es el amor, el sexo o la solidaridad. Porque siempre nos movemos dentro de la ambigüedad, uno de los rasgos más notables de la escritura de Marsé y siempre presente aquí. En realidad no importan las razones que llevan a Raúl, personaje en tantos aspectos siniestros, dictado por el afán de reparación, a proteger a Milena una vez muerto Valentín, a identificarse con Valentín y a estar dispuesto a pagar por estar junto a ella y a velar su sueño, como el anciano de Memorias de mis putas tristes de García Márquez. En esta identificación está la clave central del libro: lo que importa no es tanto la conducta de los personajes sino las razones a veces secretas que explican estas conductas. De este modo, Marsé niega, porque es inevitable, un final feliz a su novela, pero sí le da un final digno, algo que moralmente es superior a la felicidad: ha sido capaz de entender y defender a la puta Milena y se ha identificado totalmente con el hermano puro. De Castelldefels al Raval La esquematicidad de la novela es aparente. Marsé es un verdadero malabar y un verdadero artífice a la hora de recrear ambientes. Aquí nos desplazamos de Castelldefels a la Plaza Reial o al Raval de Barcelona, con una brevísima referencia a la plaza Lesseps, tenues lazos con otras novelas suyas, y al picadero del padre de los gemelos. El único paisaje que le interesa es, en realidad, el que ve Milena desde la ventana de su habitación, y que se convierte en una especie de espejo del espíritu del libro: la sordidez del descampado, la magia y ternura del conejito blanco y, sobre todo, la autovía, parte de la vida cotidiana de los personajes, que adquiere, de pronto -como ocurre con el río en El Jarama de Sánchez Ferlosio-, una dimensión trágica. Y el relato adquiere una especial cadencia a través de motivos recurrentes y una especial dinámica con escenas casi independientes. Las novelas de Marsé -escritor único- se leen, qué alivio, sin necesidad de veredictos.

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