15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Los mitos de la infancia

Article publicat a “El País el 03/04/03 per Joaquim Molas

Terenci Moix irrumpió en el mundo de la literatura con un libro de relatos breves, premio Víctor Català 1967, que, en un mapa narrativo más bien renqueante, constituyó una nueva manera no sólo de entender la vida, sino también la literatura y, por lo tanto, el oficio de escribir. Fue, de hecho, un golpe de aire fresco, de libertad, transportado del Londres bullicioso de los años sesenta. "Soy un tío permanentemente enamorado de las cosas", se definió en una entrevista realizada en 1971, "indignado y obsesionado por la muerte, y fascinado por todas las cosas que se pueden hacer partiendo de las grandes creaciones del espíritu". Y añadió: "Creo que la cultura es una forma de redención, aunque esté podridita (podrideta)". Pese a los constantes avatares de su vida, en la que, por decisión propia, se confunde la realidad y la leyenda, y las dos, con la publicidad más acerada, que, en un momento dado, le llevó a ser el paradigma de rebelde no sé si a la manera de James Dean, su obra, fiel a estos principios, gira alrededor de un territorio muy concreto, el de la infancia (o adolescencia) y de una prodigiosa capacidad de mitificación. Físicamente, su infancia transcurrió en el Barrio Chino de Barcelona -hoy llamado Raval-, un imaginario hecho de los tejemanejes del vecindario, de la calle, y también de la necesidad de "escaparse" de ahí para "soñar", viaje que, como la mayoría de sus colegas -pongo por caso el de su amigo y vecino, el dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet- realizó a través de los tebeos, el cine y, eventualmente, la copla y la ópera. De ahí que, ya desde el primer momento, haciéndose eco de la filosofías pop y camp, a las que sumó las de inspiración kitsch, convirtiera el cómic y el cine en una leyenda personal, incluso biográfica, y en objeto, si no de estudio, sí de mitificación: Los cómics. Arte para el consumo y formas pop, Hollywood stories, etcétera. De ahí también que, por una parte, concentrara sus sueños en el viejo Egipto y, más aún, en el viejo Egipto lírico, el de las grandes producciones de Hollywood (su padre, pintor de oficio, había decorado las paredes del pequeño comedor con escenas de la Aida, de Verdi), y, por otra, que naciera su fervor viajero, con largas estancias en Londres, París, Roma o Nueva York: Terenci del Nilo, Crónicas italianas, Terenci als USA, etcétera. Terenci convirtió su pasión por la escritura ("la obsesión por escribir", dijo en la entrevista citada, "me parece el resultado de una esquizofrenia: podría haber sido, por el mismo precio, egiptólogo o actor: dos posibilidades de evasión"), convirtió esa pasión en oficio, un oficio siempre rebelde y tierno, retórico y brillante, pero con predominio, según las épocas, de la escritura libre sobre el oficio, llevado a sus últimas consecuencias. O al revés: convirtió en oficio la escritura libre. En cualquier caso, sometió los textos a un concienzudo proceso de reelaboración, supresión, reajuste y depuración. Un ejemplo: hizo varias versiones de una de sus grandes novelas, El dia que va morir Marilyn. La primera, con el título de La orgía, cuyo mecanoscrito conservo entre mis papeles, nunca publicada; la segunda, que corrigió con saña, y puedo afirmarlo porque intervine en algunas fases, la publicó en 1969, y la revisó, en cada nueva edición o traducción, hasta que, en 1996, publicó, completamente rehecha, la "definitiva". Con sus mitos y sus constantes reelaboraciones, Terenci realizó una obra extensa en apariencia muy variada, si bien, en el fondo, de una prodigiosa unidad. De ella destacaría, con las prisas que impone una ocasión como la presente, algunos espléndidos relatos de su primer libro, La torre dels vicis capitals, dos novelas, que, de alguna manera, son continuación una de otra y que son cruciales para entender la novelística de finales de siglo, El dia que va morir Marilyn y El sexe dels àngels, y sus libros de memorias reunidos con el título común de El peso de la paja. Al final, Terenci, pese a su "indignación", ha sido vencido por su "obsesión", la muerte. No ha muerto joven, como murieron sus mitos, Marilyn o James Dean, pero ha muerto cuando su obra estaba todavía abierta a todo tipo de exploraciones.

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