15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Capote en la calle Ponent

Article publicat a “La Vanguardia” el 03/04/2003 per Robert Saladrigas

Cómo surge o se hace una generación literaria, en concreto la de Terenci Moix y mía, llamada “dels 70”? En este caso por iniciativa de dos avispados jóvenes, Oriol Pi de Cabanyes y Guillem-Jordi Graells, quienes publicaron un libro de entrevistas con 25 autores nacidos entre 1940 y 1950, bajo el título La generació literària dels 70. El libro apareció en 1971 para ser inmediatamente secuestrado, pero ésa es otra historia del cretinismo del momento. Por lo visto, Pi de Cabanyes y Graells detectaron motivos de cohesión generacional, además del cronológico. Todos éramos de la posguerra, pertenecíamos a familias modestas, fuimos educados en escuelas de pena, crecimos deslumbrados por los tebeos y el cine, alimentábamos serias dudas religiosas, éramos antifranquistas viscerales y, devoradores de historias, acabábamos de darnos a conocer con nuestros primeros libros aprovechando el resurgir eufórico de la cultura catalana en los años sesenta. Eso aparte, en general no teníamos afinidades estéticas ni siquiera ideológicas, más allá de nuestro izquierdismo sin matices. Ésos son los débiles lazos que unían a gente de exigencias tan plurales como Monserrat Roig, Terenci Moix, Pere Gimferrer, Benet i Jornet, Miquel Bauçà, Jordi Coca, Narcís Comadira, Jaume Fuster, Maria Antònia Oliver, Marta Pessarrodona o Jordi Teixidor. Narradores, poetas, dramaturgos que luego elegimos nuestra propia deriva profesional, buscando el lugar al sol que la muerte de Franco ponía al alcance. Quizás Terenci ( Ramon) Moix fue el único que ya al principio, desde La torre dels vicis capitals y sobre todo de El dia que va morir Marilyn, se despegó del grupo y se hizo popular. Asumió en seguida el papel de “enfant terrible” de la literatura catalana, a la manera de su admirado Truman Capote; se dejó acunar por la burguesía militante que lo adoptó como el bibelot descarado y tímido, encantador y provocativo con su mundo levantado entre el cómic, los mitos de la cultura pop, Sade y Sal Minneo, moderno y decadente, que en 1970 se definía así: “Sóc un tiu permanentment enamorat de les coses, indignat i obsessionat per la mort, i fascinat per totes les coses que es poden fer partint de les grans creacions de l'esperit en el passat. Crec que la cultura és una forma de redempció, encara que sigui podrideta”. Sin duda que por su franqueza iconoclasta, sus refrescantes códigos personales y su lenguaje descarnado, novedoso, con resonancias a ámbitos perversos, a los ojos de la clase ilustrada del país Terenci ofrecía la imagen de la nueva época, predispuesta a rendirse a todo lo joven a condición de que no socavara los eternos valores. Pero el inteligente Terenci sabía que el idilio no iba a durar, que el país seguía siendo pequeño, cicatero y de tolerancia limitadas, y él, como en otros tiempos Carner o D'Ors, tuvo que abdicar del paraíso soñado en el carrer Ponent para, igual que Capote, buscarse acomodo en otra sociedad, tal vez más frívola, pero más fulgurante y permisiva. No, no ha habido un tropismo generacional, porque de hecho la generación catalana de los 70 nunca existió; fue sólo una invención, quizá el intento pragmático de fundar una identidad colectiva en la que individualmente no estuvimos comprometidos. De manera que Terenci Moix fue una punta de lanza, nuestro Truman Capote a escala nacional, un tipo humano y un compañero estupendo, irremplazable allí donde reinó.

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