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Documentació

Porros, okupas y figuras de Lladró

Article publicata a “La Vanguardia” el 03/05/2002 per Julià Guillamon

Zanzíbar pot esperar podría ser una comedia como Els joves o Absolutament fabuloses, las dos series de culto de la BBC. Como la primera, pone en juego a un grupo de personajes de distintas tribus urbanas (un hippy que vive en la plaza Reial, un periodista progre, un abogado metido en negocios raros, su esposa coleccionista de figuras de Lladró, un skin de Sant Cosme, una okupa de Gràcia). Como la segunda, la novela busca la confrontación entre dos formas de vida: la Barcelona "del rollo", parapetada en lo que queda de la contracultura -poco- y la ciudad posmoderna, la que sale en las guías, sometida a un intenso bombardeo catódico. Podría ser una comedia con un humor incisivo, iconoclasta. Podría, pero no lo es. Porque el periodista y escritor Xavier Moret es un hombre tranquilo. Y cuando sus protegidos están a punto de meterse en una situación comprometida, se muestra indulgente y saca a relucir su lado bueno. La pareja que vive en la Diagonal rodeada de Lladrós (dos pipiolos que bailan un vals, un Sherlock Holmes amanerado, un oficinista feliz abrazado a su máquina de escribir) carga con todo, mientras que Max Riera, "detectiu alternatiu", escapa a las burlas, seduce a la niña okupa y cumple su sueño de viajar a Zanzíbar, aunque sea sólo por unas horas. Un tipo legal En Absolutament fabuloses, Eddy y su amiga Patsy justifican en las consignas liberadoras de los sesenta los excesos y los caprichos de un consumismo delirante. Con Max Riera pasa todo lo contrario. El clima de la plaza Reial lo ha preservado, es un tipo un poco tarambana, pero legal. El lector le ha sorprendido un par de veces en flagrante contradicción (sueña en paraísos oceánicos pero después de dos días en el Empordà casi se amorra a los tubos de escape). Da lo mismo. Riera es el "alter ego" ideal de la generación que viajó a Formentera, se tiñó las retinas con los naranjas y azules de los ácidos y se dejó los codos en la barra del bar La Palma y del viejo Zeleste. ¿Existe un nexo entre la contracultura de los setenta y la ocupación de casas? Sí. ¿Existe una relación directa entre la especulación inmobiliaria y los violentos que atacan a los jóvenes okupas? También. Moret se ha documentado en las hemerotecas para construir una trama oscura que empieza con el incendio de Kan Gamba y acaba en los juzgados, con el Charly entre rejas y los abogados de Masdeu i Associats escurriendo el bulto. Junto a esta trama documentada y verosímil, coloca otros episodios que responden al tópico literario o cinematográfico: policías chulescos o expectantes, una paliza a media noche en un callejón, un coche despeñado en las costas del Garraf. Moret es un as de las novelas de pequeña cilindrada. Obras de entretenimiento, guasonas, escritas con estilo periodístico, con elementos de crítica social moderada (esta vez, en un estreno en el Tívoli, asoman el alcalde y Jordi Pujol), con notas de costumbrismo urbano propias de la generación que pasa de los cuarenta (los progres sin hijos que a última hora deciden adoptar a una chinita, la hija de papás pijos que se tiñe el pelo de verde y se pone medias de malla). En su línea y en su género, Zanzíbar pot esperar resulta una grata lectura.

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